Del «Estado aparente» a la impostura del «Estado integral»

Publicado en Nueva Crónica 58

En Bolivia vivimos el desarrollo de una gran revancha histórica y la invención de un Estado que no es otra cosa que la sombra del Estado heredado, del Estado que se construye desde hace milenios y que no se puede partir en pedazos, ni se puede cortar como un queque.

El Estado Plurinacional que dizque sustituye al “Estado Aparente”, el que, según los nuevos profetas del cambio, fue propiedad de las elites que nunca pudieron hacerlo real porque nunca lograron una “relación orgánica óptima” entre Estado y sociedad, el que era una cáscara sin sustento, no es otra cosa que la suma de “la ilusión juridicista y la ilusión pedagogista”, pero en este caso ambas ilusiones están expresadas en las treinta y seis “naciones” cuya expresión es la “plurinacionalidad” que enmascara la búsqueda de la hegemonía andina, más que eso, la del dominio absoluto de lo aymara por encima de todo otro horizonte social y cultural. Para dar la impresión de universalidad este “nuevo Estado” se ha inventado un conjunto de “naciones” que ni existen ni existieron. Para ello se jugó con la confusión intencional de conceptos como nación, pueblo y etnia.

¿Treinta y seis naciones? Pasando por alto el hecho de que ocho de ellas tienen menos de quinientos integrantes, dos tienen menos de cincuenta miembros, una no existe y una está en territorio peruano, digamos que no hay un sólo esfuerzo estatal por la preservación de la mayor parte de las tales “naciones”, sus lenguas, culturas, espacios geográficos, características de vida y situación de sobrevivencia, para no mencionar la absoluta imposibilidad de aplicar el criterio de lenguas oficiales a ¡treinta y seis!, que para empezar debieran ser usadas simultáneamente en todo documento oficial del ilusorio Estado Plurinacional.

Lo que vemos no es otra cosa que la dictadura inmisericorde de los antes llamados “colonizadores” (otra de las ironías, que los indígenas andinos sean los colonizadores de las tierras bajas en tiempos en que la palabra colonización está maldita), que llegan sin cesar para recibir centenares de hectáreas por familia en la Amazonía, la Chiquitanía y el Chaco ¿Con el espíritu de armonía entre ser humano y naturaleza? No, con un objetivo más simple y objetivo, la necesidad de instalarse y vivir mejor, subrayo, mejor, que en sus lugares de origen en las alturas andinas. Para vivir mejor, los colonizadores aymaras y quechuas necesitan producir y para producir necesitan chaquear por la vía del corte o por la de la quema, y cultivar, porque no hay políticas de Estado para otra cosa. La consecuencia, demás está decirlo, es que, igual que los poderosos empresarios depredadores del medio ambiente en aras del lucro, los colonizadores andinos están destruyendo sin pausa el equilibrio ambiental de las tierras bajas.

“Armonía” que se traduce también en el envío sin límite de habitantes del Ande a tomar poco a poco, sin prisa pero sin pausa, varios parques nacionales. Hermanos aymaras y quechuas que demandan en esas áreas protegidas la construcción de caminos “de penetración” para el desarrollo (palabra que los otrora “compañeros campesinos” usan con el mayor de los entusiasmos), que execran y piden la suspensión de entrega de territorios a los indígenas de los llanos que, en su opinión, reciben injustamente grandes extensiones en perjuicio de las demandas de ellos. Defensa de la Madre Tierra que prescinde del hecho incuestionable de que la mayor parte del territorio boliviano es poco apto para la agricultura

