El Cinéfilo

Santiago Espinoza, joven intelectual boliviano, autor (junto a su amigo Andrés Laguna) de un par de libros esenciales sobre la historia reciente del cine boliviano, hace un posgrado en Salamanca y allí  compartió conmigo junto a otros jóvenes compatriotas.
El resultado ha sido esta crónica que publica el periódico cochabambino Opinión el 13 de mayo de 2012:
Antes que historiador, periodista, político y Presidente de Bolivia, Carlos Mesa fue un cinéfilo consumado. Siendo aún un veinteañero, fue uno de los fundadores de la Cinemateca Boliviana (1976), de la que también fue director. Sus dos primeros libros los dedicó a la cinematografía nacional: Cine boliviano. Del realizador al crítico (1979), realizado en coautoría con Jorge Sanjinés, Beatriz Palacios y Arturo Von Vacano, y El cine boliviano según Luis Espinal (1982), ya en solitario. Este esfuerzo bibliográfico fue completado con La aventura del cine boliviano (1985), una publicación fundamental para el estudio histórico y analítico de nuestro cine, de la que hace poco lanzó una versión audiovisual. Además de otras varias contribuciones en publicaciones colectivas dedicadas a la filmografía boliviana, también intervino directamente en algunas producciones de video y cine, como Jonás y la ballena rosada (Juan Carlos Valdivia, 1995), en cuya producción ejecutiva tuvo una participación desde la casa productora PAT. Y por si no fuera suficiente, ahí está el inapreciable aporte de los documentales periodístico-históricos que ha realizado (junto a Mario Espinoza) durante décadas, reunidos recientemente con el nombre de “Bolivia Siglo XX”, y en los que, entre otras cualidades, ratifica su fe en las imágenes en movimiento como instrumento privilegiado para recorrer, divulgar y pensar la historia boliviana.
Todo este repaso a la vocación cinéfila del ex Presidente viene a cuento para reseñar su paso por la Universidad de Salamanca (España), adonde llegó invitado la semana pasada para dar una conferencia, aunque no, precisamente, sobre cine. Sugestivamente titulada “Construcción de Identidades. Bolivia, ‘Recuerdos del futuro’”, la conferencia –organizada dentro del programa de posgrado Estados de Derecho y Buen Gobierno de la histórica universidad- le permitió realizar una lectura analítica del estado de cosas en la Bolivia de Evo Morales, aunque sin escatimar en pertinentes digresiones históricas. Fiel a su estilo, despojado de cualquier papel o apunte y desplegando su providencial elocuencia (afinidades o antipatías aparte, debe ser el más notable orador que ha dado la política boliviana desde Marcelo Quiroga Santa Cruz), habló por casi una hora del trance conflictivo que atraviesa en estos momentos el país, trajo a colación su accidentado paso por la Presidencia, hizo hincapié en la deuda que tendría el actual proceso de cambio con Revolución del ’52 y con el primer mandato de Goni, valoró la reciente nacionalización de la Transportadora de Electricidad (TDE) y hasta se compadeció del “círculo absurdo” de conflictos que ahora azota a Morales y que en su tiempo hizo lo propio con su “presidencia sitiada”. Su reflexión, encausada en la línea de crítica y cuestionamiento al Gobierno actual que se le conoce, aunque no exenta de algunas valoraciones favorables para con la gestión de Morales, fue muy bien recibida por el auditorio, compuesto en su mayoría por estudiantes latinoamericanos y, sobre todo, bolivianos. Pero, más allá de su lucimiento verbal y de su afilada lectura política, para el suscrito la charla tuvo una connotación particularmente entrañable, pues permitió que, además del historiador, el periodista, el político y el ex presidente, saliera también a flote al primer Mesa, el cinéfilo.A saber. En medio de su alocución deslizó una referencia a También la lluvia (Iciar Bollaín, 2011), la cinta española ambientada en la “Guerra del Agua” de Cochabamba, para ilustrar el modo en que se estaría tendiendo a mitificar las protestas sociales en Bolivia y América Latina, sin reparar en sus verdaderos resultados. Luego, a la conclusión de la charla, supo compartirme algunos criterios sobre el proceso de construcción de una nueva ley del cine en Bolivia, deteniéndose en el riesgo de una probable estatización de la Cinemateca Boliviana, un asunto que no deja de amargarle, tratándose de una institución que él ayudó a forjar. En cambio, se mostró animado al anticipar la preparación de una publicación dedicada a la historia del arte en Bolivia, realizada en coautoría con sus padres y de pronto lanzamiento, para la que él se hizo cargo del apartado correspondiente al cine boliviano.El apremio de otros asistentes y de los organizadores pareció dar fin a la conversación y a la, ya por entonces, desatada cinefilia de Mesa. Sin embargo, con la oportunidad de colarme a una reunión más informal en una popular taberna de la barroca plaza salmantina -bautizada “Cervantes”, para mayor satisfacción de la vena intelectual y literata del invitado-, a la que el otrora vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada marchó escoltado por un puñado de estudiantes bolivianos, pude prolongar el disfrute de algunos apuntes cinéfilos más. Apenas acomodados en el recinto, dijo haber escuchado algunos comentarios –no muy favorables- que intercambiábamos entre algunos estudiantes bolivianos sobre ¿Quién mató a la llamita blanca? (Rodrigo Bellott, 2006), cinta a la que afirmó tenerle buena consideración (aunque solo la necesaria), y no necesariamente por la alusión a su persona que se hace en ella. Ante mi solicitud, valoró una cinta boliviana recientemente estrenada, y que traía tras de sí una carga de polémica, calificándola –no sin disculparse por la rudeza de su juicio y sus palabras- de “ejercicio masturbatorio” (anoto aquí, que mi referencia tiene que ver con la naturaleza de la película con relación al público y su interés por un tema tan intimista. Anoto también que valoré en el comentario el desarrollo estético y la coherencia narrativa de la película, superior a la lograda por Boulocq en «los Viejos». Me parece de justicia hacer esta anotación personal, porque una frase puede dar lugar a equívocos sobre mi juicio en torno al mencionado filme). Poco después, mientras arremetía contra una coca cola y una estilizada tortilla de “patatas”, se mostró feliz por el éxito que alcanzó la coproducción española-boliviana Blackthorn (Mateo Gil 2011), dado su buen recibimiento de crítica y las candidaturas a los premios Goya (incluido el de Mejor Película) y las estatuillas de la Academia Española de Cine finalmente cosechadas (Mejor Fotografía y Mejor Dirección de Producción, entre otras). Pero matizó su alegría por el filme –que, con locaciones, actores y técnicos bolivianos, imagina un desenlace alternativo para el bandido estadounidense Butch Cassidy en nuestro territorio- , al saber que no tuvo tan buen rendimiento de taquilla y que en España llegó a ser criminalmente doblada para su exhibición en salas.

