Conviene, ahora que el tema de la respuesta de los Estados Unidos en torno a una posible extradición del Presidente Sánchez de Lozada ha sido negativa, recuperar fragmentos de mi libro Presidencia Sitiada (2008), que narran cual fue mi papel en los días críticos de la crisis de octubre de 2003. Esta la segunda parte de esa narración.
El Presidente sostenía que estábamos enfrentando el momento de la verdad. Si quienes defendían la democracia no imponían el orden constitucional, ésta iba a ser arrasada por los grupos que querían destruirla. Este es un punto crucial para comprender lo que hizo esos días, porque tiene que ver con conceptos básicos. Sánchez de Lozada defendía dos cosas: la formalidad democrática (sobre la que tenía fuertes y verdaderas convicciones) y los espacios de poder que esa formalidad había permitido copar en algo más de dos décadas. Pero su lectura era excluyente. A pesar de haber sido promotor de cambios que abrieron las compuertas de un nuevo momento histórico, en esta fase se retraía inflexible a las ideas clásicas de la democracia liberal. Afirmaba que era su obligación constitucional utilizar todos los medios legales a su alcance para recuperar el orden e imponerlo. En ese momento, la ciudad de La Paz estaba estrangulada por los bloqueos de carreteras, asediada por las movilizaciones de El Alto y totalmente desabastecida de carburantes y alimentos.
Mi lectura era que en el contenido eso era una verdad a medias. Esa democracia había logrado avances significativos y había conseguido las bases de una institucionalidad indispensable para la sociedad. El modelo político teórico se había desarrollado como nunca antes en el pasado, a partir del sacrificio hecho por el gobierno de Siles Zuazo basado en un Estado que funcionaba con tres poderes.
El equilibrio y la coordinación de esos poderes se había roto, supeditándose al control que de ellos hacían los tres partidos que se apoderaron de la democracia desde 1985 (MNR-MIR-ADN). El papel de los medios de comunicación y la fuerza de la oposición sistémica y asistémica, lograron instrumentos de fiscalización que al principio atemperaron excesos, pero finalmente, la combinación de la rapacidad de quienes detentaban el poder y la violenta irresponsabilidad de quienes lo combatían –medios de comunicación incluidos- acabó por hundirlo todo.
En lo económico y social el giro dado por Paz Estenssoro y las profundas reformas del propio Sánchez de Lozada, se estrellaron contra una sociedad que no sintió los efectos del crecimiento. Se desarrolló por eso una nueva lógica política, contraria al sistema que no apelaba ya a los mismos instrumentos del pasado. Ni marxismo clásico, ni revolución, ni golpe de estado. Era una suerte de montoneras callejeras con objetivos tácticos concretos, que respondían a la estrategia de destrucción del sistema en su conjunto. La violencia de ida y vuelta fue el ingrediente catalizador de esa reacción. Jaquear al Estado desde todos los flancos, romper la racionalidad entre demanda, negociación y resultados, apretar siempre con el maximalismo, abrir nuevos flancos en cuanto unos se cerraban, presionar y presionar sin descanso.
La lógica era la construcción de un nuevo Estado sobre las ruinas humeantes del anterior. Un Estado con un nuevo ingrediente, el étnico-culturalista, fuera de la lógica cartesiana occidental. Mientras las calles se incendiaban más día a día, los intelectuales del Ande que ganarían el poder a la sombra del líder cocalero transformado en icono latinoamericano del indigenismo, escribían sobre una utopía de capitalismo andino, de recuperación del comunitarismo, de la cosmogonía indígena superior y alternativa al dominio occidental. Se había hecho una relectura del viejo marxismo en un “melange” voluntarista y reduccionista, que prescindía del Estado moderno, de la importancia del oriente boliviano, de la inserción internacional y la globalización. Los rebeldes contrarios al sistema, tomaron las banderas genéricas de la antiglobalización y se insertaron a través del generoso financiamiento de varias ongs, en una lucha de rango mundial. Por si fuera poco, por otra ruta caminaban los viejos nacionalistas que querían recuperar intacto el Estado revolucionario del 52 y del 69. Intentaban la reconstitución de un Estado poderoso y centralista.
Desde mi perspectiva, ninguna de las dos líneas de pensamiento que estaban en esos días en medio de una conflagración, llevaba razón. El siglo XXI debía encararse en un marco de tendencias universales que apuntaban a la descentralización y las autonomías. Se debía construir una Nación flexible y moderna, fuerte sí, dueña de sus recursos naturales, pero no burocrática, pesada, secante, negadora de la diversidad y la otredad.
Si unos adoraban la eficiencia y el crecimiento productivo de tono liberal como receta mágica, los otros hablaban de la ilusión de la distribución equitativa con olor a viejo populismo. Una corriente que se basaría en la coyuntura, finita como toda coyuntura, de una bonanza económica sin precedentes producto de un contexto mundial inesperado, con la fragilidad de quien no controla las variables de esa particular circunstancia. En el fondo, esa batalla sin cuartel, estaba reflejando la inmensa confusión en la que está sumida la sociedad mundial en un periodo oscuro e incierto de un planeta sin rumbo, con paradigmas destruidos y un toque de nostalgia del pasado como una madera flotando en el mar.
