¿Qué paso?
Luis Ignacio Lula Da Silva terminó su mandato de ocho años como uno de los presidentes más populares e influyentes del mundo. Tenía en su cuenta el haber llevado a su país a ser una potencia mundial (en la saga iniciada por Fernando Henrique Cardoso). Redujo el hambre sustancialmente, combatió exitosamente la pobreza, llevó a millones de brasileños a la clase media y aumentó el poder adquisitivo global de sus compatriotas. Era la imagen idílica de lo que un partido progresista y un gobernante de izquierda moderna podían hacer.
Hoy, a contracorriente de ese relato, Dilma Rousseff se enfrenta a las mayores protestas de la historia reciente del Brasil. Centenares de miles de ciudadanos han salido a las calles sistemática y combativamente desde que su gobierno decidió un aumento de las tarifas del transporte.
¿La razón de esta reacción fue ese aumento?
No, son muchas razones en las que, por si fuera poco, se entremezcla el fútbol-espectáculo-negocio. En el país del fútbol, pensaron los gobernantes, la pasión por ver a la verde amarelha apaciguaría las protestas rápidamente. Al fin y al cabo el scratch calienta motores en la Copa Confederaciones para la cita soñada, el Mundial que albergará después de sesenta y cuatro años. Pero ocurre que los brasileños son amantes del deporte rey, pero no ciegos. El imperio FIFA, una vez más, impone al país anfitrión condiciones que lindan con el absurdo. El negocio archimillonario demanda contratos archimillonarios. La gente cree que renovar un estadio –el Maracaná- el 2008 y demoler la remodelación el 2012, casi duplicando además los costos de esa obra, es un disparate. Cree también que construir un estadio para 75.000 espectadores en Brasilia, que tiene un promedio de asistentes de menos de 1.000 por partido para seguir al equipo local, es un disparate. Y tienen razón. El presupuesto de más de 13.000 millones de dólares que demanda el Mundial no se justifica, ni siquiera en la sociedad que tiene el alma llena de fútbol. La FIFA está comenzando a hartarnos a todos con su actitud de superestado y con la desmesura de sus exigencias, que caen sobre los contribuyentes de los países interesados y, por el contrario, llenan sus arcas ilimitadamente.
Pero volvamos a las calles de las metrópolis brasileñas. Hay otras razones. La inflación que en el último año supera el 20%, la sensación de que el partido de gobierno está penetrado dramáticamente por la corrupción, el descrédito de un Congreso que parece no representar a los ciudadanos, el cuestionamiento a la política en su conjunto…Sí, todo eso es por añadidura un catalizador para las grandes expresiones de indignación, pero no lo es todo.
Brasil refleja una desazón universal, la sensación de que hemos perdido el rumbo, de que algo a hecho ‘crack’ en el alma colectiva que va más allá de las razones conscientes y objetivas. Es el futuro el que aparece nebuloso e incierto. Son los valores esenciales los que se están desmoronando en medio de una retórica política que ha perdido completamente su capacidad de seducción. Es algo más que la crisis de un momento, es mucho más que el país-continente sudamericano sacudido por las protestas. Es el movimiento de los indignados en Europa, son las sociedades del bienestar que se desmoronan, es el desempleo como la nueva peste negra de tantas naciones. Es el ansia ilimitada de libertad del mundo árabe y su primavera, una primavera teñida de sangre y marcada por la guerra por y contra el fundamentalismo religioso. Es la primera potencia del mundo atrapada en sus miedos. Es el doble discurso por la libertad de quienes acogen a los perseguidos e imponen bocas cerradas en sus propios territorios. Es un modelo mundial empantanado en la avaricia y la especulación, una feria de vanidades que se ha convertido en una gigantesca ruleta en la que los perdedores son siempre los mismos, lo más débiles. Es una humanidad que toma conciencia por primera vez en su historia que el planeta se agota, que lo estamos agotando y destruyendo sin que esté muy claro –salvo el siempre sorprendente ingenio del que hacemos gala- cómo saldremos de este túnel.
No, lo de Brasil no es sólo un mar de indignados por el alza del transporte, ni por los errores de manejo de sus mandatarios, ni por la danza de los millones de la FIFA, es la expresión amarga de una sociedad que se está hartando del aburrido menú de la política universal. Los jóvenes de hoy no tienen utopías como las tuvimos nosotros, las han perdido porque nosotros -nuestra generación- no pudimos o no supimos concretarlas, o simplemente encaramos un mundo impensado e impensable que nos desbordó.
