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Uno de los grandes vacíos que enfrenta América Latina hoy tiene que ver con la grave crisis que afrontan los dos gigantes de la región, México y Brasil. En un momento de inocultable transición más cargado de sombras que de luces para este complejo presente y para un incierto futuro, nuestras dos naciones más poderosas están azotadas por plagas de dimensión bíblica.
Para aquilatar la dimensión de los dos países debemos recordar que Brasil tiene una superficie equivalente al 47% de la extensión de América del Sur. México, si lo sumamos con América Central y la superficie terrestre del Caribe, representa el 72% de la extensión total de la citada región. La población de ambas naciones equivale al 53% de la población latinoamericana. El PIB de ambos suma casi el 60% del PIB total de América Latina y sus exportaciones se acercan al 70% del total de la región. Sus problemas, en consecuencia, son también nuestros problemas.
México enfrenta una crisis que se ha vuelto crónica. La decisión del Presidente Felipe Calderón (2006-2012) de militarizar la lucha contra el narcotráfico se volvió una guerra sangrienta. El resultado ha sido la multiplicación de carteles del narco, ruptura de toda regla en ese combate, traducida en crímenes brutales, ejecuciones arbitrarias, casi total impunidad de los responsables, complicidad policial con los criminales, un ejército salpicado por esa intervención, incremento exponencial del tráfico de armas desde Estados Unidos, desplazamientos forzados de personas y apogeo del crimen organizado en todas sus vetas. Sólo las dimensiones del país han impedido un caos total. La presidencia de Enrique Peña Nieto no ha podido frenar esta espiral. Los crímenes de los estudiantes normalistas en Ayotzinapa destruyeron su credibilidad en el tema. A pesar de las ambiciosas reformas del comienzo de su gestión, su liderazgo se ha erosionado dramáticamente envuelto además por la sombra de la corrupción. El crecimiento del PIB alcanzará a duras penas el 2%, marcando una modesta tendencia a la mejoría en un contexto previo recesivo. El resultado es un deterioro severo de la credibilidad de los grandes partidos y una gran incertidumbre en torno a las elecciones de 2018 en las que Andrés López Obrador, líder contestatario, aparece como un candidato con grandes opciones. En esta situación México no ha podido recuperar su natural rol de liderazgo regional que empezó a deteriorase ya desde el comienzo del siglo XXI.
Brasil vive por su parte una dramática crisis política a la que la dimensión sideral de la corrupción ha añadido gasolina al intenso fuego existente. Desde la destitución de Dilma Rousseff (a mediados de 2016) la incertidumbre es la regla. La recesión económica que comenzó en 2014 y que lleva tres años consecutivos de crecimiento negativo, desató los demonios del país. La ya histórica y admirable “Operación Lava Jato” se está llevando por delante al sistema político y ha puesto al descubierto la dimensión del daño. Dos empresas emblemáticas: Petrobras y Odebrecht, se habían movido durante muchos años en las aguas estancadas del soborno y la compra de personalidades del mundo político, económico y social, no sólo de Brasil sino de varios países de la región. Las cifras manejadas en ese oscuro mundo superan toda imaginación. La salida de Rousseff tuvo que ver con irregularidades en el manejo de la hacienda pública que, sin embargo, palidecen ante las acusaciones contra el actual mandatario Michel Temer y varios miembros de su gabinete. Un gran número de parlamentarios está preso o acusado por actos de corrupción. El expresidente Lula (2003-2011) ha sido condenado en primera instancia a nueve años de cárcel por la misma razón, lo que no impide que sea el pre-candidato con más opciones para la presidencia.
A diferencia de México, Brasil emergió al comienzo de este siglo con una vocación de liderazgo latinoamericano encarnado en el propio Lula y su adscripción progresista. Se dio por hecho que Brasil era un jugador de rango mundial que debía considerarse ya como lo que era, una de las diez grandes economías del planeta. Menos de quince años después esa ilusión peligra, domina el pesimismo en una sociedad asediada por la violencia (sobre todo en las grandes ciudades), la caída de la demanda interna que amenaza a la naciente clase media y la casi total inexistencia de un liderazgo político que pueda poner fin al descalabro del gobierno de Temer.
México y Brasil son, a pesar de todo, dos grandes naciones en todos los sentidos, están llamados a jugar un rol fundamental en nuestro futuro regional, pero expresan de modo dramático la pérdida de rumbo en la que está sumida buena parte de América Latina, a la que le ha llegado una transición que no está sabiendo administrar como sí lo hizo en el inicio de los años noventa del siglo pasado y en los albores del siglo XXI.
Creo que el mal endémico de estas 2 grandes naciones es la corrupción en todos sus estructuras, la reciente sentencia del ex presidente Lula en Brasil así lo demuestra y con él la caída de todos sus secuaces,. el descrédito en líderes que no estén manchados por el escándalo de la corrupción es grande y de proporciones inéditas, el mal ocasionado por estos escándalos, es grande en la economía del Brasil que ha sido saqueada y mal manejada por los así llamados gobernantes. Por otro lado en México, muy bien lo sostiene el ex presidente Carlos De Mesa al afirmar que la crisis es crónica, porque ya desde hace más de un lustro es que se viene viendo que la corrupción ha penetrado hasta la médula de esta Nación, los mejicanos ya no creen que nada bueno puede salir de sus líderes políticos (manchados por los tentáculos del narcotráfico) que ha hecho su nido de paso al gigante del Norte, la corrupción es tal que los encargados de velar por la ciudadanía y el orden, son temidos por la ciudadanía; por el doble papel que representan, en la desesperación la masa pobre intenta huir al país del Norte, no tienen ya nada que perder y arriesgan su vida en pos de un mañana mejor. Pareciera que el caos y la anarquía es el pan de cada día de estos países hermanos y los mal llamados ex gobernantes, sumidos en la impunidad y la desverguenza, la mayor parte de ellos protegidos por el corrupto sistema de justicia a lo que se agarran con uña y dientes, mientras su pais de origen navega en el mar de la incertidumbre y de la crisis interminable.