Publicada en Página Siete y Los Tiempos
Sacerdotes, soldados y altos oficiales militares son protagonistas de la ceremonia. Varios prisioneros arrastrados por una larga cuerda esperan aterrorizados. En un instante son colocados al borde del gran espacio abierto dentro del templo.
Antes de percatarse de nada son empujados y caen varios metros abajo, la mayor parte mueren al llegar al suelo, otros quedan malheridos, perderán la vida con el paso de las horas. Los sacerdotes toman unas vasijas con las figuras de los prisioneros y las estrellan contra el piso al lado de los cadáveres, es el ritual.
Es el 600 después de Cristo. Dos mil kilómetros al sur brilla la estrella de Tiwanaku que ha llegado a su máximo esplendor imperial, allí se está trabajando el monolito más imponente de los que se hayan esculpido y se levanta dominante y recubierta de bloques de arenisca roja la gran pirámide de Akapana.
La ciudad de Moche, escenario del rito de la muerte, a pocos kilómetros de lo que en 1535 sería Trujillo, fundada por el adelantado Diego de Almagro, se extiende más de cien hectáreas y a falta de piedra se ha levantado con base en el adobe. Delante del lugar de los sacrificios esta la capuxaida de la Luna que los incas llamarían huaca, un complejo arquitectónico de varias plataformas en el que se destaca la fachada norte del templo. Tiene siete niveles en forma escalonada. El siete parece una cifra mágica, baste pensar en Egipto, allí son siete los cielos que debe atravesar el Faraón antes de llegar al paraíso.
Es una gran obra de arte, toda en barro trabajado con altorrelieves policromados, en la que se puede ver el rojo, el azul, el negro, el amarillo. De nuevo los guerreros que llevan a sus prisioneros aparecen en la base del edificio, los danzantes están un escalón más arriba. En el tercero la araña decapitadora con cabeza de felino, una filosa daga en una de sus patas y una cabeza humana cortada en otra. La mitad del cuerpo del arácnido permite una visión desde arriba, la segunda mitad es un perfil. En ella se resume la función ceremonial del templo.
El edificio se puede coronar a través de una rampa y un gran vano en la parte superior de los casi treinta metros de altura de la notable pared multicolor. Detrás de esta fachada está oculta otra, y otra más, todas igualmente adornadas y exquisitamente trabajadas. Son templos dentro del templo. Quizás cada generación de los jefes moches haya querido dejar su impronta haciendo siempre un templo mayor, o diferente, aunque los motivos iconográficos son los mismos. Exactamente igual que en México, en la sangrante Cholula, otra ciudad de los sacrificios sacrificada por el conquistador Hernán Cortés en 1519, las pirámides, como un caja china, escoden otras pirámides como marcas del tiempo.
Al lado del templo se pueden ver los cimientos de las casas del pueblo, de los artesanos, probablemente de quienes construyeron lugar tan extraordinario.
Quien haya llegado a Trujillo buscando el pasado prehispánico en las arenas al borde del mar en Chan Chan, quedará abrumado por la magnificencia de Moche al pie del Cerro Blanco, el apu -dirían los aymaras- de esta civilización anterior a los Chimú que construyeron la mencionada Chan Chan.
Tras veinte años de trabajo consistente y serio bajo la batuta de Ricardo Morales, Moche resurgió del polvo que ocultaba su tesoro. En el lugar está un extraordinario museo, uno de los más completos y de mejor museografía de los sitios arqueológicos de América Latina. Tiene piezas de una finura y de una perfección que congela rostros, actividades, funciones, como en las maravillosas y pequeñas cerámicas de Pariti en el Titicaca, pero estas están arrumbadas en un cobertizo pésimamente acomodado en la isla de ese nombre.
Mientras el monolito Benett es capturado por el salitre en medio de una sala oscura y húmeda, en el repositorio de Moche se puede disfrutar de una explicación en imágenes en grandes pantallas en el centro del espacio principal del museo, rodeado de cubos de acrílico con las piezas maestras iluminadas por una combinación de luz cenital suave y spots adecuadamente distribuidos.
Si Moche y Tiwanaku compartieron en el pasado un mismo horizonte histórico, hoy transitan por destinos diferentes. En el norte peruano bajo la protección de una iniciativa mixta de administración estatal y fuertes aportes privados nacionales e internacionales, bajo la dirección de especialistas locales del más alto nivel. En el complejo arqueológico de Bolivia, en medio de peleas campales, con señalización deficiente, un museo que se cae en pedazos rodeado de espantosas edificaciones, servicios de baños impresentables y la atención a los turistas abusiva en los precios y lamentable en los servicios.
Moche fue un deslumbramiento, a la vez que una invitación a la depresión. ¿Será imposible acercarse siquiera a los estándares científicos, museográficos y administrativos del Perú? ¿Tendremos que seguir asistiendo a la incapacidad y a la estupidez en un tema tan sensible e importante como este? Suerte que Tiwanaku es el corazón de la identidad del mundo indígena andino de Bolivia ¿Cómo sería si no?…
Querido Carlos, ¡has estado por la Huaca y no me avisaste!! un abrazo. Elias Mujica
Tiwanaku es sola una muestra, de las cosecuencias de esta administración, centrada en la consolidación del poder político, cada vez más fallida.
Puedo asegurarle que Tiwanaku no es la única razón para el sentimiento que usted expresa, nos queda aun mucho por aprender y construir y habrá que trabajar en ello.
El problema radica en la apropiación arbitraria y reduccionista del patrimonio cultural que heredamos como país (y naciones) cuando se trata de usufructuar, pero el absoluto desarraigo a la hora de encarar políticas públicas serias que impliquen conservación, aprovechamiento e investigación-educación.
Este es un tema por demás sensible y complejo porque se ha montado todo una argumentación política, mítica e incluso esotérica alrededor de Tiwanaku que hoy parece ser más una condena.
Un arqueólogo comprometido me dijo una vez «la única forma de conservación plausible por ahora es que siga enterrado el resto del complejo». Lamentable.
La falta de trabajo en procura de preservar el patrimonio histórico en Bolivia es alarmante, lo de Tiwanacu es aberrante, ver que el museo se cae en pedazos mientras se realizan discursos etnocentristas acalorados cada inicio del año nuevo andino.
Otros lugares con riqueza cultural también están siendo mellados, como los es Potosí, desde el cerro que lo representa y todo el patrimonio arquitectónico citadino, sin políticas de preservación y menos de aprovechamiento del atractivo turístico.
Tiwanaku cuna de una grande civilizacion es lamentablemente prostituida por los actos de show-bisnes ligados que distorsionan con pachamamadas o imaginaciones supuestas que se enventan para atraer turistas al lugar. Lo mas rediculo sera cuando se realizara el matrimonio de personajes misteriosos ligados al estado plurinacional de evo morales.