La indignación recorre muchos rincones del globo y hay muchas razones que la explican, la mayor de ellas es que las respuestas se están acabando y han sido insuficientes, y las preguntas son cada vez mayores y más hondas. La constatación de hoy es que nos estamos deshumanizando a pasos agigantados
Vivimos, en suma, una dramática crisis de futuro.
Concuerdo con que las respuestas han sido insuficientes, pero no se están acabando ni nuestra generación es culpable de esto. Más bien fueron nuestros padres (no todos, por suerte), que a través de la liberación sexual nos conviriteron en la primera generación de hijos con padres en su mayoría divorciados, alcohólicos o drogadictos, y en general también poco cuidadores de su prole. En fin, la generación con menos probabilidad de éxito de la historia sin guerras. Somos la generación de la década perdida. No lo olviden. Pero nunca nos hemos quejado y hemos trabajado duro. Eso es lo bueno de nosotros. Aunque muchos, lastimosamente, hayamos resultado atrapados en la vorágine de la ultra diversión que heredamos.
Sin embargo y a pesar de ir contra todo pronóstico, nuestra generación abrió oportunidades y las sigue abriendo de manera sostenida. Es nuestra generación la que consiguió abrir posibilidades infinitas de tecnología. Es la que abrió la posibilidad de no tener solo socialismo y capitalismo, ya que primero nos deshicimos del socialismo de la URSS y demás países detrás de la cortina de hierro, y luego nos deshicimos del implacable capitalismo, que hoy está cuestionado y que, hoy lo sabemos, tampoco habia tenido todas las respuestas.
Entonces, una vez más, le toca a nuestra generación abrir las posiblidades. Lo que pasa en el mundo con la primavera árabe, el invierno sudamericano del socialismo del siglo xxi, y el ocaso de todas las acciones violentas que intentan, por todos los medios, imponer los políticos decadentes del mundo (que son demasiados), es que la izquierda y la derecha han dejado detrás de ellas un oprobio demasiado grande y el mundo está listo para ver nacer una nueva posibilidad: Los Gobiernos Responsables.
Si. Son un nuevo tipo de gobierno, que por cierto ya son estudiados y amplificados mundialmente desde una base en México, que utilizan plataformas públicas diferentes para ponerse de acuerdo con sus pueblos. Si. La conversación ha cambiado en el mundo.
Ya no se habla tanto de cómo la izquierda debe radicalizarse, sino de cómo NO debe hacerlo. Ya no se habla tanto de cómo la derecha debe ocupar nuestros mercados sino de cómo NO debe hacerlo. Ya no se habla, en fin, de cómo las revoluciones deban ser sangrientas, sino de cómo NO deben serlo.
Esa es la labor de nuestra generación: Abrir las posibilidades para que, a través de Gobiernos Responsables, las familias en Bolivia, o en Sudán, o en Estados Unidos, puedan acceder a que sus hijos salgan del cruel círculo del vicio, la falta de trabajo, y la rienda suelta a los placeres humanos, a través de la autoregulación apoyada con fondos estatales, pero convertida en algo competitivo gracias a la inclusión de las iniciativas privadas que brindan apoyo de todas las formas necesarias para que los jóvenes consigan CUIDAR SUS VIDAS, y aprender a cuidar la vida en general, porque entienden que ese cuidado de todo lo que tiene vida es, en resumidas cuentas, más importante que cualquier dinero, o cualquier ideología.
Lograr que nuestros jóvenes puedan asumir responsablemente la nueva sociedad sin límites que tienen, y se impongan a sí mismos la noble tarea de cuidar la Vida en todas sus formas, es lo que nos tiene indignados, pero también, es lo que va a acabar con los violentos, aquellos que han gobernado ya por demasiado tiempo.
Tener utopías no garantiza nada. Sin embargo desacralizar el fútbol, en el Brasil, me parece un avance formidable en las mentalidades. Desncantar tradiciones, es una cosa que los latinoamericanos habían dejado un poco de lado.
