El Presidente nos amenaza con una Ley contra la mentira. Comenzó diciéndolo en tono ligero en un discurso, pero poco a poco nos dimos cuenta de que va en serio, que no es una idea que mencionó al pasar, parece una decisión tomada que presentará a consideración de su Asamblea Legislativa.
En este punto es legítimo preguntarse ¿Habla en serio? ¿El Presidente es la persona adecuada para proponer una Ley contra la mentira? Aún suponiendo que lo fuera, todos sabemos que de lo que se trata, como otras tantas normas a la carta de su gestión, es de un nuevo instrumento para restringir más los derechos constitucionales de todos.
La respuesta ante tal admonición debe darse en el marco de la defensa de nuestro derecho de libre pensamiento y libre expresión. No se debe caer en la trampa del miedo o, peor, la falsa certeza de que ante el autoritarismo y el secuestro de la democracia y sus instituciones, o se escoge la violencia o se acepta el imperio de los fuertes y atrabiliarios con resignación.
La nueva “legalidad” es una imposición que vulnera nuestro pacto social, es una construcción perversa que busca apropiarse de las reglas y su administración. En este contexto, no hay cosa peor que la ambigüedad. Desde el poder se arma un nuevo andamiaje, una estructura totalitaria torpemente disfrazada. La secuencia es muy obvia, pero funciona mejor de lo que esperaríamos. La mentira dice ser verdad y acaba confundiendo. Cuesta entender que una buena parte de la población poco educada, mal informada, o francamente manipulada termine, en el mejor de los casos, por dudar y en el peor por creer, pero es así. El 21F, sin embargo, demostró que la fórmula de la mentira no es infalible.
El voto manda pero, a la vez, le da poder al mandatario. La hipótesis es que ese mandato se circunscribe al cumplimiento de la Constitución. Pero el mandatario que ha recibido un poder muy grande, lo usa a discreción. Los dos tercios le permiten cambiar lo que quiera cambiar. El mecanismo de control, la consulta popular denominada Referendo, es una salvaguarda teóricamente invencible. Sí, salvo que el mandatario haya aprovechado su tiempo con habilidad sibilina y en el ínterin haya colocado bajo su férrea mano al Poder Judicial. Cuando la Asamblea, configurada por el voto del 61% de los ciudadanos, aprobó con la soltura de quien lo único que debe hacer es levantar obedientemente el brazo para aprobar lo que sus jefes ordenan, los poderosos convocaron muy tranquilos a un Referendo que –pensaron- sería un paseo. Todos, gobernantes, asambleístas, Tribunal Electoral y los propios ciudadanos pensamos que el resultado estaba cantado. Pero cuando las cifras preliminares llegaron al Palacio Quemado reinó la confusión. Las cifras no iban bien, el sí perdía. Los malabarismo verbales del segundo mandatario, la equívoca noción del empate técnico y la afirmación de que el Referendo se ganaba aunque fuera por un voto, mostró, no la voluntad democrática de quien se sabe perdido, sino la seguridad de que si la diferencia era mínima se podía encontrar una “solución…” No la hubo, no hubo solución, o porque el Tribunal Electoral venció por su convicción democrática resguardando el resultado, o porque literalmente no había tiempo para esa “solución”.
Los dos mandatarios mintieron cuando dijeron que un voto es suficiente o que si perdían reconocerían la derrota. El Tribunal Constitucional se encargó del trabajo sucio… Curiosamente ninguno de los dos gobernantes parece hacer una relación de causa y efecto entre esa flagrante evidencia y la pretensión de hoy de aprobar una Ley contra la mentira. Es sugestivo, pero quizás a fuerza de enajenación, aislamiento y repetición de determinado mantra, pareciera que el negro se ha vuelto blanco, el día noche, la luna sol y el agua tierra. ¿Son mundos paralelos? ¿Estamos todos enloqueciendo? ¿Los hechos fueron ilusión de los sentidos y las palabras que los subvierten, las nuevas verdades? No, es el efecto del poder que obnubila y destruye los espíritus. Para quienes no quieren saber de otra cosa que no sea de las veleidades del poder, la construcción de su mundo imaginado es real, en tanto lo impongan a fuerza de apropiarse de los derechos de sus compatriotas.
La “legalidad” de hoy es una mentira porque vulnera de manera sistemática la norma de normas que ellos mismos redactaron y que hoy no les sirve, porque creyeron que todos beberían el agua que nubla los ojos a la verdad por un tiempo indefinido.
Para combatir el emponzoñamiento la democracia es el arma más poderosa para la libertad, la paz y la justicia, la que el pueblo soberano se da a sí mismo, no la que ha sido envilecida por el poder arbitrario. Sí, es con los instrumentos de la democracia que se vence al a la mentira, aunque a veces parezca que es una tarea imposible. La única tarea imposible es la de la resignación.
Quien es el dueño y árbitro de laverdad¿, hay que tener mucho cuidado con este asunto porque si se adueñan de la verdad seran los dueños de la democracia.
El proyecto de una ley contra la mentira no es nada mas que el intento de un gobierno autoritatrio de tener un instrumento de control con fines políticos. Eso esta claro.
La mentira, o la verdad, pueden ser conceptos subjetivos e inasibles. El problema es que se estaría cerca de cercenar uno de los derechos humanos que es el derecho a la libre expresión, algo que los que quieren imponer esta ley posiblemente desconocen. Lo ironico es que ellos mismos estan usando los derechos humanos para motivos de reelección (uso jalado de los pelos). El solo hecho de mencionar que puede existir una ley contra la mentira puede resultar en atemorización (inteferencia de opinión) de los medios, de modo que en este momento ya se ha incurrido en falta en contra los DDHH por parte del actual gobierno.
Posiblemente sea ignorancia de las leyes, puesto que existe la figura de la difamacion que en algun caso puede usarse sin necesidad de crear ninguna ley. Pero, como ya se indico, no esta en el gobierno el apegarse a los dictados de los DDHH, no les nace. Ya anteriormente, el actual presidente habia dicho que los derechos de la Pachamama estan primero que los derechos del hombre, confusion que puede ser causada por el poco conocimiento de los DDHH.
Esto recuerda al libro de George Orwell, “1984”, que trata de un estado totalitario donde habian ministerios de la verdad y el amor, entre otros, aunque sus ciudadanos vivian una vida de pesadilla porque estaban vigilados por el Gran Hermano (cualquier coincidencia con la realidad boliviana, no parece ser casualidad). Es que parece que el totalitarismo esta enraizado en la mente del primer gobernante cuya idea es que todos sigan sus postulados, por ejemplo, los militares, y los medios de comunicacion, segun el, deberian estar con su causa, en un intento de lograr sumisión pero a costa de infringir los DDHH.
“1984” parece haber surgido en Venezuela donde Maduro creó el Viceministerio de la Felicidad (algo así como el Ministerio del Amor de Orwell), pero lo mas trágico es que posiblemente y en este momento este es uno de los países donde sus habitantes son mas infelices, de ahí que están emigrando por miles de centenares.
Entonces, estamos presenciando practicament un abuso de los DDHH, el solo mencionar el plan de crear una ley contra la mentira es ir contra los DDHH. Este es el costo de tener gobernantes que no conocen sus designios, o quieren ignorarlos, o usarlos de acuerdo a su conveniencia.