«…La Trama Empieza»

 

Publicada en Página Siete y Los Tiempos el 5 de febrero de 2012

Siempre que pienso en escribir algún texto de ficción se me viene a la cabeza la obra de Borges. Es cuando me pregunto si después de leer su inmensidad tiene algún sentido escribir. ¿Es que se puede decir algo de mejor manera? ¿Se puede indagar en el hombre y en el mundo aportando algo que no haya dicho? Y que conste que llegó después de Esquilo y Dante y Shakespeare y Cervantes y Montaigne…

Recuerdo como entre brumas la única vez que lo vi y lo escuché, con esa voz entre tímida, suave e irónica que tenía. Era 1971, yo estudiaba literatura en Madrid y allí llegó el hombre con su bastón dubitante. En un salón que me parece oscuro en la memoria, nos contó cosas de su obra, del arte de escribir, de las invenciones eruditas para hacer del texto un ingenioso y demoledor laberinto en el que el lector debe sumergirse. Al terminar la conferencia me paré en la puerta de ingreso como tantos otros muchachos que querían estar cerca de un famoso, y lo sentí pasar a mi lado, lento, como congelando cada paso. Fue un susurro, solo eso.

Yo ya había leído Ficciones. Hoy creo que es su libro capital (suponiendo que su obra entera no lo sea) y probablemente no lo había entendido demasiado. A Borges hay que leerlo una y mil veces, detenerse, repetir en silencio una de sus palabras o una de sus frases, hasta que se apropien de la mente. Luego es dable continuar la lectura.

Eran los días en que el deslumbramiento me había llegado por la vía de Conversación en la Catedral y la magia incandescente de Cien años de Soledad. América Latina lo era todo para mi, era mi casa, mi alma, mi pasión. Me sentía profundamente latinoamericano y devoraba la literatura del boom sin medida, sin descanso, como en una alucinación. Encontré entonces, por recomendación de mi madre, Todos los Gatos son Pardos, quizás la obra crucial para entender el desgarramiento del mestizaje del continente. En ese escenario que transitaba por El Siglo de las Luces y que me había emborrachado de desmesura, el estilete borgiano aún no tenía cabida, como no la tenía todavía la palabra de Octavio Paz en El Mono Gramático o en Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe.

Hoy siento todavía, y de modo bien distinto al de hace cuarenta años, la soledad del silencio que rodeaba la voz de Borges, entonces un hombre de setenta y dos años. Yo tenía diecisiete y medía al escritor con la vara de los instrumentos refulgentes de la música literaria de los jóvenes pro cubanos que escribían sobre nuestra identidad. No entendía todavía que la identidad de los personajes borgianos no era otra que la esencial, la humana…profundamente humana.

No sé si al día siguiente de esa presencia que se alojó en algún rincón de mi espíritu, o un tiempo después (la fecha de la edición desmiente categóricamente esta pretensión) compré su obra poética en una frágil impresión de Alianza Bolsillo que por supuesto conservo, y quedé sobrepasado para siempre por un poema; Ajedrez. No sé si ahora diría que es su mejor poema, probablemente no, pero importa poco. Me pareció entonces y me lo parece todavía, que en sus versos está la clave del drama humano: “no saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino…también el jugador…es prisionero de otro tablero de negras noches y blancos días”, e inmediatamente cuando ya todo el aliento parece haberse ido: “Qué Dios detrás de Dios la trama empieza…”.

Borges juega con la obsesión por desentrañar los desafíos del destino, la oscuridad del universo y el extraño papel de Dios. Juego siempre, afinada ironía, cruel constatación. No es la reflexión de Sábato en Uno y el Universo, es, por el contrario, una persecución implacable del inocente abismo de nuestro pensamiento. Ni dueños y señores de nuestro destino, ni sujetos-víctimas del perfecto plan divino. En muchos sentidos su clara preferencia por los cuentos policiales y el secreto de su estructura narrativa, creo, tienen que ver con la propuesta esencial, la sorpresa, el giro impensado, la solución insólita. Vale para la vida de cada uno de nosotros.

Hay en todo esto una delgada línea entre el caos y el azar. Una secuencia de causa y efecto, alguna vez. Una relación inevitable desde el primer día de la especie, alguna otra. Una explicación inapelable, finalmente.

Si como se lee en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius un espejo y la cópula son abominables porque ambos multiplican el número de los hombres, los hombres serían una anomalía en el “orden natural”. Pero Borges demuestra que no es abominable la belleza fría y casi perfecta de la palabra trabajada en sus textos, los de un hombre producto de la cópula, lo que nos permite pensar que el azar valió la pena si fue para construir edificios literarios tan inmensos.

Un día el escritor murió y fue enterrado en un lugar que retrata quizás la limpieza de su prosa. Entonces, cumplió aquella frase que está también en Ficciones. Llegó a “un alto y claro balcón que miraba el ocaso”.