Poco oportuno es hablar de manera global de todos los movimientos que se desatan en el mundo como si fuesen provocados por una misma causa que atravesaría el planeta en su conjunto. Hablar de desencanto mundial solo porque vemos paralelamente desde nuestra pantalla de televisión o por internet lo que sucede en Turquía, Brasil o Egipto, no significa que en el fondo emerja un sentimiento de depresión colectiva ante el vacío ideológico de nuestra época. la movilización de los jóvenes en los 60 y 70, como Francia en mayo del 68, estaban sustentadas por la abundante producción intelectual de figuras reconocidas como Sarte, Camus, Rawls, Foucault y su difusión era mundial. Se podía observar entonces una base intelectual y de pensamiento común, que es imposible de identificar en los movimientos actuales por el simple hecho de que ésta es inexistente. El error esta, creo yo, en interpretar lo que sucede actualmente con la nostalgia que les deja a algunos la imposibilidad de poder observar el mundo de hoy a través el mismo lente de ayer. Los jóvenes manifestantes de Rio, Sao Paulo, Estambul o Ankara hacen parte de la nueva clase media que el desarrollo fulgurante de sus países ha permitido surgir. Son jóvenes que han viajado por Europa y América del Norte, han notado que sus aspiraciones de vida pueden ser mayores a las de sus padres o las de sus abuelos que vivieron periodos históricos más duros, mas trabados. Pero ellos viven con su época, miran y comunican con internet, escuchan música de su tiempo, poseen sus propias fuentes de inspiración, sin dejar de vivir la realidad de sus países. Por ello, lo que se reclama en Brasil y lo que se reclama en Egipto, las voces de la Plaza Taksim en Estambul y las de los indignados en la Puerta del Sol corresponden a realidades distintas y no están en búsqueda de un fundamento ideológico común que fabrique esperanzas y utopías nuevas. De poco sirve tirar la cosecha de una generación entera por su supuesta incapacidad a ofrecer una herencia más provechosa a las generaciones siguientes ya que simplemente éstas últimas piensan el mundo de otra manera. Al contrario, las conquistas de esa generación en lo que se refiere a las libertades individuales, en lugar de haber creado drogadicción delincuencia y divorcios como lo dice un comentario plagado de un atroz conservatismo polvoriento, ha sentado los precedentes para permitir la expresión libre, el libre albedrio, la emancipación de la mujer y la derrota de las dictaduras (no de todas, claro está). En cuanto a la crisis del futuro hoy, yo preferiría darle más tiempo a los procesos humanos en vez de precipitarnos en diagnósticos que pretenden entender el mundo de una vez, dentro la inmediatez que exige la velocidad frenética con la que circula la información y con la que necesita ser leída. Dejemos al mundo con su complejidad, porque las interpretaciones de nuestra época será tarea de generaciones futuras.
La conquista de libertades individuales. Que bien suena. Si bien ya no se puede revisar el pasado, uno puede aprender de él. No podemos pensar que el conocimiento de hoy, y la forma de expandir dicho conocimiento, sean iguales en los 60 que en los 80 y mucho menos en los años 10 o 20 de este siglo. El cambio de siglo mismo es ya un aviso para que sepamos que las nuevas corrientes de pensamiento, cada vez más se encuentran en las redes y se autoeducan en ellas, y cada vez menos simplemente en libros o periódicos, como los conocíamos antes del internet. Hoy, pensar que una corriente de pensamiento solo está cimentada en medios de comunicación tradicionales (libros, radio, tv y periódicos) es, por decir lo menos, de una corta visión.
Por tanto la complejidad del mundo, no se puede dejar solamente a las generaciones futuras. Eso sería irresponsable. Más bien tenemos que adaptarnos a las nuevas formas de INTELIGENCIA COLECTIVA que existen hoy.
Una gran parte del éxito de los nuevos medios de comunicación está, justamente, en la ausencia de factores discriminativos en ellas. Me explico. Ya no importa si eres mujer, hombre, de otra orientación sexual, de otro color, o de otra edad. En las redes, lo que se escucha es tu voz, tu pensamiento. Y eso crea nuevos modelos de propagación de conocimientos, sabidurías, y por supuesto, estrategias de supervivencia.
Todo lo expuesto, es más importante que cualquier ideología que se haya creado hasta hoy. Las derechas, izquierdas, y centros, ya no tienen el mismo sentido. Si no se han dado cuenta los políticos, es hora de que se suban las mangas, y comiencen a trabajar. Las sociedades, las comunidades, los están dejando atrás rápidamente.
MIENTRAS EN BRASIL APARECEN MAS FISURAS, LULA ESTA OCUPADO ANALIZANDO AFRICA, EN TANTO DILMA ENCUENTRA MAS BASURA BAJO LA ALFOMBRA…..¿¿¿VALE MAS EL CIRCO O EL HAMBRE DE MIS HIJOS???
pdt:
CUIDADO LES PASE COMO A OTRO PAIS ORGANIZADOR DE MUNDIALES, CUANDO SE RASQUEN LOS BOLSILLOS PARA EL MANTENIMIENTO DE LOS «elefante blancos»