Publicado en Página Siete y Los Tiempos el 28 de noviembre de 2010
¿Historia con Mayúsculas o historia con minúsculas? ¿Es la vida privada de un gobernante parte de las minúsculas o de las Mayúsculas? Si apeláramos al expediente fácil de adscribirnos a alguna corriente de interpretación, nos alinearíamos en una de tantas trincheras y el asunto quedaría “resuelto”. Todo dogma, también el de las escuelas historiográficas, es un camino de principios e imperativos que cierran peligrosamente la entrada del oxígeno que marca cada circunstancia y cada caso en particular.
Simón Bolívar se enamoró perdidamente de Manuela Saénz y ésta de él. Bolívar fue el amante de Manuela y su intensa relación, aunque sometida al dolor de las largas separaciones que el proceso independentista demandaba, estuvo íntimamente referida a la política. No en vano Manuela participó directamente como combatiente en Ayacucho en las tropas de Antonio José de Sucre. No en vano habló largamente con Bolívar sobre San Martín antes del enigmático encuentro de Guayaquil, ni que decir de sus opiniones sobre Santander…
Carlos Hugo Molina, entrañable amigo, ha presentado la tercera edición de su novela “Manuela, mi Amable Loca”, en la que, sobre la base documental de un importante, real y apasionado intercambio de cartas de amor, recrea con notable dominio sobre la psicología de los dos protagonistas el camino de los besos, el del delirio amoroso y el de la amargura de su desenlace. Pero Carlos Hugo tiene una intención fundamental en su obra, sostener la tesis de que el nacimiento de Bolivia es consecuencia de la influencia decisiva de Manuela sobre Simón, en los días cruciales en los que Sucre le escribe a su mentor pidiéndole autorización para que le permita que Charcas decida su destino por sí misma y por encima de las pretensiones del Perú y de Buenos Aires.
La apuesta está basada en cartas verdaderas en las que ambos, entre amores y ensueños, se refieren a la decisión bolivariana de crear un nuevo país. El propio Libertador le comunica que marcha a Chuquisaca a crear la nueva República y ella se congratula por tal decisión que, inferimos, ha machacado en la mente de su amante para hacerla realidad.
El novelista explicita este compromiso emocional de ella en medio de los incendios del amor y su reiterada insistencia para que Bolívar de el salto y respalde el pedido de Sucre. Un poético acto de amor sería, en consecuencia, el verdadero germen de la nación. Se trata de una metáfora a la vez que de una afirmación. En los hechos el proceso de nuestra independencia transitó por el heroísmo, el oportunismo y el cálculo en partes iguales. Se construyó en sangre, en marchas y contramarchas, en batallas sin cuento y un doloroso parto que mucho le costó a Charcas durante toda su vida republicana. Pero aún contando con esta evidencia, es menester aceptar que en el momento del desenlace, desde la llegada de Sucre al Desaguadero, la famosa y polémica entrevista del mariscal de Ayacucho con Olañeta, el célebre decreto de febrero, hasta los rezongos bolivarianos ante tal cuestión, el poder de decisión estuvo en manos de este último, envuelto en esos días en un flamígero amor con Manuela, cuya rabiosa vocación independentista esta fuera de toda duda. Si a eso le sumamos la correspondencia documentada que el novelista ha adornado con hermosos textos de su invención, en los que Manuela aparece como la más ferviente defensora, no sólo emocional sino estratégica para justificar la creación de Bolivia, encontraremos un escenario perfecto para bendecir el matrimonio entre los deseos idealizados y la realidad concreta.
Como en todo, parte y parte. La independencia boliviana fue uno de los procesos más largos y de desenlace más sorprendente de los que se podía avizorar en América, no se explica por tanto en el corto periodo que media entre febrero y agosto de 1825. Pero eso no quita que estuvo muy vinculada a los estados de ánimo y las pasiones del árbitro de su destino, Bolívar. Entonces, la influencia directa más importante sobre él le llegaba desde el flanco de Manuela.
El amor de la pareja es leyenda, es historia, es uno de tantos ejemplos en los que la estatura de dos seres humanos se mide en la totalidad de sus compromisos pasionales. Hay coherencia total entre el político, el militar, el pensador y el amante, lo hay entre la esposa desencantada, la política independentista, la transgresora, la mujer sagaz y la amante. De todas las explicaciones, es sin duda mucho más deseable –que no necesariamente la más exacta-, la generosidad del amor y su fruto, la nueva nación que llena el vacío del hijo imposible, que la tensa trama entre el vencedor de Ayacucho y el astuto y visionario doctor charquino.
Vale aquí, además, dar una vuelta al espejo y pensar a Bolívar como el amante de Manuela y no a ella como la amante del Libertador, no en aras de satisfacer el feminismo, sino en homenaje a una mirada horizontal e igualitaria, para romper aquel estúpido estigma que caracterizó siempre a la expresión “la amante de” colocando a la mujer como un simple y banal objeto de deseo.
Carlos Hugo Molina en su novela nos desafía a mirar con un sentido más humano, lo que la historia tan frecuentemente fría, no deja entrever.
Hola Carlos:
Interesante apreciación, acorde a los tiempos que corren.
Un abrazo desde España
Es interesante conocer la historia con un toque de romanticismo y sentimentalismo humano, aquellas frías situaciones que acontecieron en el pasado fueron de hombres y mujeres con emociones y pasiones demostradas implícitamente en sus vidas pues los relatos cotidianos y comunes nos informan de luchas, sublevaciones y encuentros sociales objetivos.