Publicado en Página Siete y Los Tiempos el 14 de agosto de 2011
Hoy, más que nunca, se puede percibir en Occidente el cuestionamiento sobre los elementos más importantes de su propuesta, no solamente anclada en el modelo económico que fue sin duda una de las palancas fundamentales de su liderazgo, el capitalismo en su vertiente más liberal y en su vertiente más social demócrata, con un amplio abanico entre los dos extremos. Economía abierta, estado-mercado y libre competencia
El motivo más importante de orgullo occidental estaba sustentado en el triunfo progresivo y global del modelo político y los valores inherentes que lo hacen deseable como referente de lo que debemos conquistar para todos, la democracia y la libertad individual y colectiva que ella conlleva. Es indispensable precisar la idea; la democracia republicana apoyada en poderes del estado independientes y coordinados, el sistema representativo, el voto y otros mecanismos de participación popular (Referendo, por ejemplo) y la alternabilidad en el gobierno.
La ecuación se cerraba con la construcción de una sociedad de bienestar, sea por la vía del éxito del crecimiento económico aparentemente ilimitado, sea por la vía más equilibrada de un estado capaz de una redistribución más justa de los ingresos y una relación proporcional entre estos y los impuestos.
Durante décadas el índice de desarrollo humano ha mostrado y aún muestra que de las diez naciones con mejore indicadores, las diez son parte de Occidente (Japón ocupa el puesto número once). En esa lista Estados Unidos ocupa el lugar número cuatro.
Pero a partir de 2008 ese incuestionable liderazgo comenzó a tambalear. Lo grotesco del modo de funcionar del sistema financiero internacional, puso en evidencia lo que la visión fundamentalista de Bush había marcado militarmente en su vano esfuerzo por imponer la democracia en Irak y Afganistán a golpe de metralla. Pero era sólo el inicio.
Primero los gobiernos salieron al rescate de los banqueros irresponsables. Cifras estratosféricas (cuya precisión es casi imposible y además incomprensible para la mayoría de las personas) abrieron un agujero negro de insospechadas consecuencias en los tesoros de los países ricos. Tres años después, el infierno comienza a quemar a esos estados, primero en las economías pequeñas de Europa como Irlanda, Grecia y Portugal, luego apareció España en el radar de la crisis y, de pronto, la pesadilla se hizo realidad. La primera potencia del planeta, los Estados Unidos, estuvo al borde de la cesación de pagos y una de las agencias de calificación más reputadas del capitalismo degradó de AAA a AA+ a la economía que sostiene la moneda de cambio internacional, el dólar. De modo tangible, el mundo se puso al revés. Gastos desmesurados, déficits inmanejables, desempleo creciente, economías o detenidas o en plena recesión, marcan hoy el comportamiento de quienes habían mirado despectivamente y estrangulado con medidas de ajuste a los que llamaban “países bananeros”.
Y ahora las consecuencias. La gente comienza a hartarse y, como en las naciones tradicionalmente más convulsas e inestables, sale a las calles a decirle a sus gobiernos que está indignada. Primero a través de un manifiesto escrito por un anciano francés, luego con gigantescas manifestaciones callejeras en diversas ciudades de España. Luego, un joven noruego ciudadano del país con mejores indicadores sociales del mundo, protagoniza una masacre espantosa y se queda tan tranquilo convencido de que ha iniciado una cruzada de redención (racista, fascista y fundamentalista). La saga continúa en Inglaterra. La muerte de un hombre a manos de la policía desata una ola sin límites de violencia callejera protagonizada en buena parte por jóvenes vándalos, la mayoría de ellos menores de 18 años.
Las tensiones que comienzan a romper diques por uno y otro lado ponen en claro que la crisis se ha instalado en el norte, pero ha ocurrido algo más grave todavía. A diferencia de otros momentos en que –como en el mayo francés, o la derrota en Vietnam- las etapas más duras fueron superadas apelando a los mecanismos del recetario teórico que el mundo desarrollado tenía en su propio seno, sea con respuestas económicos, políticas o sociales. Hoy esas respuestas no están funcionando adecuadamente. El keynesianismo no ha tenido éxito como lo tuvo después del crack del 29, el sistema político está agotado por su divorcio creciente con la gente y por la cada vez más evidentes mediocridad de sus liderazgos. La composición de las sociedades desarrolladas está cada vez más cruzada por la diversidad cultural que ha impuesto la fuerte migración. Los jóvenes son dueños del instrumentos más poderoso que ha desarrollado la tecnología a través del Internet: las redes sociales. Los valores que alimentaron a generaciones pasadas se están desmoronando en medio de una confusión general basada en la conquista de derechos aún no ajustados en un contexto global. Finalmente, el horizonte es una larga línea color carbón. Las palabras oportunidad y futuro son cada vez menos creíbles.
El planeta finito y cansado le está pasando la factura a todos, Occidente no es la excepción. Al fin y al cabo fue el paradigma occidental en buena medida el que ha llevado las cosas al lugar donde están.
¿Una transición de lo fáustico a lo decadente?
¿Serán acaso los enunciados eventos síntomas de una spengleriana “Decadencia de Occidente”, y una, en las dimensiones estéticas del autor germano? Lo que sucede es que la cultura occidental se sabe reciclar cada tanto. En este afán de dominarse, “para dominar”, es que las convulsiones de los civilizados se suceden -inclusive- con cuantiosas gotas de sangre. A decir del mismísimo Spengler, la dinámica de los sistemas sociales se asemeja a la de un orden biológico, a la de un “isomorfismo” cíclico (nacimiento, madurez y vejez) de civilización en civilización. ¿Occidente atraviesa su vejez socio-sistémica; qué se viene después? Evidentemente que los medios, las causas y actores, van a hallarse distintos por el transcurso del tiempo, pero nunca ajenos a su fin.
Ahora bien quizás, según dictan los eventos paralelos e inclusive anteriores a los sucesos de occidente, otras latitudes históricamente desarrolladas despierten. Así en el caso de oriente, y de medio oriente, no es que “emergen de la sombra de los caídos”. Lo que sucede es que nunca se fueron, sino que despiertan nuevamente ante el ciclo de una crisis social integral.