Publicada el 21 de abril en Página Siete, Los Tiempos, Correo del Sur y El Potosí
Los mundos virtuales dejaron de ser virtuales, de ser paralelos incluso, se han ya apropiado del “mundo real”. La virtualidad era un concepto que pretendía explicar la aparición de un espacio intangible, sin forma concreta ni palpable que no estaba en ningún lugar.
Hoy, los seres humanos estamos categorizados de tres maneras. Los que no tienen acceso ni saben de la existencia de lo virtual; nótese para entenderlo que el 75% de la población mundial usa teléfonos celulares básicos, el primer escalón hacia la virtualidad. Los que conociendo la existencia del mundo virtual tiene más de 45 años y acceden mayoritariamente a este nuevo horizonte de modo rudimentario. Los que tienen menos de 45 años y no entienden el mundo de otra manera que no sea a través de la virtualidad. Una vida en la que el celular es además de mil cosas un teléfono y no al revés, y en la que las redes sociales son el verdadero espacio de interacción con los demás seres humanos.
La palabra virtual es en este contexto una futilidad, una definición no solo insuficiente, sino incorrecta ¿Es que acaso hay otro mundo? pregunta un adolescente que tiene en la minicomputadora mal definida como celular, una prolongación de su propio cuerpo. En la lógica de nuestros ancestros andinos, su verdadero Ajayu (alma) está en ese aparato que lo conecta -la palabra es exacta y su literalidad prácticamente perfecta- con los demás. Las manos, la sofisticación mayor de nuestras extremidades superiores, tienen en los dedos pulgares la extensión del cerebro, el pensamiento, el lenguaje, la comunicación, en suma. El dedo gordo que -salvo los monos- nos diferencia del resto de los animales, y que en el pasado nos permitía realizar acciones manuales usando su virtud prensil (tomar y sujetar objetos, por ejemplo), tiene hoy una misión mucho más importante y decisiva, comunicarnos con el mundo. El pulgar (los pulgares para ser precisos) es la última terminación racional de nuestro cerebro. Antes, para escribir, el pulgar era insuficiente.
Contra todas las afirmaciones de los críticos de este mundo vertiginoso de los motores de búsqueda, el chateo, los mensajes de texto y el universo flotando en “la nube”, nunca en la historia humana los jóvenes, los adolescentes y los niños, habían escrito y leído tanto. Si alguien usa el celular solo para hablar es que está anclado en el siglo pasado. La última y menos importante de sus funciones es hablar. Las aplicaciones, centenares de miles que bajan millones y millones de personas, han transformado todos las modos conocidos de aprehender la realidad. La realidad que nos circunda, la que podemos tocar, la que podemos sentir y disfrutar, es ahora solo una parte. La otra, cada vez más importante, está abierta en la virtualidad. Una persona que está incorporada plenamente a las posibilidades aparentemente ilimitadas que abrió el Internet, ha accedido a una extensión de la realidad, a una realidad mayor, más completa, más intensa, más amplia que la que conocíamos.
El juicio moral o estético sobre ello, corre un serio riesgo, presumir que se puede celebrar o condenar, que se puede hacer una apología o estigmatizar su sentido. Ese mundo existe, está ahí, es parte de nuestro día a día, es –esto es lo realmente fascinante- parte de lo humano, intrínseco e íntimo, como lo fue el libro en el siglo XV. Los chicos que de manera incontrolable y a velocidades de vértigo, teclean o simplemente tocan (el mundo del “Touch”) los signos que brillan en las pequeñas pantallas, en realidad extensiones de sus cerebros, lo hacen de modo tal que subvierten nuestra forma de escribir y de leer, nuestras construcciones gramaticales y expresiones ortográficas. Ha nacido una nueva forma de abreviar y acelerar el lenguaje, sea en el idioma que sea. Es así, no es ni mejor ni peor. Ha nacido una forma distinta de ordenar los pensamientos.
Un libro no es ni más ni menos libro porque se lea en su clásico y delicioso soporte de hojas con el olor de la tinta y el empaste que las une, que se si lee en un Kindle o en un Ipad. Pronto, las imágenes en movimiento dejarán por completo de tener soporte físico, no habrá película en celuloide, ni discos blu-ray. Las bibliotecas o las videotecas personales tangibles, empiezan a ser cosa del pasado.
La palabra virtual sigue existiendo, pero la idea de la virtualidad ha perdido su sentido original. La palabra realidad, a su vez, se ha transformado. Aquella metáfora que separaba realidad real de realidad maravillosa, no tiene el sentido que la percepción de lo tangible, de un mundo de objetos en tres dimensiones que vemos y tocamos, nos acotaba a la hora de diferenciar lo existente de lo imaginado o de lo soñado. No estamos más en las coordenadas de dos o tres dimensiones, estamos en el umbral de un todo que mezcla la imaginación con la experiencia empírica, y que preanuncia la existencia de lo no imaginado como rutina de lo cotidiano
Desde la primera vez que intenté acercarme a alguien como Carlos Mesa, con tanta valía en el país, y lo animé a entrar a las redes, aunque con resultado diferente al que esperaba, el que haya habido un resultado al fin, me inspira a seguir con el Periodismo Digital. Es algo muy nuevo, pero muy válido también. A veces no somos capaces de ver y aquilatar hasta dónde irá lo nuevo, pero no por eso debemos dejar de utilizarlo, de acariciarlo, en fin, desarrollarlo para bien del país. Gracias por notar, al fin, la importancia de los nuevos medios de comunicación.
Realidad digital, mestizaje global, la sirena con una tablet con una aplicación de un charango virtual.
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