Si tuviésemos que escoger algunas ideas capaces de describir la realidad latinoamericana del presente y el futuro, aún a riesgo de la tediosa repetición, diríamos lo obvio, que hemos vivido una década de oro (2004-2014) en virtud de los extraordinarios precios de nuestras materias primas. Diríamos que esa década dorada se terminó pero que no está claro que es lo que viene. Baste recordar que la dramática crisis mundial de 2008-2009 que nos golpeó no significó un retroceso sino simplemente un bache. Subrayaríamos que más de un 30 por ciento de la población latinoamericana se puede definir como vulnerable, que se encuentra en una modesta clase media, pero sujeta con pinzas, las pinzas de un crecimiento anual que si no es sostenido puede devolverlos a la pobreza. Diríamos que hemos logrado la incorporación de casi todos a la educación y de muchos a la salud, pero que la cantidad está cada vez más reñida con la calidad. Repetiríamos como una letanía que apenas invertimos el 0,5 por ciento de nuestro PIB en investigación, innovación y tecnología, muy por debajo de las naciones desarrolladas y del Asia. Repetiríamos hasta la saciedad que seguimos dependiendo de los vaivenes de los precios internacionales que nos llevan como una montaña rusa de un extremo al otro, y nos lamentaríamos de las malas señales que da China con una desaceleración que reducirá su voraz demanda que nos permitió contar con esos precios maravillosos tantas veces mentados.
Volveríamos, recurrentes, sobre un tema obsesivo cuanto verdadero, América Latina es la región más desigual del mundo y a pesar de sus avances en busca de la igualdad está demasiado lejos de su meta. Podríamos también recordar que a pesar de que vive en paz es la región más violenta del mundo, si contamos el número de muertes violentas por cada 100 mil habitantes. Podríamos también constatar que vastas zonas son territorio del crimen organizado, cuyos tentáculos de violencia brutal se van extendiendo como una gran mancha negra sobre toda la región.
Podríamos también reflexionar sobre la corrupción, un mal generalizado que ha mostrado sus excrecencias con particular virulencia en casi todos los países aún en aquellos en los que parecía un exotismo.
Sería lógico citar que en nueve de los 20 países que definimos como latinoamericanos, gobiernan presidentes reelectos de las más diversas tendencias, cuatro de los cuales buscan la reelección indefinida y que, en por lo menos siete, el autoritarismo ha hecho que las leyes se adapten al poder en vez de que el poder esté sujeto a las leyes.
Pero sería una mirada demasiado sombría. Lo más importante, la década ha marcado un énfasis explícito en el combate contra la pobreza, combate que ha tenido éxito con una reducción incuestionable de este flagelo, con los avances más significativos en la última centuria si hacemos un análisis global de los indicadores sociales.
Sería injusto no reconocer que el crecimiento sostenido del PIB ha permitido que algunas naciones lo hayan triplicado. Se ha incrementado significativamente el comercio intra y extra regional y se ha multiplicado varias veces el volumen de nuestras exportaciones. Más allá de las generalizaciones y a pesar de la inevitable distorsión que los precios han marcado en éstas, se ha producido una significativa diversificación productiva en por lo menos la mitad de nuestros países.
Ya se ha hecho popular aquella imagen que hace referencia a que cuando la marea baje veremos quienes se metieron al agua sin traje de baño. Es probable, aunque debamos insistir en que algunas lecciones han sido aprendidas. Por ejemplo, en macroeconomía no se juega a la ruleta rusa. Pero ¿podrá sobrevivir la política a estos embates? Según cómo se mire. Se supone que los populismos se pondrán en evidencia, quizás. Tanto como las apuestas moderadas o las francamente liberales. No hay absolutos. En la heterogeneidad hay países cuya economía marcha viento en popa en el marco de los llamados populismos y los hay en ese contexto que están ahogándose, como hay dramáticas recesiones en países de centro izquierda o de propuestas francamente liberales. Mucho de lo avanzado llegó para quedarse, mucho está todavía en formación, una parte puede revertirse.
En todo caso, nadie se atreve a hacer predicciones apocalípticas porque, a fin de cuentas, parece que los latinoamericanos sí aprendimos algo de nuestra propia historia.
Mirada sombría vs. mirada soleada. Siempre es necesario ocupar las dos.
La prediccion de nuestro futuro y de las proximas generaciones es mas sencillo de lo que creen.
La prueba PISA esta abolida y se incorporo la lectura obligatoria de las historietas del evito. Y si es necesario elevar el nivel de sabiduria, estan las arrugas de los ancianos o en su defecto, darce un duchazo de sabiduria en el tiahuanaku.
Con las empresas estrategicas llenas de incapazes, ladrones, bagos pero buenos bailadores y borrachos del mas alto nivel, JAMAS le llegaremos a los talones de los chilenos o brasileros.
Y lo peor, gran parte de la juventud en edad de instruccion para aportar con su grano de arena al desarrollo de nuestro pais, SE DEDICA AL MICROTRAFICO DE PICHICATA para darce sus gustos y pasarla chevere los fines de semana.
Ante este desastroso panorama es dificil predecir nuestro futuro?.
¿Que vendrá después de la denominada década de oro? nadie lo sabe.
El relato bíblico de los siete años de abundancia y los siete años de escasez, tiene un mensaje central y es que se debe prever los años de escasez con los años de abundancia. ¿El gobierno del Sr. Morales previó los años de escasez? el tiempo responderá la pregunta. Lo cierto es que Bolivia no había estado «blindado» como lo sostenía el ministro de economía.
Estimado Don Carlos de Mesa…. con mucho agrado quisiera leer mas de sus obras y ademas que me recomiendo algunos libros hacerca de la guerra del pacifico y la guerra entre peru – bolivia. el problema es que yo vivo en Suecia y la verdad no se como realizar o si existen algun sitio para comprar sus libros via internet…. le rogaria mande informacion de como poder adquirir sus obras….
saludos
Miguel Fernandez
No
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