Sin embargo, la conversación entre el ex presidente y los estudiantes –todos compatriotas, salvo dos bolivianos honorarios- que lo acompañábamos, de a poco, fue transitando del cine a la coyuntura social boliviana, del goce cinéfilo al malestar ante la “rabiosa actualidad” nacional (ésa a la que aludió uno de los contados asistentes españoles a la conferencia de Mesa, a tiempo de consultarle su opinión sobre la nacionalización de la TDE). Como ocurriera con el propio cinéfilo-periodista-historiador que abandonó sus primigenias vocaciones y devino político para buscar una incidencia mayor sobre el devenir nacional, la urgencia de la “realidad boliviana” fue ganando la atención de todos los comensales de la mesa, marginando inexorablemente la tertulia sobre cine. Primero nos ocupó una inmisericorde ronda de diatribas contra los transportistas de La Paz, luego nos dedicamos a despotricar contra los responsables de la desgracia de AeroSur y, finalmente, vino el momento de lamentar la crisis española y el efecto que está teniendo sobre los migrantes bolivianos afincados en la nación ibérica.

La guerra parecía perdida. Del cine nos habíamos olvidado todos. Incluso estando fuera de Bolivia, sucumbimos a la más cara gimnasia boliviana de sobremesa: agobiarnos hasta el lamento por el estado de conflictividad crónica del país. Por un momento creí comprender mejor el arriesgado salto que dio Mesa al momento de abandonar el periodismo para ingresar de lleno a la política partidaria. No supe librarme de la dictadura de la “rabiosa actualidad” nacional, sentí cómo era devorado –al igual que Mesa y los otros estudiantes- por la coyuntura nuestra de cada día (con sus bloqueos, desgracias empresariales y desgarros sociales), sepulté mi inicial interés de escuchar a Mesa hablar de cine, resigné la cinefilia a favor de la típica autoflagelación del boliviano de clase media, dejé que el cine –como cualquier otra cosa que no fueran las tensiones sociales candentes- se esfumara… La guerra parecía perdida. Hasta que Carlos Mesa, el mismo personaje que abandonó todo para atender al llamado de la Bolivia que arde en el fuego sempiterno de los conflictos sociales, deslizó un nuevo comentario cinéfilo. Esta vez fue sobre Biutiful (Alejandro González Iñárritu, 2010) y le sirvió para comentar las terribles condiciones de vida de los migrantes extranjeros en España.

Solo entonces despertamos de la hipnosis a la que nos condujo el repaso de la coyuntura nacional. Solo entonces superamos la sobredosis de actualidad boliviana. Solo entonces salimos del círculo vicioso de pesimismo autoflagelante por sabernos habitantes de un país “ingobernable e impredecible”. Pero, acaso más importante, solo entonces recordamos que el cine fue, es y seguirá siendo –para Mesa como para muchos otros- un lugar privilegiado e indispensable para pensar la realidad, para pensar Bolivia, con una mirada más constructiva, meditada y desprejuiciada que la que impone la “rabiosa actualidad”. Y tuvo que ser Carlos Mesa, el primer Mesa, el cinéfilo, el que nos lo recordó en el lugar y el momento adecuados.

santi.espinoza@gmail.com

6 comentarios en “El Cinéfilo

  1. Interesante la imagen elegida para ilustrar la nota. ¿Si tuviese que quedarse con 5 películas favoritas, no necesariamente bolivianas, cuáles serían?
    Y otra, un poco más difícil, si algún día se llegase a hacer una versión de ficción de «Presidencia sitiada», ¿a qué director le gustaría ver a cargo y qué actores le recomendaría?

  2. Me gustó el comentario « debe ser el más notable orador que ha dado la política boliviana desde Marcelo Quiroga Santa Cruz». Tuve la oportunidad de conocer personalmente al gran orador que fue Marcelo Quiroga Santa Cruz. En muchos aspectos pienso que Carlos Meza es mejor (en otros no). Sin embargo, en el apego a la exactitud de lo que se dice, mi elección es para Carlos Meza. Creo que el ser historiador le ayuda a este respecto. De todas formas, la cita me parece muy acertada.

    • La frase sólo se entiende en su contexto, por ello es imprescindible que lea la nota que publicaron en Salamanca sobre una conversación que sostuve con estudiantes bolivianos en esa ciudad española y de la que salió el comentario. Ese artículo está en este blog

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