Para intentar enmascarar esta realidad se concibió la genial “recuperación” de una visión de complementariedad entre hombre y medio ambiente –y aquí la inventiva- con una “filosofía” tan hermosa como vacía: Vivir Bien. Difícil ecuación ésta, la de vivir bien cuando el país se debate en porcentajes de más del 60% de pobreza absoluta. Vivir bien sin agua potable, sin saneamiento básico, sin educación de calidad, sin salud accesible, con pisos de tierra en la mayor parte de las viviendas, con miles y miles de compatriotas vestidos casi con harapos, con ingresos mensuales frecuentemente inferiores a los trescientos cincuenta bolivianos en el área rural. ¿Vivir bien a partir de qué parámetros? ¿Cuál es el modelo de vivir bien en este contexto? ¿Cómo prescindir del concepto: Vivir Mejor, cuando, si no se cambia para mejor la situación de ese inmenso porcentaje de bolivianos sumidos en la marginalidad hoy, será imposible cambio alguno en condiciones de vida que no sólo no representan el “vivir bien”, sino que son la expresión más brutal del vivir mal, o pésimo, en condiciones inhumanas en suma. El asunto pasa, en consecuencia, por la necesidad de diferenciar las metáforas literarias y los juegos pirotécnicos de la cruda realidad. Para ello no se necesita ser creyente en la cosmogonía andina, budista, brahman, judío, musulmán, cristiano o ateo, se necesita proponer un cambio esencial de mentalidad que asuma aquello que la humanidad puede aportar desde cualquier vertiente para salvar al planeta. Se debe terminar con las posturas falsamente “anticapitalistas” y reconocer que los aportes de Occidente a esta reflexión dramática de hoy son inexcusables, como lo son los aportes de las otras culturas de la humanidad para encarar respuestas globales a un problema global.

¿Vivir bien, respetando a la Madre Tierra? El “Apu Mallku” y Presidente Morales Ayma, que hará la gran reunión de la defensa de la Naturaleza en abril, es el promotor número uno de la producción de coca y su perverso mecanismo de destrucción sistemática de nuestros suelos y aguas, no sólo por la vía de los químicos, sino por la del agotamiento de tierras usadas sin respiro para el cultivo de plantas de coca cuyo destino es fabricar cocaína. Sí, coca para la cocaína bajo el disfraz de la ritualidad y de su valor ancestral. Una hoja de coca que sirvió para esclavizar a millones de indígenas en tiempos de la colonia española. Parece olvidar el Presidente que en tiempos prehispánicos la hoja jamás fue de uso masivo y que el consumo “tradicional” fue inventado para sujetar, para engañar el hambre y para hacer que el indígena rinda más a menor costo, siempre en favor del explotador. Ese “rito ancestral” se consagra ahora para justificar la producción de coca, de la que más del 80 % se transforma en pasta base, bazuko, crack, líneas para ser aspiradas o mezcla para ser  inyectada. De ese modo, mientras los yatiris dejan caer unas pocas hojas sobre el aguayo para leer el pasado y adivinar el futuro, o para hacer sacrificios a sus dioses ancestrales, cientos de miles de bolivianos acullican por costumbre, por necesidad o por adicción y millones de gringos y por supuesto miles de compatriotas, usan “la blanca” por razones “recreativas” o por adicción irremisible.

El gestor de la defensa de la Pachamama hace apología del rentismo que, producto del mercado capitalista, de la bolsa y los precios regulados por el nefasto mercado,  le ha permitido casi quintuplicar las exportaciones del país. Si se revisará en este tema un discurso del Presidente Barrientos en los años sesenta del siglo pasado y los del Presidente Morales hoy, no encontraríamos diferencias ni de filosofía, ni de concepto, ni de propuestas; encontraríamos lo obvio: desarrollismo puro y duro ¿En qué se diferencia el modelo de Morales de extracción y explotación de los recursos, del modelo universal del capitalismo retrasado del que no para de hablar como si del demonio se tratase, o del socialismo real depredador del medio ambiente, cuyo más admirado líder es el ex Presidente Castro?

