Pocas veces la visita de un presidente boliviano al Brasil se producirá en un contexto tan peculiar. Nuestro gigantesco vecino, aún en momentos complejos, ejercía no sólo una determinante influencia sobre Bolivia, sino que marcaba en su política exterior líneas de referencia básicas para el conjunto de la región.
Es evidente que el vínculo boliviano-brasileño está atado a un cordón umbilical decisivo para la vida económica nacional, el gasoducto a Sao Paulo y la importancia estratégica de nuestras exportaciones por esa vía. Se pensará, en consecuencia, que sin ser la única cuestión determinante, la cercanía del fin del contrato de gas es un tema del que debería hablarse en Brasilia (aunque no está explicitado en la agenda pública de la reunión entre los dos mandatarios). La renovación de ese acuerdo contractual a partir de 2019 es realmente la cuestión crucial del vínculo bilateral ya que representa el 20% del total de nuestras exportaciones. Pero, sin duda, hay otras cuestiones importantes como la necesidad de garantizar un mercado real para la venta de urea de la planta recientemente inaugurada en Chimoré, o la viabilidad o no del tren bioceánico en un momento en el que se habla insistentemente de que el trazo de un corredor ferrocarrilero por el sur -que no pasa por Bolivia- podría dificultar su concreción. Es también una aspiración que lleva varias décadas la articulación de un proceso de integración a nivel regional entre las gobernaciones fronterizas boliviano-brasileñas. Otro tema no menor es la realidad de la importante migración boliviana en nuestro vecino (el tercer destino de nuestros compatriotas), su composición y su realidad tanto legal como laboral. Finalmente, una cuestión de altísima sensibilidad es el incremento del crimen organizado y la intensidad del narcotráfico con Brasil como destino final, que ha enrarecido dramáticamente, no sólo el espacio fronterizo, sino a la propia Santa Cruz de la Sierra.
Todas estas cuestiones de capital importancia se tratarán con un gobierno que afronta una grave crisis de credibilidad en el contexto de sucesivos escándalos de corrupción y en una increíblemente volátil situación política, que ha sumido a los brasileños en una gran incertidumbre sobre las próximas elecciones presidenciales de 2018. Brasil afronta su peor situación política desde la restauración democrática en 1985. El segundo mandato de Dilma Rousseff, que se inició en el contexto de una anunciada debilidad y que terminó en una más que discutible destitución de la presidenta, arrastró el prestigio de una nación que en los dos periodos del Presidente Lula, habían generado la ilusión de que Brasil se había instalado de manera definitiva entre los grandes jugadores mundiales como parte de las potencias emergentes que integraban los llamados BRICS. Lula se convirtió en un líder internacional cuya palabra era escuchada con mucha atención, y que apostó por continuar la política de liderazgo sudamericano iniciada por Fernando Henrique Cardoso con su propuesta de integración continental denominada IIRSA. Era un camino deslumbrante que, además, era consistente con el peso específico de Brasil como primera potencia latinoamericana, con una dimensión geográfica, demográfica y económica que justificaba por demás su rol de liderazgo continental y de presencia global.
Pero todo estalló por los aires en los últimos dos años, poniendo en cuestión no sólo a la principal figura de esa etapa, el propio expresidente Lula, sino al conjunto de las estructuras dinamitadas por situaciones de corrupción sin precedentes en el mundo, como las que salieron a la luz en empresas del tamaño de Petrobras y Odebrecht, como la punta de un impresionante y oscuro iceberg. El Presidente Temer es parte de esa vorágine de descrédito que no se detiene.
Por todas estas razones, sin desconocer la importancia estratégica de nuestro vecino, da la impresión de que este encuentro binacional es una expresión de deseos que recién se hará realidad cuando Brasil cuente con un escenario de estabilidad global de la que todavía está lejos. Hay un rasgo del viaje presidencial, sin embargo, que debemos destacar. Si recordamos lo que dijo Morales sobre Michel Temer cuando éste llegó a la presidencia, la visita muestra no sólo una flexibilización de posiciones, sino una comprensión pragmática imprescindible, que los intereses de Bolivia deben estar por encima de los afectos o desafectos ideológicos, la idea de que más allá de quien gobierna y cómo, Brasil es, sin duda, nuestro socio internacional más importante. Mantener una relación fluida y proactiva con esa nación, no es una opción, es un imperativo.
Creo yo que Brasil como estado, solicitará de su par boliviano, el mayor control no solo interno y de fronteras sobre los crecientes volúmenes de narcotráfico del Chapare. Esto implicará (ojala) la reducción de cultivos de coca, el respeto de los parques naturales, el control sobre precursores, todo ello como condición sin ecuanon para que el Brasil vuelva a firmar el contrato de abastecimiento de GAs. Desde luego a todo ello irá amarrado el tema de la Urea, que sin no encuentra un precio al menos de equilibrio con nuestro vecino Brasil, será el acabose de este nuevo elefante blanco. En el fondo, esta negociación ojala nos permita ver la diferencia entre Gasto vs. Inversión y mercados, como siempre!!!
Tiene toda la razón, el sentir del presidente no debe ir ligado al quehacer politico con los paises vecinos
Evo tuvo que cambiar su actitud de crítica al presidente Temer, se habrá aprendido algo? Es mejor la diplomacia y buenas relaciones con Brasil porque nos necesitamos, pero Bolivia puede necesitar más de Brasil. Pero en general, se debería tratar de mantener buenas relaciones con todos los países, por encima de cualquier ideología.
No se entiende como Brasil, que según el artículo, carece de «credibilidad en el contexto de sucesivos escándalos de corrupción y en una increíblemente volátil situación política» pueda mantener una relación «fluida y proactiva» con otro estado que carece igualmente de las misma virtudes democráticas, cuándo se acaba de consumar un golpe de estado silencioso. Todo un contrasentido de Carlos Mesa, un escudriñar profundo en el ojo ajeno despreciando el propio.
Lo mejor sería, para la democracia, que Brasil congelara al máximo su relación con Bolivia, a fin de coadyuvar al abortamiento del golpe de estado que se acaba de consumar en el estado marxista-totalitario-indigenista, de lo contrario será darle oxigeno al tirano.