El adorno final de esta guerra ideológica fue la falsificación de la historia, entre la execración y el mito, entre los supuestos agujeros negros y los falsos paraísos perdidos. Una negación que nos puso al borde de la destrucción en ese 2003 y que volvió a activar a fuerza de repetir en discursos agresivos, verdades que son mentiras, amenazas reales que dividen a unos de otros y que alimentan un odio secular que debió derrotarse con un mensaje de mano tendida y no de trinchera cavada.
Pero la única verdad inobjetable es que las elites no habían podido completar con éxito la tarea de la inclusión, de la igualdad, de la libertad para todos, del fin real del racismo, del reconocimiento del otro como igual, con su propia y legítima visión de mundo, con su propia y verdadera opción de ser parte del poder. No éramos una Nación que otorgarse bienestar a sus ciudadanos. Esa imposibilidad, justificaría el terrible precio del cambio que me tocó iniciar en este giro de la historia.
Rompiendo amarras con la realidad
Cuando nos reunimos ese domingo 12 (uno de los días más importantes de mi vida), la suerte estaba ya echada. El Presidente a esas alturas había perdido toda legitimidad y mi propuesta llegaba tarde, pero ni siquiera quiso considerarla. Su argumentación, que nos permitió recordar a Platón y Aristóteles y sus premisas sobre la política, la cimentación del pensamiento occidental y los valores democráticos que eran sujeto de nuestro debate, era ya estéril porque lamentablemente había perdido su base de soporte. La violencia como consecuencia de la razón de Estado, era un camino absurdo hacia la sangre y hacia su propia condena.
Sánchez de Lozada solía ilustrar para referirse a esa situación de “empate” que se daba en el país –una idea mencionada por García Linera el 22 de enero de 2006, que no por poco original dejaba de ser verdadera y que valía para los dos extremos de la confrontación-, con una imagen que retrata exactamente el drama de su racionalidad irracional. Su afán pertinaz de forzar la realidad a su imagen y semejanza. Decía que Bolivia vivía la tensión entre la fuerza irresistible y el objeto inamovible. El Presidente obviamente era el objeto inamovible. Finalmente -era previsible- la fuerza irresistible hizo estallar en mil pedazos al objeto inamovible, en medio de una hecatombe que amenazó como pocas veces la existencia misma del país.
Gonzalo Sánchez tiene una lógica impecable, una mirada clara de lo que quiere y cómo lo quiere, pero tiene un problema, la columna que sustenta su lógica está fuera de eje, su centro de gravedad está descentrado, su edificio se cae, se cayó, porque asumió que el diseño intelectual se puede aplicar al milímetro en la vida diaria, en una Bolivia desquiciada, en la que la relación entre el Estado y la sociedad estaba quebrada y en la que el cumplimiento de la ley era y es aún un exotismo. Su lógica económica, su sentido de lo que Bolivia tiene que hacer, su mirada cerrada a lo que el mundo, o mejor, los organismos internacionales quieren, terminan por enajenarlo de la realidad. A este escenario se sumó la idea que tenía del ejercicio del poder. El Presidente era un emperador, contra el que no había opción de diálogo sensato y contraste realmente dialéctico de ideas. El gran seductor que conquistó a las mejores y los mejores bolivianos que hicieron el gobierno en 1993, se había aislado del mundo exterior y vivía encerrado en el Palacio de Gobierno y la Residencia presidencial. No pisó una calle paceña en más de un año de gobierno, rehuyó asistir a las efemérides departamentales, salvo las excepciones de Cochabamba y Santa Cruz, en las que una claque de su partido acompañaba su recorrido para amortiguar las expresiones de disgusto de la gente. Acabó aislándose también mentalmente.
Esa enajenación terminó con su gobierno, como terminó con su gobierno el MNR que Carlos Sánchez instrumentó irremisiblemente con su aquiescencia. Terminó con su gobierno el MIR con sus chantajes permanentes. Terminó con su gobierno él mismo, con su lentitud, su testarudez, su arbitrariedad y su estilo secante, en manos de unos asesores que gobernaban la táctica y la estrategia desde Washington, una familia seducida por el uso del poder y un grupo de allegados políticos bamboleando entre la anomia, el anonadamiento y la cobardía. En octubre de 2003 estaba atrapado en su propia conciencia del poder y un sentido de destino y de misión que una bala disparada en febrero de 2003 contra el sillón presidencial, había convertido en una certeza obsesiva.
Si tratando de “salvar su responsabilidad” el Sr. Mesa intenta -cada vez que puede- diferenciarse políticamente de GSL, desconociendo que accedió al poder de forma conjunta ¿por qué no “renunció” ocupando la situación jurídica de Vicepresidente de GSL? ¿Acaso esperó ocupar la situación jurídica de Presidente para recién hacerlo (en más de una oportunidad)? ¿En realidad no “renunció” porque calculó suceder a GSL?
