Publicada el 17 de febrero de 2013 en Página Siete, Página Siete Expres, Los Tiempos, Correo del Sur y El Potosí
Que la Iglesia Católica atraviesa una crisis profunda es tan evidente que no requiere de disquisiciones y “descubrimientos e interpretaciones” periodísticas.
Joseph Ratzinger tomó la decisión más importante de su pontificado, aquella por la que será recordado siempre, la de decirle a su Iglesia y al mundo que un ser humano, precisamente por serlo, puede llegar a la conclusión tras una larga reflexión de conciencia y en su caso a través de la oración, que no está en condiciones de cumplir las obligaciones de conducir a una de las congregaciones más importantes del planeta. Difícilmente se puede encontrar un acto de mayor responsabilidad y valentía. A diferencia de su célebre predecesor que “murió con las botas puestas”, cuando era evidente que su estado físico y muy probablemente mental eran penosos e incompatibles con su cargo, Benedicto, anciano ya, con los achaques de la edad, con serios problemas en la vista, afectado espiritualmente, pero lúcido como lo prueba su último libro “La Infancia de Jesús” (2012), optó por renunciar a tiempo.
Las razones que lo motivaron no dejan lugar a dudas. “Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”, dijo.
Ratzinger venía precedido del halo de “gran inquisidor”. Fue siempre un convencido de que la primera batalla de la Iglesia era combatir el relativismo moral que domina a buena parte de los católicos del mundo. Pretendió que la Iglesia recuperase terreno en un continente, el suyo, dominado por el laicismo y el escepticismo. Mantuvo una postura progresista en temas sociales y económicos, siguiendo la línea crítica al capitalismo y al materialismo de la sociedad consumista que la Iglesia había inaugurado en el Vaticano II. La paradoja: como uno de los intelectuales más sólidos del catolicismo estuvo próximo en sus orígenes a la Teología de la Liberación, contra la que acabó estrellándose. Una Teología, hay que decirlo, que se extravió y desdibujó en América Latina tras el entusiasmo del cristianismo revolucionario de los sesenta y setenta.
Pero todo ese “programa” se hundió dramaticamente. El enemigo estaba en casa. ¿Cómo enfrentar un mundo en crisis con una Iglesia tan profundamente penetrada por los “males del mundo”? El horror de la pederastia sistemática en buena parte de su seno, fue un golpe demoledor. Benedicto fue enérgico y claro en el tema, pero llegaba tarde, después de años de protección y complicidad criminal, después de miles de víctimas destruidas física y psicológicamente. Las sombras de Marcinkus, Calvi y el escándalo del caso “Propaganda Due” en el siglo pasado no se habían extinguido, las dudas sobre los manejos económicos del dinero vaticano volvieron a ponerse en evidencia. La traición sufrida por el Papa con las filtraciones de información confidencial hechas por su mayordomo fue, finalmente, un golpe devastador.
Su último mensaje público complementa las razones de su retiro. Afirmó que en la Iglesia hay división e hipocresía ¿Alguien necesita investigar mucho para entender porqué se va?
Cuatro cuestiones esenciales quedan pendientes. La primera: en América Latina donde viven casi la mitad de los católicos del mundo, la expansión de las nuevas denominaciones cristianas es exponencial, como consecuencia la Iglesia pierde terreno de modo constante en la región. La segunda: la disminución de vocaciones está abriendo una brecha insalvable entre el número de pastores y el número de fieles. La tercera y la cuarta que probablemente explican parte de las dos primeras: el celibato obligatorio es una condición absurda e insostenible en el siglo XXI, además de carecer de fundamento evángelico real. La imposibilidad de que las mujeres sean ordenadas y ejerzan el sacerdocio en condiciones de estricta igualdad con los hombres es un grave e inaceptable anacronismo machista.
Por su propia raíz intelectual y sus convicciones más profundas, Benedicto no era el Papa destinado a encarar estos temas, pero con gran visión ha abierto las puertas para que esos cambios puedan ser encarados por su sucesor.
Serán los cardenales, interpelados por el Pontifice saliente, quienes decidan el futuro escogiendo al hombre adecuado. Sería deseable que elijan a alguien jóven y latinoamericano, pero sería inteligente que elijan a un hombre dispuesto a ser un nuevo Juan XXIII, tenga la edad y el origen que tenga.
Benedicto XVI con esta decisión revolucionaria en una Iglesia atribulada, sienta un gran precedente. De aquí en más el cargo papal no es necesariamente vitalicio, y de aquí en más se entenderá como heroico y valiente irse cuando las condiciones físicas y mentales han abandonado al pastor, no –como hasta ahora- morir “con las botas puestas” física y mentalmente tan disminuido que no está en condiciones de conducir a su grey.
Que excelente artículo Sr. Carlos. Soy docente en Teología en Santa Cruz (UEB) y me gustaría compartir su artículo a manera de introducción de mi clase (Historia de la iglesia)
Con mucho gusto. Será un privilegio para mi.
