Publicado en La Razón el 11 de abril de 2010
El periodo post electoral nos ha dejado lecciones interesantes, más allá de los resultados en sí mismos. El impresionante espíritu democrático de una sociedad que ha respondido siempre con un sentido de deber cívico y una conciencia clara de que en un momento de cambio histórico tan importante, el voto cuenta.
Desde 2005 a hoy hemos tenido niveles de participación de voto muy superiores al promedio histórico de la etapa democrática anterior. La gente no se cansa de votar y está dispuesta a decir su palabra y, a pesar de todo, a creer todavía que ésta vale y que debe ser escuchada.
La evidencia de que las actitudes esenciales de quienes gobiernan no cambian y no parece que vayan a cambiar. En otras palabras, que no hay una relación de causa y efecto entre el mandato popular y el ejercicio de poder de los gobernantes. ¿Por qué?, porque el éxito electoral del Presidente y su gobierno ha sido demasiado alto y reiterado, al punto que ha roto amarras con la realidad. Si se hace una evaluación de los procesos electorales, Morales y su partido han ganado las presidenciales de 2005, la de constituyentes y el referendo autonómico de 2006, el revocatorio de 2008 y las presidenciales de 2009; en todos los casos con porcentajes muy altos que establecieron legitimidad y poder muy significativos para el mandatario.
Las elecciones de gobernadores y alcaldes de hace una semana ratificaron un triunfo global del oficialismo pero, por primera vez en cinco años, el Presidente y su gobierno han sufrido desportillamientos no poco importantes, al punto que su éxito en Pando, Chuquisaca y su ascenso muy significativo en Beni, han quedado opacados por algunos descalabros de magnitud.
En ese escenario la verdadera pesadilla del Presidente ha sido La Paz. Rápidamente se afirma, y es verdad, que no se puede comparar una elección presidencial con una de gobernadores y alcaldes, pero convengamos en que es la primera vez que un Presidente hace campaña abierta, lado a lado con los candidatos oficialistas y usando todo el poder de los medios de comunicación y de los recursos del Estado – de modo descarnado por cierto – y recordemos también que es la primera vez que se produce una elección de este tipo apenas cuatro meses después de los comicios presidenciales. En tiempo tan corto y con ese contexto, Morales que obtuvo el 80 % de los votos en el departamento de La Paz, tiene al señor Cocarico elegido con 48 %, 30 puntos por debajo del resultado de diciembre. Su 87 % en El Alto ha descendido a 39 % con Patana (¡50 puntos menos!). En la sede de gobierno se ha desplomado de 64 % a 35 %, con la pobre candidatura de la señora Salguero. Más de uno en el Ejecutivo estará preguntando quién descabezó a Patzi y lo condujo a fabricar adobes en vez de ser gobernador paceño. El departamento en el que Morales había adquirido un halo de invencibilidad se le desmorona en menos de cuatro meses y por si fuera poco, el supuesto apéndice del masismo, el MSM, demuestra autonomía, voto propio y coloca a Juan del Granado como una figura política con peso significativo.
Complementa el cuadro de malos resultados la estrepitosa derrota en la alcaldía de Oruro y el triunfo anunciado del opositor Joaquino en Potosí, con lo que el MAS pierde las tres capitales de los departamentos que simbolizaban su indiscutida hegemonía en occidente.
La otra cara de la medalla es el norte, el oriente y el sur, lamentablemente contaminada por las denuncias de fraude y el injusto y atrabiliario zarandeo a un poder del Estado como es el órgano Electoral. Descontemos Pando que es, desde octubre de 2008, un cuartel militar bajo control gubernamental. En Beni, al contrario de lo hecho en los Andes, la candidatura de Jordán fue un acierto que colocó al MAS en una posición más que interesante en el conjunto de ese departamento. En Santa Cruz, Justiniano mantuvo una presencia masista muy significativa aún en la derrota. En Chuquisaca, el área rural recuperó para Morales el control de la gobernación y en Tarija, a pesar de la notable elección lograda por Cossío, el quiebre generado por la “autonomía regional” del Chaco genera una fractura y un potencial foco de conflictos, dado el triunfo masista en la región “disidente” que hará de Tarija un departamento polarizado y enfrentado.
Cochabamba es un caso aparte, es quizás el departamento más estable, en la lógica de control de Morales, donde está además su corazón sindical y combativo, el de la producción de coca cuyo destino mayoritario –no lo olvidemos- fue y es la cocaína. Novillo en este caso se consolida como una de las figuras más sensatas y moderadas del partido de gobierno.
Otro análisis merece la cuestión urbana. De las diez principales ciudades del país, el MAS ha perdido en siete. El dato es muy relevante por dos razones, profundiza la brecha entre campo y ciudad, lo que no es buena noticia para nadie y, lo más importante, es evidente que el Presidente ha perdido en esta elección una parte significativa de la clase media urbana que quizás aún apuesta por el cambio e incluso por él mismo, pero que le ha dicho de modo inequívoco que esta manera de gobernar y esta forma de manejo absoluto, excluyente y autoritario del poder, no es lo que sus adherentes de diciembre esperaban.
Ese es el mensaje crucial, probablemente el más importante de estas elecciones. La pregunta es ¿El votante será escuchado? En una primera lectura de los días inmediatos a la elección, la respuesta parece un no categórico, sin embargo el gobierno está todavía a tiempo de entender que rectificar y cambiar de rumbo en cuestiones éticas y en temas referidos a un verdadero espíritu democrático, no es ni retroceder ni traicionar nada.
El problema es que no siempre hay una correlación entre lo que manda la razón y lo que mandan los instintos. En eso, los predadores serán siempre predadores.
Muy buen artículo, Carlos. Sus análisis son cada vez más profundos.
El circo debe continuar, o como diría esa canción de Queen, «The show must go on». No se trata tan sólo de que los predadores quieren seguir la caza, sino este gran circo del proceso de cambio.
Parafraseando a Evo, «yo no puedo entender» como se pierde tanto tiempo en disputas estériles en vez de trabajar por el país. «Yo no quiero pensar» que haya gente que gasta dinero y canales del pueblo para hacer politiquería.