Respecto a la afirmación sobre el “(…) grupo de allegados políticos bamboleando entre la anomia, el anonadamiento y la cobardía.” ¿Acaso no son, el cerrar los ojos ante la criminalidad y el inmediato «perdón-amnistía», las causas más eficientes de la anomia?
En efecto, dicha actitud no es sino la de profesar con el (mal) ejemplo, diciendo: «si violas el ordenamiento jurídico, vulneras y degradas las instituciones y dañas los bienes jurídicamente protegidos individuales y colectivos,…..serás premiado (amnistiado)…»
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Fuente: Blog Carlos D. Mesa Gisbert
No es sino una lectura muy subjetiva de octubre de 2003. No comparto las apreciaciones que se hacen de Goni, ya que la politica de Goni, fue siempre la de saquear nuestros recursos, como lo hace Evo, para el beneficio de empresas transnacionales y privadas. Es una lástima que después de casi 9 años este personaje no sea severamente castigado por causar heridos y muertes.
Lo que realmente pasó en el periódo de 2003 fué que la gente ya estaba cansada de la miseía en la que vivía y vive aún, la caída de Goni se veía venir porque se tenía un antescedente, lo de febrero de ese mismo año. Febrero ya marcaba una ruptura del gobierno con la sociedad para instaurar no un gobierno defacto, sino un gobierno del pueblo, que no era la de Evo Morales (esta es otra historia) sino que se tenía el poder en las manos de los trabajadores en general, pues el palacio de gobierno estaba asediada y no era el momento de una salida constitucional sino una salida de clase para los trabajadores del campo y la ciudad.
Goni tenía principios de «defensa de la democácia» porque era la única opsión que le daba el poder ya que si hubiese podido, él habría dictado Estado de sitio y hubiese acribillado a más de los 60 muertos. Por eso es necesario que los trabajadores asumamos la responsabilidad de generar nuestra propia dirección a favor de los más pobres.
Su Excelencia CMG siempre fue y será auténtico y sobre todo verdadero…su misión como historiador jamás vulneró ni vulnerará la verdad…
Sr. Presidente,
Momentos muy tristes, ingratos (especialmente para usted) pero importante el poder ver la perspectiva y el pensamiento de nuestros gobernantes de esos días de conflicto. Gracias por compartirlos.
Me acuerdo haber crecido viendo sus programas – fanático de De Cerca y Detrás de las Noticias. Le soy muy honesto que cuando su candidatura a la vicepresidencia fue anunciada, yo me sentí muy sorprendido al verlo incursionar en la política, aunque no me sorprendió que ud. haya elegido el MNR.
Me interesaría mucho saber «el antes» vivido por Carlos D. Mesa. Como es que GSL lo invita a formar parte de su formula política, cuales son los argumentos que impulsan a un Carlos D. Mesa cambiar (por siempre) su vida, me imagino, sin duda, que ud. se dio cuenta que su decisión marcaria un punto de no retorno a su vida de comunicador; una vez terminado el mandato o los mandatos.
Pero sobre todo me interesa mucho saber, si en su evaluación a la candidatura, usted analizo y consideró en serio, el ya establecido populismo de grupos como el MAS, CONAMAQ, y las diferentes coordinadoras. Después de todo, a mi no se me olvida el momento ominoso -durante el gobierno de ADN- en el que el Mallku (Felipe Quispe) con lagrimas en los ojos les decía a Banzer y a Quiroga «asesinos» y que lo «descuartizaran con cuatro tanques”.
Comparto con Ud. muchas de sus apreciaciones, sin embargo existen algunos vacíos que quisiera que la investigación histórica pueda responder, como el por qué del DS de amnistía a los dirigentes sindicales y líderes de los -hoy- llamados movimientos sociales, que participaron en octubre negro, considero al respecto que en toda confrontación, las dos partes son responsables del hecho, en este caso, la muerte de muchos bolivianos y bolivianas, por ejemplo, si un grupo de vecinos bloquea los accesos de mi casa, no deja salir a mi familia y amenaza mi seguridad, aunque el argumento para ello sea valedero, ¿a caso no tengo el derecho a defender mi propiedad y la vida de mi familia, no tengo derecho a llamar a la policía e incluso sacar palos y piedras y tratar de sacar a salvo a mis hijos?? pero en eso -por desgracia- la policía y yo matamos a algunos bloqueadores. Posteriormente, el Estado resuelve que la policía y mi familia deben ser procesadas y condenadas, mientras los bloqueadores siguen pidiendo más años de prisión. Desde mis pocos conocimientos sobre el derecho, estoy convencido que -siguiendo el ejemplo- todos deberíamos ingresar al proceso judicial y esta instancia defina el grado responsabilidad, de unos y otros, creo en esa justicia. Volviendo a octubre del año 2003, pienso que todos debían haber sido procesados, los que bloquearon la planta de sencata, los que impidieron que alimentos no ingresen a la sede de gobierno, en fin, todos lo que de una u otra forma fueron los responsables de la muerte de nuestros compatriotas, porque ese es el tema, murieron bolivianos, más allá de la explicación sobre las condiciones sociopolíticas y culturales de nuestro país.