Benedicto no fue enérgico ni claro en el tema de la pederastia; de hecho en Alemania y en los Países Bajos son miles los católicos que han realizado la apostasía debido a esto. Y ya no entro en el tema de las mujeres sacerdotes, cuando ni siquiera ha hablado del tema de la igualdad, si no que ha recalcado su función reproductora. Se ha empeñado en condenar el uso del condón, así que ha dado vía libre a la expansión del SIDA, entre otras enfermedades y sus discursos, prácticamente incitan a la violencia homofóbica.
«Por sus actos los reconoceréis» dicen, uds., los católicos… pues este hombre sigue siendo Ratzinger, un nazi. Y ahora se retira a descansar a una jubilación feliz y dorada… es una lástima que el infierno sólo sea subjetivo y que este tipo de personas se crea que no lo merece, por lo que no lo vivirá…
Excelente análisis Carlos,te felicito.
Mary
Me gustó tu análisis de la encarnizada interna en la Curia y de la revolucionaria acctitud de Benedicto XVI.
Pero me parece de poco elegante el uso de la palabra «guiñapo» para caracterizar a Juan Pablo II en la última etapa de su Papado.
A pesar de que la Real Academia Española utiliza la palabra «guiñapo» para referirse a una «persona moralmente abatida, o muy débil y enfermiza», lo hace como cuarta acepción. La primera es «andrajo (pedazo o jirón de tela» (ver RAE). Y ninguna de las dos definiciones le caben a Juan Pablo II, ya que él al final de su papado era una persona «sufriente» por sus enfermedades y el desgaste producido por las secuelas del intento de magnicidio de 1981. Y con su sufrimiento nos hizo vivir en carne propia la Pasión por la que pasó Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.
Pero Juan Pablo nunca estuvo moralmente abatido. Y su fallecimiento como Papa «sufriente» en su Cruz, es coherente con su lema Papal «Totus Tuus» que marca su entrega total a la Virgen, a partir del legado de San Luis de MontFort y su definida consagración a la Virgen María.
Finalmente tampoco me pareció elegante aseverar que murió con las «botas puestas», expresión común hoy, pero atribuible a un «Cowboy» y no a un Papa, que predicó con el ejemplo hasta el final, la Pasión de Cristo en la Santa Cruz, para el perdón de los pecados de la humanidad.
Sobre Benedicto XVI y su admirable y revolucionara decisión, nada tengo que objetar.
Sólo mencionar que no estuvo en sus orígenes teológicos cerca de la Teología de la Liberación, sino que buscó aplicar los preceptos progresistas del Concilio Vaticano II.
La teología de la Liberación fue el desarrollo de uno de sus discípulos en la Cátedra de Teología que guiaba el Cardenal Ratzinger, el brasileño Leonardo Boff entre otros.
Eso nada más.Cordiales saludos. Luis.
Me parece una crítica justa. Cambiaré el término.
Gracias Carlos.
Estimado don Carlos
Mi nombre es Francisca, periodista del área internacional de Estrategia, el primer diario económico de Chile. Le escribo porque trato de contactarlo para hacerle una entrevista y conocer su punto de vista sobre la situación actual de Bolivia, lo cual sería muy valioso para nuestro medio y sus lectores.
Espero sea posible poder concretar la entrevista.
Saludos cordiales,
Francisca Guerrero
muy buen articulo felicidades y saludos desde cochabamba
Rescato de su discurso en Westminster Hall – City of Westminster de 17 de septiembre de 2010, la parte en la que aborda «la dimensión moral» del “consenso social” y “el sistema político” imperantes en nuestros días:
«Con todo, las cuestiones fundamentales en juego en la causa de Tomás Moro continúan presentándose hoy en términos que varían según las nuevas condiciones sociales. Cada generación, al tratar de progresar en el bien común, debe replantearse: ¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? Y ¿qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones nos conducen directamente a la fundamentación ética de la vida civil. Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.» (http://www.vatican.va/)
Comparto la sabiduría de Joseph Ratzinger, cuando Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al respecto de LA CRISIS DEL DERECHO (1999).
«Los dos riesgos actuales del derecho. El fin de la metafísica y la disolución del derecho por presión de la utopía.
(…) Esa forma de interpretación propone la tesis de que el cristianismo como Evangelio, como ruptura de la ley, no habría podido ni querido incluir originalmente derecho alguno, sino que la Iglesia habría nacido inicialmente como “anarquía espiritual”, que después, ciertamente, partiendo de las necesidades externas de la existencia eclesial, ya hacia fines del siglo primero, habría sido sustituida por un derecho sacramental. El puesto de este derecho que, por así decir, estaba fundado sobre la carne de Cristo, sobre el cuerpo de Cristo, y era de naturaleza sacramental, habría sido ocupado después en el la Edad Media por un derecho, que ya no era derecho del cuerpo de Cristo, sino de la corporación de los cristianos, precisamente por el derecho eclesial que es el que ahora conocemos. El verdadero modelo era para Sohm la anarquía espiritual: en realidad en la condición ideal de la Iglesia no habría de ser menester derecho alguno.
