
Jorge Sanjinés, José de Mesa y Teresa Gisbert reciben el premio Nacional de Cultura 1995 en el Museo Nacional de Arte
LA DONACIÓN DEL PATRIMONIO DE LOS ESPOSOS JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT AL ESTADO Y AL PUEBLO BOLIVIANO, HA CONSISTIDO EN:
1.- 8.600 LIBROS
2.- CASI 300 OBRAS DE ARTE ENTRE CUADROS, DIBUJOS, GRABADOS Y CERÁMICAS
3.- ALREDEDOR DE 30.000 FOTOGRAFÍAS REALIZADAS POR ELLOS MISMOS COMO REGISTRO DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO DE BOLIVIA Y PERÚ.

14 de febrero de 2019, en el acto de entrega de la donación de los esposo Mesa y Gisbert en el Museo Nacional de Arte. Sergio Prudencio, Álvaro García Linera, Rossana Barragán, Eduardo Paz y Carlos de Mesa
Palabras de Carlos Diego de Mesa Gisbert en la ceremonia de donación del patrimonio de su familia que contó con la presencia del vicepresidente Álvaro García Linera:
«Debo decir a nombre de mis hermanos, Andrés ausente ya que vive en Barcelona y trabaja siguiendo las huellas de nuestros padres en la construcción del Templo de la Sagrada Familia, Isabel, Teresa Guiomar, sus nietos y sus bisnietos, que para nosotros ésta es una celebración de de dos vidas que entregaron todo su talento, su compromiso, lo que fueron y lo que son hoy a través de su obra, a Bolivia.
Este acto tiene que ver con el cumplimiento de un legado y un compromiso. El 15 de junio de 2001 mis padres y nosotros, sus cuatro hijos, firmamos un documento que era una promesa solemne. José y Teresa nos dieron un mandato muy claro que se expresa en un fragmento de ese texto:
“Ratificar nuestra decisión de donar al Estado Boliviano los bienes culturales adquiridos en el curso de nuestra vida, donación que hacemos conjuntamente con nuestros hijos, Carlos, Andrés, Isabel y Teresa Guiomar, creemos que esta donación tiene un valor artístico e intelectual que puede ser beneficioso a la comunidad nacional”.

La biblioteca Mesa y Gisbert ya instalada en Sucre en el edificio del Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia (la foto muestra una parte de la donación)
Estas líneas expresa una conciencia, la naturaleza de lo que ellos entendían por su vínculo con el país en el que nacieron. No solamente su tarea intelectual que ha marcado un hito fundamental para el conocimiento del arte boliviano y su interpretación, sino su decisión de dejarle un testimonio material de carácter personal, aquello que tiene una importancia crucial en quienes dedican la mayor parte de sus vidas a la reflexión, el estudio, la investigación y la creación: el valor de los objetos como una huella, como una parte inseparable de la vida. No el objeto pensado en su valor material, sino en aquello que tuvo de uso, de referente, de representación de sus personalidades, de un ancla espíritual y símbolica de su identidad intelectual.
Muchas personas y periodistas nos han preguntado a mis hermanos y a mí, en cuánto estimamos el valor monetario de la donación, nuestra respuesta ha sido, “ni siquiera hemos intentado hacer un cálculo”, porque si lo hubiéramos hecho, contaminábamos lo esencial, le quitábamos el sentido a la decisión de mis padres. El objeto no en tanto suceptible de una transacción comercial, sino como algo que puede ser útil a la comunidad de la que formaron parte. Esos objetos que toman algo de sus personalidades, como si tuvieran una vida particular y autónoma, una huella, las migas de pan que dejaron en el camino de la vida para orientar a quiens los han seguido, los siguen y los seguirán.

Una de las casi tres centenares de obras de arte que fue parte de la donación
Si nosotros nos hubiéramos quedado con ese patrimonio y lo hubiéramos dividido entre los cuatro hermanos, y después lo hubieran dividido nuestros hijos y nietos, hubiéramos hecho desaparecer la magia, la significación de lo que representó esa tarea, la magia de lo que fue trabajar, aprender, construir a partir de los objetos. Para empezar el libro, como un material fundamental de disfrute, de conocimiento, de investigación, de enriquecimiento de su propia visión con relación a los trabajos que llevaron a cabo durante seis décadas. Pero también el objeto de arte en sí mismo, los cuadros que rodearon a mis padres a lo largo de su vida y que estaban acompañándonos también a nosotros en el escritorio, los dormitorios, los lugares que compartíamos, el comedor… ese entorno era parte de nuestras vidas, no es que pensáramos en arte o en cultura, es que estábamos mirándola, viviéndola, respirándola, escuchándola de ellos. Eso fue lo más valioso de ese mundo familiar que disfrutamos.
¿Qué sentido tenía separar su memoria de esos objetos? La lógica de José de Mesa y Teresa Gisbert fue más o menos esta: “queremos, como hemos hecho a lo largo de nuestra vida, que estos objetos que son nuestra huella, queden en el patrimonio nacional”. Para ellos también era muy importante una idea que quienes sean herederos de patrimonios similares deberían considerar. Hay que fortalecer los repositorios del Estado que han ido construyendo una memoria que es tan importante para todos los bolivianos. Es el caso del Archivo y Biblioteca Nacional o el Museo Nacional de Arte -que tiene un particular valor sentimental para mi familia- y el de otros repositorios nacionales que se enriquecen en vez de fragmentarse en diferentes espacios que pueden ser muy valiosos, pero que quizás no tienen la fuerza del conjunto de los repositorios del país.
Permítanme destacar que la Fundación del Banco Central de Bolivia es sin duda el lugar idóneo para hacer esta donación. Conversamos con su director Cergio Prudencio, establecimos algunos parámetros comunes y respetamos la lógica que, creo que ha sido la adecuada, del destino de cada una de las partes donadas del patrimonio paterno, creo que esto es muy importante. Sabemos que el material que hemos entregado va a ser tratado con afecto, con el afecto de los investigadores y, sobre todo, con la seguridad de que se protejerá adecuadamente. Mi hermana Teresa Guiomar y yo hemos tenido la oportunidad de estar en Sucre y hemos visitado el Archivo Nacional a pocas semanas de haber entregado los libros de nuestros padres. Hemos comprobado que están perfectamente colocados en los anaqueles adecuados, en el orden correspondiente, y se está trabajando ya en el registro especifico de cada uno de esos objetos, lo que prueba que se están haciendo bien las cosas. Esto debe destacarse, independientemente de la posición personal que uno tenga en un momento circunstancial.
Por eso, Andrés, Isabel, Teresa Guiomar y yo nos alegramos de haber entregado esos bienes a la Fundación del Banco Central de Bolivia.
En este contexto no puedo menos que destacar el trabajo que representa la iniciativa de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, cuyo nivel es excepcionalmente alto. Si hay algo que lamento profundamente es que mi madre no pueda ver esta quinta edición de su libro Iconografía mitos indígenas en el arte (1980) que se presenta coincidiendo con nuestra donación, que es muy superior a las cuatro ediciones anteriores, desde el punto de vista de su forma editorial, del objeto de arte como tal que es este libro, que además ha respetado letra a letra lo que mi madre escribió. La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia es otro ejemplo de una tarea colectiva realizada por la Vicepresidencia del Estado que debe destacarse.

