Releo un texto que le dediqué a Blanca Wiethüchter poco antes de su muerte. Me doy cuenta, después de haber vuelto a su poesía, que Blanca es algo así como una raíz profunda y definitiva de nuestras letras. Un sonido que estremece, que agita, que acompasa. Una voz completa.
Escojo romper el encantamiento de tu voz y de tu escritura para hablar de lo que representas y has representado siempre, la vida “enamorada de los fuegos que arden bajo mi lámpara”.
Cuando se viene del oscuro túnel de la política, encontrarse otra vez con la esencia de las cosas es reconfortante. Ciertamente tú has estado y estarás en la esencia de las cosas. Por eso dices en Itaca
“Esperar es oír
Oír las huellas que deja la noche a su paso oscurecido
Esperar es padecer la mirada de las cosas que disimulan muertes intensas
Es tocar el verso y reverso del tiempo en el tejido: punto por punto”.
Tu voz y tu poesía tocan aquello que importa, lo que tiene que ver con uno y lo que tiene que ver con los demás. Creo que tu camino de construcción literaria ha sido siempre un encuentro de ti misma en ti misma y, después, un encuentro con la savia, tenaz y copiosa, mucho más difícil de encontrar que la raíz prendida con alfileres en un cuarto de incierta oscuridad.
Creo que una de las cosas extraordinarias que has hecho es develar los arcos y los pliegues del país, encontrarlos a partir, no de los ruido ni de las provocaciones, sino del descubrimiento de las otras voces y de la paciencia para escuchar las voces de todos. Tú país es en realidad el país de las nubes, el país del cuerpo, el país de la transparencia y de la mirada, el país de las pieles compartidas, el de las cimas y las simas.
Alguien habla también hoy de la ciudad más bella y usa la palabra maravillosa. Yo sé cual es la ciudad más bella para ti; aquélla que tiene que buscarse en los huecos del cielo, hasta que, encontrada, tiene las luces que se ven abajo, como dices en Madera viva árbol difunto
“Eres el monte
De donde salió
Aquella piedra
Sin pies ni manos
Con las lluvias de febrero
Los ríos van cercando la ciudad
Con las montañas que estrechan el círculo
Año tras año se espera
Vigilando las lluvias
El día que no llega
Piedra
Sin resistencia en las manos
Ni huida en los pies
Cortada de aquel divino monte”.
La trama de los hombres es ésta misma, es de muchos modos un paraíso y un infierno, trama que es, a pesar de todo, la que tiene más fuerza, más poder, más sangre, más historia, esta que nos ha penetrado hasta la entraña como un cuchillo gélido
Lo que has hecho es justamente escoger el vértice de los dos caminos, el camino tuyo, de tu descubrimiento interior y el camino del otro y de los otros, en la construcción del mito y de la magia que rompe la razón. No importa ya el lugar, importa la espera en el mar de Ulises
“Mi cuerpo yacente y solo
Como en el dolor
Como en la muerte
Mi cuerpo a la intemperie
Mi cuerpo desnudo cubre mi alma desnuda”
A pesar de tu apellido no eres kantiana, por el contrario, eres corazón, corazón profundo, corazón no de talla perfecta, sino de joya sangrante, de fibra que late. Esos son los latidos que siento cuando te leo, ahora que resucitas en cada página que abro para leer aquello que escribiste cuando estabas para estar por siempre.
En tus poemas encuentro una senda que es bruma en lontananza. Tú lo sabes, sabes que todos estamos seguros de que: “No es el relámpago la luz ni la noche las tinieblas”. Tus versos son los de una mujer que está ya de vuelta. Quisiera poder escribir El rigor de la llama como tú lo concebiste, convertido en piedra que es esencia y llama que es vida. Imágenes imposibles si uno no puede en unas pocas palabras, encontrar su centro y recuperar el nexo entre palabra y vida.
Te he leído otra vez para no olvidarte, para no olvidarme que el olvido es como la escarcha. Tú sabes, y si no lo sabes puedes adivinarlo, que te he admirado siempre porque has sido capaz de afirmarte sin necesidad de la estridencia ni del vocinglerío, porque has construido tu propio mundo, un grande mundo interior.
Por eso, cuando entraba a tu casa y conversaba y discutía y charlaba y escucha música contigo, sabía que era posible compartir el espacio de las cosas, aún las más simples.
Espero no haber perturbado el encanto de tu voz, ni el de tu palabra, ni el de tu escritura. Estoy seguro que ese descubrimiento de tu patria, no de una bandera, ni de un escudo, sino de un alma, es una de las cosas más bellas que ha tenido el camino de tu vida, porque has sabido que lo más hondo es la revelación de lo íntimo. Has recorrido el cuerpo de los cuerpos, has tocado sus bordes, has penetrado en la voz de aquel otro poeta, lo has entendido más allá de las distancias, más allá de los verbos. Ese otro poeta escondido en el alma de estos montes que hoy te cubren.
Blanca Wiethüchter (La Paz 1947-Cochabamba 2004), Poeta, narradora y ensayista. Escribió Asistir al Tiempo (1975), Travesía (1979), Noviembre 79 (1979), Madera Viva y Árbol Difunto (1982), Territorial (1983), El Verde no es un Color (1992), Los Negros Labios Encantados (1992), El Rigor de la Llama (1994), La Lagarta (1995), Sayariy (1995), Qantatai (1996), Ítaca (2000), Luminar (2005). Escribió un ensayo sobre la obra de Jaime Saenz y un texto sobre Ricardo Pérez Alcalá, además de una Historia crítica de la literatura boliviana
Lamentablemente no puedo opinar acerca de esta poeta porque no llegan libros bolivianos al Perú,la integración latinoamericana es un conjunto de palabras, palabras,palabras huecas!
Tristemente, de Bolivia llega al Perú numeroso contrabando en camioneas armados por el Norte dl Lago Titicaca, procedente del puerto franco de Iquique en Chile y llegn avionetas para dejar o recoger droga a la Selva, varia han sido abatidas en tierra, pero se multiplican como moscas,Sí he comprado «Stevia» boliviana en vez de la brasileña, y también hay pastillas para el soroche.Fuera de eso, nada que yo sepa, y los ibros serán los últimos ante el poder de la droga y del contrabando!