¿Hay algún nuevo discurso en torno a nuestra base productiva? ¿Es Jindal ese nuevo modelo, o San Cristóbal, o las petroquímicas e hidroeléctricas que se planifican, o la crónica dependencia de nuestras materias primas y sus precios? ¿Hay alguna diferencia entre el ciclo de la plata, el estaño, la goma, y el actual ciclo del gas y la coca? ¿De qué nuevo Estado habla el inventor primero del “capitalismo comunitario”, transformado a última hora en “socialismo comunitario, bolchevique y katarista”? ¿De qué anticapitalismo hablamos, si el Presidente, su ministro de Hacienda y su presidente del Banco Central se ufanan de que el Fondo Monetario, expresión luciferina del demonio mayor, el “neoliberalismo”,  ha dado su bendición al gobierno por su magnífica política macroeconómica? Magnífica y muy seria, sin duda. Hay que felicitar al ministro Arce por dos cosas, su excelente aprendizaje en la escuela “neoliberal” en la que estuvo durante tantos años antes de ser ministro y su gran imaginación para pretender desmarcar su política eficiente y ortodoxa de cualquier tufillo “neoliberal” con argumentos que no resisten  un soplo, sobre todo cuando la estructura del presupuesto nacional ha cambiado poco en comparación al periodo anterior a 2006, a más de aumentar el gasto de la administración central varias veces e incrementar menos de lo que se podría la inversión pública. Estos incrementos, clásicos en cualquier modelo de Estado “neoliberal”, responden a los ingentes ingresos que recibimos gracias a los precios internacionales y a pesar de nuestra menor producción de hidrocarburos. Lo que no hace otra cosa que ratificar una irredenta política rentista ya secular.

Educación intercultural y bilingüe. Sí, heredada del “Estado aparente” y mal aplicada hasta ahora. ¿Y la alfabetización? Cierto, es un aporte del internacionalismo cubano que no debemos ni desconocer ni desdeñar, como tampoco las acciones de salud con esa misma filosofía. ¿Bonos? Uno robado al “Estado aparente”  y dos copiados de estados de derecha, centro e izquierda de América Latina, sean México, Brasil, Chile o Venezuela ¿Qué diferencia? “Neoliberales”, moderados y “bolivarianos” implantan bonos a diestra y siniestra, cosa que está muy bien, pero que además de no atacar nuestros problemas sociales estructurales, muy poco tiene que ver con la cosmogonía andina y con la entelequia denominada “Vivir bien”.

Autonomías. Sí. Tomadas del “Estado aparente” por el Estado Plurinacional. Proceso que ratifica el triunfo de una región –Santa Cruz- que las demandó por décadas y que fueron asumidas de modo militante por el penúltimo gobierno anterior al de la “Revolución Democrática y Cultural”. Que el actual ministro de Autonomías intente decirnos que estas autonomías son diferentes al proyecto de la oligarquía, es otro más de los juegos de prestidigitación para apropiarse de ideas ajenas. Cuando vivamos el desorden y el absoluto absurdo de la superposición de autonomías, se verá que los aportes del actual gobierno, lejos de mejorar las autonomías, las han convertido en una peligrosa caja negra. Para no mencionar el éxito incuestionable y verdaderamente revolucionario del pasado “neoliberal” con la Participación Popular, concebida y aplicada en el primer gobierno de Sánchez de Lozada, el paso verdadero más importante a favor de la mayoría indígena y su derecho de tomar decisiones por sí misma en las dos últimas décadas, sin la que nada de las autonomías indígenas a punto de ejecutarse hubiese sido posible.

Por fin se reconoce la igualdad. Sí. Porque el “Estado aparente” hizo en 1952 la más profunda reforma agraria de nuestra historia, le dio el voto a todos los bolivianos y por primera vez a los indígenas –hace ya ¡cincuenta y ocho años!-, hizo el código de la educación que la universalizó incorporando al ámbito rural sin exclusiones. El “Estado aparente” aprobó también la ley INRA en 1996 que reconoció las tierras comunitarias de origen y convirtió en estructuras espaciales de propiedad absoluta de los indígenas de las tierras bajas sus territorios ancestrales, e impuso por añadidura un impuesto al latifundio e incorporó el concepto de función económica y social de la tierra.

