Publicado en Página Siete y Los Tiempos el 27 de febrero de 2011
Muamar el Gadafi, cuarenta y dos años después de haberse encaramado en el poder tras un golpe de Estado, ha decidido quedarse allí al precio que sea. Ese precio es un río de sangre, sangre de sus compatriotas.
Cuando en los años setenta el personaje enarbolaba la bandera de una confusa revolución y para consagrarla publicaba el “libro verde” copiando el “libro rojo” de Mao, una buena parte de los progresistas y revolucionarios de este mundo consagraron al coronel libio en el panteón de los héroes transformadores. Rápidamente Gadafi se integró al movimiento no alineado y respaldó a los grupos contestatarios de diversas partes del planeta. Apoyado por la riqueza de los pozos de petróleo de su país contaba con los recursos necesarios para hacerlo.
El zigzagueo de estas cuatro décadas ha pasado por rutas tan insólitas como su propia personalidad que, hoy se puede apreciar claramente, tiene mucho que ver con un desequilibrio psicológico que lo lleva a acusar a quienes claman por libertad y derechos elementales en Libia de borrachos y drogadictos. Mezcla entre islamismo y marxismo, autor de acciones terroristas en una confrontación abierta con Occidente, particularmente con Estados Unidos, empeñado en lograr un liderazgo en el mundo árabe, sorprendente en sus genuflexiones ulteriores ante ese Occidente execrado, entusiasta aliado de Europa y enemigo de Al Qaida. Todo eso fue y es Gadafi.
Semejante hombre ha gozado del respaldo de muchos sectores de la izquierda latinoamericana, ha sido tomado por estos –cómo no- de símbolo de la dignidad antiimperialista, de abogado de las causas del cambio y de paladín de los derechos humanos. Si hasta se daba el lujo de otorgar un premio internacional concedido a personalidades que lucharon por los derechos humanos. Crease o no, Libia presidía hasta hace unos días una oficina internacional de defensa de esos derechos.
Hoy, un contrito y estridente silencio campea en las bocas cerradas de quienes hacían apología del dictador. Ninguno de esos apologistas parece acordarse de las florituras que dedicaban al “padre de la revolución libia”.
Muamar el Gadafi fue y es un dictador. Nada de lo que hizo en el pasado largo ni en el pasado reciente puede justificar su dictadura. La realidad cruda es que no hay argumento alguno que justifique a un dictador y no hay argumento moral lo suficientemente flexibles para decir hoy que algo es malo cuando ayer se decía que era bueno. Porque lo que es malo hoy lo era ayer. La coartada del progresismo, la coartada de que hay causas mayores que justifican ciertas situaciones o circunstancias que se deben entender, no sirve más, no puede seguir apañando la brutal realidad de gobernantes que amparados en esas causas superiores de búsqueda de justicia y de igualdad no hacen otra cosa que coartar libertades, eliminar derechos y, como siempre ocurre, no conseguir la derrota de la exclusión, la injusticia y la discriminación. Un pueblo al que se le otorgan mejoras materiales más o menos importantes, acabará inevitablemente luchando contra los gobernantes que lo mantienen en silencio, amordazado, sin capacidad de participar en la vida y las decisiones de su sociedad. No puede suponerse que estará siempre imposibilitado de decir lo que piensa y de elegir a quien lo gobierna, ante el riesgo de la cárcel y el ostracismo si muestra su oposición al sistema y al gobierno imperantes.
La otra coartada, la de la especificidad cultural, se desmorona con esta ola de gritos libertarios en el norte de África. Aún suponiendo que el desenlace no fuese el esperado, aún en la hipótesis de que el viejo esquema político reciclado o los nuevos fundamentalismos se apropiaran de esta heroica rebelión popular, lo que se está viviendo en esa parte del mundo árabe es simplemente un canto de libertad que destruye el sofisma. Todos los pueblos del mundo aspiran a la libertad, porque la libertad es inherente a nuestra naturaleza como seres humanos. Una dictadura es una dictadura en Libia y en cualquier parte del mundo, sea su sino la izquierda, la derecha o el centro. Da lo mismo el discurso, da lo mismo la sofisticación ideológica. El dictador, aquel que se perpetuar en el poder, aquel que lo hace a costa de una sociedad entera, aquel que quiere hacer creer a su pueblo que él es la revolución, acabará enterrado por su propia retórica. Lo que demandó cuando llegó al poder en olor de multitud le será demandado cuando sus excesos terminen con la paciencia de sus pueblos. Si tiene suerte y muere en el poder, lo que sobrevendrá será la libertad. La democracia asomará siempre en el horizonte.
Ben Alí, Mubarak, Gadafi y los que aún quedan y les espera la misma suerte, fueron y son dictadores. La dictadura es intolerable, hay que combatirla desde la democracia y terminar con los fútiles argumentos de sus justificaciones totales o parciales, no hay dictadores buenos, como no hay muertos de derecha o de izquierda. La sangre no redimirá a Gadafi, por el contrario, lo revela como lo que es, un dictador sanguinario.
Unamos fuerzas para que: especialmente Venezuela y Bolivia no sean victimas de la misma sed de poder!!
Despues de 40 años descubrimos que es un dictador, despues que Gadafi con su petroleo a prostituido a todas sus «amistades», descubrimos que es un dictador, Mourinho, el Loco Bielsa tienen razon la mayoria de los cuidadanos y periodistas son unos hipocritas.
Estimado Sr. Mesa ¿qué opina usted del minsitro de justicia libio que a la primera de cambio se volteó? ¿se siente ud. identificado?
Estimado Sr. Choquehuanca. Mi respuesta.
Me siento identificado con lo que hice, con mi conciencia y mi idea de responsabilidad y lealtad, con mis principios y con mi país.
Afortunadamente pude probar que lo que dije al separarme del Presidente era cierto. Ética y defensa de los DDHH. Cuando yo mismo ocupé la presidencia respeté los DDHH y renuncié para no hacer lo que hizo mi antecesor. Ese solo hecho, señor, debiera ser suficiente respuesta a su pregunta y a todos quienes siguen con el argumento fácil en torno a lo fundamental. No confunda lealtad con obsecuencia.
Un aspecto un poco más frívolo sobre Libia. Pero ojalá el personaje Al-Sanusi no tenga opciones. Sé muchas cosas pero no debo: http://caxigalinas.blogspot.com
Espero que como Gandhi decia no hay poder ni soberbia eterna,lo que viene aconte-ciendo en esa parte del mundo sea un ejemplo para quienes del poder quieren ver como algo eterno,los pequenos Hitler de este siglo deberian desaparecer para evitar derramamiento de sangre,las teorias marxistas no dejan de ser eso,simples utopias.