Teresa Gisbert en el atrio de una iglesia del altiplano, preparando un cuadro para ser fotografiado
Hago también una reflexión vinculada a esta donación. El recuerdo del trabajo del día a día que hicieron José y Teresa de registro fotográfico de más de centenares de miles de piezas, levantamiento de planos y catalogación desde el Cuzco hacia el sur, por el altiplano boliviano y los valles y finalmente, el oriente boliviano. Mis hermanas no los acompañaban porque eran muy pequeñas, pero Andrés y yo íbamos con mis padres en algunos de esos viajes por ciudades y pueblos, ayudando a medir las dimensiones de una iglesia, los levantamientos necesarios para hacer los dibujos adecuados, bajar los cuadros y las esculturas de paredes y retablos para permitir fotografiarlas al aire libre, y tener el registro de innumerables obras que una vez fotografiadas se convertían en un material que había que procesar. Lo hacían mi tío Cecilio Abela y mi padre. Horas de horas en la cámara oscura revelando ese material.

En 1961, José de Mesa con el Principe Felipe de Edimburgo
Y qué puedo decirles de este edificio que acoge este acto, el Museo Nacional de Arte. La restauración de su estructura arquitectónica y su habilitación museística es un trabajo que llevaron a cabo José de Mesa y Teresa Gisbert en el diseño de la recuperación del edificio en términos arquitectónicos y en la supervisión directa de obra entre 1962 y 1966. Recuerdo haber acompañado a mi padre a la obra, allí daba las instrucciones de trabajo al constructor, observaba errores, promovía modificaciones desde el patio del actual museo, o subido en algún andamio. Escuché también a mis padres debatir como se iba a resolver el tema de la fachada exterior principal que está en la calle Socabaya. Fue una vivencia muy intensa que se complementó cuando mi madre fue Directora del Museo Nacional de Arte, lo que de algún modo cerró el circuito completo del trabajo de ambos en la restauración de este edificio.
Creo que culminamos así esta celebración, en el lugar que ellos hubieran escogido para hacerla, la celebración de dos vidas que compartieron juntos sesenta años. Parte de esa vida en común fue la construcción de una familia que hoy se siente orgullosa de lo que fueron e hicieron. La otra parte fue el desarrollo de una mirada sobre nuestro pasado, primero el registro descriptivo de una historia, después su interpretación. Iconografía y mitos Indígenas en el arte es una prueba del trabajo conceptual y teórico, como resultado, por ejemplo, de la tarea conjunta de José de Mesa y Teresa Gisbert en Arquitectura Andina que se publicó en 1985 después de una edición preliminar de 1966, que es toda la conceptualización de la idea del arte mestizo que en el caso de José de Mesa y Teresa Gisbert tiene una evolución en el trabajo de mi madre en esta mirada de capas superpuestas que sobreviven y que están en dinámica permanentemente.
No puedo menos que agradecer este momento tan intenso emocionalmente para toda nuestra familia, para quienes fueron discipulos de mis padres, para sus amigos que aún viven. La voz de Teresa que resuena en estas paredes explicando su visión de arte y mitos indígenas, ha sido el marco perfecto para este instante mágico. Su sonido en un tono tan inconfundible me retrotrae a las conversaciones tan extraordinarias que tenía con ella, su voz cálida que escuché no sólo en lo intelectual, sino como hijo pequeño, cuando tenía ocho o diez años y sentía el calor y la proximidad de mi madre cuando estaba enfermo y ella se acercaba y me daba un beso y me consolaba.
Esta celebración de la vida es también un testimonio que quiero subrayar. Lo que estamos haciendo es el reconocimiento de una sociedad a dos personas, José de Mesa y Teresa Gisbert y su contribución a la cultura y al patrimonio de nuestra Nación. Aquí estamos todos juntos, los representantes del Estado y nosotros. Más allá de cualquier consideración política quiero destacar el hecho de que somos capaces de compartir este momento de celebración de un país que puede sentirse orgulloso de sus hijos».
La Paz, 14 de febrero de 2019