En 2004, el “Estado aparente” reconoció constitucionalmente la Asamblea Constituyente y el derecho del pueblo de elegir por voto directo a sus constituyentes, eliminó el monopolio de los partidos e incorporó el derecho de presentar candidatos en todos los niveles electorales a agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas, aunque ahora la peculiar idea de democracia del Estado Plurinacional es la del autoritarismo, sobre la relación “orgánica óptima” de partido único. Ese mismo “Estado aparente” creó la institución del Referendo en tres niveles; nacional, departamental y municipal y lo aplicó para girar 180° la política de hidrocarburos que subió los impuestos sobre el gas de un 27 % a un 53 %  y que, por cierto, dio lugar a una ley –redactada por dos ideólogos, uno del MAS, hoy preso y otro de la NFR, hoy prófugo- tan incoherente y contradictoria, que la nueva Asamblea está obligada a cambiarla para hacer posible que el mecanismo capitalista de inversiones estatales y privadas de transnacionales, subrayo, transnacionales, exploten nuestros recursos como el gas, el litio o el agua, con condiciones iguales o más lesivas que las que se otorgaban en los tiempos del “Estado aparente”.

El “Estado aparente” le ha dado todos los insumos ideológicos a esta ficción de Estado Plurinacional. Entre 2002 y 2006, sin tener ninguna Constitución Plurinacional, gran parte y/o la mayoría de los integrantes del Parlamento y de la Asamblea Constituyente fueron indígenas y se eligió al actual Presidente indígena que en realidad es la expresión más acabada de lo mestizo.

Algunos analistas como Javier Medina que defienden con complejas y repetitivas aproximaciones político-teológicas (hace ya innumerables años y páginas) al nuevo Estado Plurinacional, pretenden descalificar la defensa de los valores democráticos esenciales, los derechos humanos, el estado de derecho, la independencia de poderes y la necesidad de pesos y contrapesos en la política, con la lógica insólita de que en el pasado tales mecanismos nunca funcionaron (lo cual podría debatirse con calma y caso por caso). En la circunstancias actual y siguiendo esa disparatada base argumental, no hemos tenido que esperar doscientos años, con sólo cuatro ha sido suficiente para confirmar la impostura del nuevo modelo “democrático indígena-plebeyo”, basado en el prebendalismo, la más rancia dictadura sindical de raíz europea, la corrupción, el discurso único y la política del amedrentamiento apoyada en la aprobación de leyes que nada tienen que envidiar a los modelos occidentales más crudos del fascismo y del socialismo real.

La defensa de valores que garanticen, en una visión humanista, la certeza de construir sociedades más justas, está más allá de la constatación -amarga por cierto- de lo difícil que es aplicarlos. La descalificación de un modelo debe hacerse sobre bases argumentales, no sobre la casuística. Defensa legítima de cada individuo y defensa legítima de una colectividad.

Si antes de 2006 vivimos un “Estado aparente”, ahora vivimos la impostura del “Estado Integral”. Ninguna de las dos cosas es verdad. Hoy vivimos la compleja construcción de un Estado cuyas raíces son mucho, mucho más profundas que las pocas hilachas del “Nuevo Estado” que han crecido desde el 22 de enero de 2006.

2 comentarios en “Del «Estado aparente» a la impostura del «Estado integral»

  1. Estimado Carlos:

    Comparto muchas de tus posiciones. Leo siempre tu blog.

    Cuidate Carlos y mucha suerte en los juicios con la ley guillotina. Muchos bolivianos sabemos quién eres. Así que no te preocupes en elevar tu voz. Tienes más autoridad moral que ellos. No se si eres un santo, pero si eres mas recto que ellos.

    Un abrazo.

    Ana Posnansky

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