8 comentarios en “«…La Trama Empieza»

  1. «¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/de polvo y tiempo y sueño y agonías?»

    Un hombre como pocos, un autor como ninguno. Imposible terminar de leerlo. Pero hay dos Borges, como él dice, solo que en mi opinión uno es el de prosa y otro el de la poesía. Ambos distintos, pero brillantes. El Borges de la poesía es tan humano y cálido que pareciera no tener nada que ver con el Otro.

    Es fácil apasionarse con la pasión y Borges, definitivamente, es eso.

    Muy lindo texto, me dieron ganas de volver a El hacedor, mi favorito.

  2. A propósito de Sábato y Borges, en una conversación entre ambos, Sábato le preguntó:
    ―¿Y, qué opina de Dios, Borges?
    ―¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! ―responde Borges―. Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología: la idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso, es realmente fantástica.
    Borges, el eterno candidato al premio Nobel, no lo pudo acceder por cuestiones políticas. En Borges podía encontrarse a dos Borges, uno reflejado, para su pesar, en el espejo. No se cual de los dos ―me parece que el que era sometido por su madre― fue el que odio al peronismo y gracias a ello apoyó los gobiernos militares, el otro, el innegablemente mejor escritor de todos los tiempos.
    La idea errónea que se tiene de Borges, es que se hubiera decantado ―a diferencia de Neruda― de los gobiernos militares. El corrigió este hecho diciendo: «Me equivoqué. No debí hablar bien de los militares argentinos, por una cuestión ética, más que política. Ahora no apoyaría a los militares. No todos los muertos serían invariablemente inocentes, pero deberían haber tenido el derecho de ser juzgados», luego dice: «Militares que asesinan en lugar de juzgar y roban niños, y se esconden y lo niegan, son una vergüenza, son una lacra».
    Borges nunca fue un político, o un escritor comprometido con la realidad latinoamericana. El decía: «los argentinos descienden de los barcos», es decir, que nunca se identificó como otro latinoamericano más, tal vez porque aprendió a leer y hablar en inglés antes que en castellano.
    También es innegable, como dice Carlos, la enorme influencia de Borges en los escritores de habla hispana: Umberto Eco, el autor de «El nombre de la rosa», novela desarrollada en la edad media donde, después de la investigación de una serie de asesinatos, dan con el responsable: el viejo bibliotecario ciego de nombre Jorge de Burgos.
    A propósito de las letras, Borges decía: «… una forma de felicidad es la lectura… un libro tiene que ser una forma de felicidad… Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído. Yo tengo ese culto del libro».
    Sin duda todo aquél que ha leído alguna vez a Borges ha hecho de él su texto de cabecera: «Hombre de la esquina rosada», un cuento maravilloso, El Aleph, o el Puñal: «… En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres. A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan impasible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles».
    Nada de lo que se diga de Jorge Luis Borges Acevedo puede ser considerado definitivo: La obra de Borges tiene la cualidad de adaptarse a cada generación, a cada lector, por lo cual ya pertenece a la lista de aquellos escritores que guían el camino de los otros.

  3. Excelente lectura. .

    Hugo Segura….gracias por haberme quitado el interés en «En el hombre de la rosa». Hasta en el internet hay una serie de convenios culturales elementales y lo que usted hizo es claramente un ‘faux pas’. Se suele advertir que el contenido tiene carácter de ‘spoiler’ antes de revelar inadvertidamente quién es el asesino u responsable de los crímenes de una novela de misterio. .

    • Ohhhh!!! mil disculpas… realmente fue una torpeza mía, de todas maneras es una obra para leerla un par de veces, y, aun así, siempre quedas deslumbrado. Yo no se de donde sacan esa imaginación los escritores para plasmarla en libros que son lo más maravilloso que existen.

  4. Haber leido a Borges es haber descubierto que el pensamiento del hombre es complejo y fantastico. El leerlo le hace pensar a uno en poesia, religion y filosofia. Me acuerdo del «Aleph» que a uno le hace vivir la ficcion, en tan buena forma que parece realidad.

    • En una entrevista que le hicieron, Borges recordó a Jaimes Freyre con admiración y citó casi de memoria su famoso poema «Peregrina Paloma Imaginaria». Probablemente el primer Borges se bebió de las aguas del gran poeta boliviano, finalmente era un gran admirador del argentino Leopoldo Lugones, contemporáneo, amigo y poeta de gran talento , igual que Jaimes

  5. Carlos Mesa G, perdió la oportunidad de estar en la Historia, y de haber cambiado el país en función de las demandas de un pueblo que anciaba una revolución de verdad, tenía todo el pueblo con él. Sin embargo más pudo lo neocolonial que la objetividad de ese momento (su condición de clase no le perimitó). Ahora es un ciudadano más que coadyuvó a un gobierno de minoría, excluyente, como lo fue el de Gonzalo Sanchez de Lozada.

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