
Carlos D. Mesa Gisbert
El vicepresidente Choquehuanca afirma que en democracia las minorías se someten a las mayorías, salvo claro, cuando el MAS pierde un referendo o cuando el resultado electoral lo obliga a ir a un a segunda vuelta que puede perder, en cuyo caso desconoce el resultado o perpetra un fraude.
Choquehuanca utiliza la palabra someter en vez de la palabra aceptar y no apela a un concepto esencial que es el respeto a las minorías. La razón salta a la vista, el MAS no respeta nada en democracia, excepto las formas que mantienen el celofán que apenas tapa su verdadero corazón autoritario, cada vez más próximo a la dictadura.
Para quien creyó que el Presidente Arce era diferente a Morales, los hechos prueban que en lo esencial es exactamente lo mismo. Un mandatario que sostiene con fuerza la idea de la hegemonía de partido único, el discurso de odio basado en la profundización de las diferencias étnicas y la nula voluntad de abrir vasos comunicantes que permitan una tarea común de recuperación de valores e instituciones democráticas.
El hecho de que hayan fuertes peleas internas que dividen al MAS en dos o tres corrientes no debe llamarnos a engaño. El espíritu de cualquiera de ellas es el mismo con el agravante de su cada vez mayor degradación. Las ideas que lo llevaron al gobierno en 2006 se han hecho pedazos, el envilecimiento, la corrupción y la obsesión enfermiza por el poder son hoy el único valor que reivindican (“salvo el poder, lo demás es ilusión”-Lenin). Esa meta es lo único que queda en esta cáscara alimentada por la prebenda, la cooptación, la coacción, la amenaza, la persecución y la cárcel para sus adversarios, entendidos siempre como enemigos a los que hay que aplastar.
Hay que recordarle a David Choquehuanca , Presidente de la Asamblea Legislativa, que en democracia hay mecanismos que obligan a lograr los dos tercios para tomar determinadas decisiones, lo que requiere de diálogo y de acuerdos. Acuerdos que deben cumplirse. La democracia no se edifica rompiendo compromisos, ni imponiendo “consensos” para lograr el respaldo a militantes del MAS en cargos electivos, ni destruyendo más aún las instituciones con una Defensora del Pueblo ilegal, ni con una Contralora interina ilegal que debió ser nombrada por la Asamblea -incluso en el caso de ser interina-, ni vulnerando los dos tercios al aprobar un reglamento de elección de Contralor por mayoría absoluta masista…
Hay que recordarle al ministro Lima -aunque él lo sabe y se hace al desentendido- que no hay democracia sin Ministerio Público y sistema judicial independientes, que los juicios políticos con sentencia o en proceso son aberraciones desde donde se los mire. La prisión de la expresidenta Áñez fue ilegal y su condena en un “juicio express” que vulneró lo más elemental del debido proceso, son un estigma vergonzoso. La acusación de «terrorismo-golpe de Estado» para blanquear el descarado fraude electoral perpetrado por Morales el 2019 es uno de los sainetes mayores de nuestra historia judicial. Por si fuera poco el Tribunal Constitucional, que ha suspendido inconstitucionalmente la aplicación de cuatro artículos de la CPE, deja ahora abierta la posibilidad de juzgar a la expresidenta por acusaciones en su contra en ejercicio de sus funciones, en juicios ordinarios y no, como manda la Constitución (arts. 161,7 y 184,4), en juicios de responsabilidades.
El gobierno no tiene la menor intención de renunciar al control férreo de la fiscalía y la justicia podrida, porque ellas son la garantía imprescindible para que este régimen autocrático haga, como de hecho hace, lo que le viene en gana con impunidad total. Desde el gobierno se ha cortado toda posibilidad de detener sus excesos que en democracia no es otro que la limitación del poder a través de órganos independientes (que no lo son) como el Judicial y el Electoral. Por si fuera poco, ha maniatado a un Legislativo al que se le bloquea toda opción real de fiscalización y uso de mecanismos de freno a la autocracia a través de la justicia constitucional y la justicia ordinaria: militantes masistas, sometidos y obsecuentes.
Que Luis Arce aparente ser más técnico que Morales, no quita un milímetro su ortodoxia ideológica de raíz setentera y su espíritu autoritario. Que David Choquehuanca pretenda marear a sus interlocutores con discursos referidos a la filosofía aymara, no quita un milímetro su intención de mantener la polarización de un país que necesita desesperadamente una ruta real de paz y reconciliación.
Si Morales fue el impulsor del cáncer que nos devora, sus sucesores nos aproximan a la metástasis.
Bien planteado y lamentablemente cierto.