En nuestro siglo, a partir de estas posiciones, se convierte en moda la contraposición entre Iglesia del derecho e Iglesia del amor: el derecho es presentado como lo contrapuesto al amor. Y un contraste de ese tipo puede, ciertamente, emerger en la concreta aplicación del derecho: pero elevar tal cosa a principio, trastorna la esencia del derecho, así como la esencial del amor. Estas concepciones, en última instancia alejadas de la realidad, que no llegan al espíritu de la utopía, pero que le son afines, están actualmente difundidas en nuestra sociedad. El hecho de que en los años cincuenta la expresión “Law and Order” (ley y orden) llegara a convertirse en una especie de insulto u ofensa, o que la idea de “ley y orden” incluso se la hiciera pasar por algo casi fascistoide, depende de esas concepciones. Por lo demás, la ironización y difamación del derecho fue ingrediente típico del Nacionalsocialismo alemán (no conozco suficientemente la situación en lo referente al fascismo italiano).
En los llamados “años de lucha” el derecho fue concienzudamente difamado y contrapuesto a lo que se consideraba el sano sentimiento popular. Posteriormente, al llegar al poder, el “Führer” fue declarado única fuente del derecho, y con ello la arbitrariedad vino a ocupar el puesto del derecho. La denigración del derecho no está nunca ni de ningún modo al servicio de la libertad, sino que siempre es un instrumento de la dictadura. La eliminación del derecho significa el desprecio del hombre; y donde no hay derecho no hay libertad.
Y en este punto, a la verdadera pregunta de fondo a la que me estoy dirigiendo con estas reflexiones, sólo puedo darle una respuesta (a mi pesar) que habrá de ser demasiado sintética, pues a la cuestión a la que me estoy dirigiendo es a la de qué pueden hacer la fe y la teología en esta situación por la defensa del derecho. De modo muy sumario y, ciertamente, insuficiente, trataré de bosquejar una respuesta proponiendo las dos tesis siguientes:
1.- La elaboración y la estructuración del derecho no es inmediatamente un problema teológico, sino un problema de la “recta ratio”, de la recta razón. Esta recta razón debe tratar de discernir (más allá de las opiniones de moda y de las corrientes de pensamiento de moda) qué es lo justo, el derecho en sí mismo, lo que es conforme a la exigencia interna del ser humano de todos los lugares, y que lo distingue de aquello que es destructivo para el hombre. Tarea de la Iglesia y de la fe es contribuir a la sanidad de la “ratio” y por medio de una justa educación del hombre conservar a esa razón del hombre la capacidad de ver y de percibir. Si a ese derecho en sí se lo quiere llamar derecho natural, o de cualquier otra manera, eso es un problema secundario. Pero allí donde esta exigencia interior del ser humano, el cual está orientado como tal al derecho, allí donde esta instancia que va más allá de las corrientes mudables, no puede ser ya percibida, y, por tanto, el “fin de la metafísica” es total, el ser humano se ve amenazado en su dignidad y en su esencia.
2.- La Iglesia debe hacer un examen de conciencia acerca de golpes destructivos que ha sufrido el derecho, que han tenido su origen en la interpretación unilateral de la fe de la Iglesia y han contribuido a determinar la historia de este siglo. El mensaje de la Iglesia supera el ámbito de la simple razón y remite a nuevas dimensiones de la libertad y de la comunión. Pero la fe en el Creador y en su creación va inseparablemente implícita en la fe en el redentor y en la redención. La redención no disuelve la creación ni el orden de la creación, sino que por el contrario nos restituye la posibilidad de percibir la voz del Creador en su creación y, por tanto, de comprender mejor el fundamento del derecho. Metafísica y fe, naturaleza y gracia, ley y evangelio, no se oponen, sino que están íntimamente ligados.
El amor cristiano, tal como lo propone el Sermón de la Montaña, nunca puede convertirse en fundamento de un derecho estatutario, y sólo es realizable (siquiera embrionariamente) en la fe. Pero ello no va ni contra la creación ni contra su derecho, sino que se funda sobre ellos. Donde no hay un derecho, incluso el amor pierde su ambiente vital. La fe cristiana respeta la naturaleza propia del Estado, sobre todo del Estado de una sociedad pluralista, pero siente también su propia corresponsabilidad en lo tocante a que los fundamentos del derecho continúen resultando visibles y a que el Estado, privado de orientaciones, no se vea expuesto solamente al juego de corrientes mudables. Y porque en este sentido, pese a todas las distinciones entre fe y razón, la fe cristiana tiene derecho estatutario que ella tiene que elaborar con ayuda de la razón y de la estructura vital de la Iglesia, y porque, por tanto, pese a todas las distinciones, ambos ordenamientos están en una relación recíproca y tienen una responsabilidad el uno por el otro, este doctorado honorífico es para mí al mismo tiempo ocasión de gratitud y llamada para un ulterior empeño en mi trabajo. (Traducción de Manuel Jiménez Redondo)*»
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*Debate entre el filósofo liberal Jürgen Habermas y el cardenal Joseph Ratzinger; Dossier preparado por el Prof. Manuel Jiménez. Para el curso de doctorado “El discurso filosófico de la Modernidad” – Universidad de Valencia, Marzo de 2004)