La muerte de Raúl Lara, un grande de la pintura de América Latina me ha conmovido. Siempre admiré su obra, grande como pocas en el siglo XX boliviano. El pintor del mestizaje boliviano, a quien tuve el privilegio de tratar y de apreciar como persona. Vayan estas líneas que escribí en 2010 como un homenaje al artista, al hombre y, si cabe, al amigo.
Retratar la tierra es retratar nuestras almas. Raúl Lara ha transformado la tierra, su tierra, nuestra tierra, en una sinfonía en la que el azul-violeta del cielo ha descendido a su paleta y se ha transformado en un camino sin retorno al alma de Bolivia.
Por alguna razón desconocida los personajes de Lara flotan, se colocan caprichosamente en los extremos del cuadro, te miran o no te miran, se cubren los ojos con lentes oscuros, se reconcentran en sí mismos o se agarran –para no caer de sus propios cuerpos- de barras cromadas nacidas de la vida cotidiana, del tráfago de la ciudad, del día a día que se transforma en único en sus pinceles.
Lara es, qué duda cabe, unos de los grandes artistas andinos de América, precisamente porque ha sido capaz de encontrar el envés de los Andes, no la obvia majestuosidad de su altiplano o las masas gigantescas de sus montañas, o más aún, los lugares comunes de los rostros dolientes de los indígenas. No, lo que Raúl Lara ha encontrado es el corazón barroco de la vida en esta región cósmica del planeta. Esa fusión en la que la pintura vibra como vibran las trompetas en el carnaval de Oruro, ha desentrañado la fibra apasionada de la música y los colores para entender la complejidad y la paradoja que carga la aparente frialdad y la honda sensualidad de lo mestizo.
Raúl no se ha entrampado en las reflexiones conceptuales sobre la nación, las naciones, las etnias, lo indígena, lo k’ara o lo intercultural, simplemente ha pintado, se ha pintado a sí mismo, ha pintado su mundo, nuestro mundo, ha hecho un recorrido mágico y extraordinario por un escenario en el que el abstracto debate de las ideas se resuelve con la fuerza de la vida. Los personajes de Lara, son, como sus trazos, un canto vital, una fuerza estremecedora que no se rinde nunca, una celebración que hipnotiza al espectador.
El pintor no se ha dejado atrapar por los miedos, los ha revelado, no ha limitado los trazos vigorosos de su mano para mezclar aquello que muchas veces ni se dice ni siquiera se insinúa, por el contrario, los ha dejado salir de su pecho. Los colores mezclados del artista son nuestros colores, los que fluyen desde nuestra más oscura y luminosa intimidad. El color del metal, el fucsia intenso, los ocres en una gama que sólo él puede producir, los rostros que son lo más fuerte, lo más directo, el lenguaje de esa carne que es recorrida como en tatuajes en los pómulos, en las líneas estrechas de los ojos, en los carrillos hinchados de los músicos que cargan las pesadas tubas, en la piel tersa, aparentemente ingenua y “pecadora” de las mujeres-niñas y de pronto, como recordando un pasado en el que las fuerzas de abajo, las del urin afloran, los toros y los perros que no son los animales europeos de los españoles, sino los adornados en las fiestas andinas de los bailes que hemos creado a través de los siglos. De algún modo que sólo él ha descubierto, puede hacer convivir el hieratismo de expresiones impenetrables de lo aymara con el movimiento abrumador de mujeres cargadas de sensualidad y sexualidad. Lara escoge a la mujer en el tránsito de la inocencia, la provocación, la suavidad sugerente y la abierta invitación al sexo desinhibido, mientras las figuras masculinas, pesadas, parecen bailar lentamente en sus cuadros, con grandes cuerpos, gigantescos trajes de baile, a veces ojos sin ojos, a veces ojos que escrutan, otras veces ojos que miran sin ver.
Qué lejos están esos cuadros de sus inicios, los de los años cincuenta en los que el joven pintor estaba aún fuertemente influenciado por la pintura social, por los rasgos desgarrados pero aún inseguros, o los dibujos siempre cargados de intensidad que eran estudios buscando una forma, siempre la humana, que pudiese definir lo que él mismo tenía dentro de sus venas, o el acercamiento de influencia europea de los años setenta, en que la tentación del esperpento fue superada por la fuerza misma de su propio visión interior.
Lara se reencontró, se encontró al volver a Bolivia, a la de sus orígenes y a la de su presente, de vuelta en el Ande ante el que es imposible la neutralidad, y descubrió que hombres y mujeres de estas tierras eran definitivamente la carne de su carne artística.
¿Cuál fue el momento del destello? Aquel en que lo mestizo se transformó en la esencia de su búsqueda, de sus preguntas y de sus respuestas. De la naturaleza de lo mestizo es que nació el color como permanente fuente de contrastes. La intensidad del naranja, el violeta, el marrón, todos los tonos del azul, pocas veces el verde, salvo cuando se emparenta con ese color que lo inunda todo como el mar que no está, como un horizonte infinito que es el cielo de su propia mente. Una persona sentada en un asiento de bus, muchas espaldas, espejos en los que no se puede mirar otra cosa que el vacío de la mirada atrapada detrás de los vidrios oscuros, bancos de parque frente al grande y desolado altiplano, atardeceres que parecen rumorosos océanos de cielo y de montaña, las meninas de Velásquez sugeridas con sus grandes vestidos sustituidos por las wacas del baile, en el que se mezclan Bolivia y España, parejas que hacen el amor mientras bailan tango (la nostalgia argentina de Raúl), los hombres, sin embargo tienen el rostro mestizo, las mujeres, con las piernas que envuelven, tienen rostros entre displicentes y lujuriosos.
Lara, finalmente, encontró en la fiesta un destino. La fiesta lo inundó todo. Allí eran posibles los querubines y los ángeles, los seres fantasmagóricos y la china supay y la cocani. La fiesta es el urin y el anan, es un cielo y un infierno que pueden referir al mundo cristiano o a la cosmogonía andina indistintamente.
Personajes en los que cara y máscara son una y la misma cosa. Es en las mil facetas de la máscara y en su desarrollo pictórico de máscara-careta, que encontramos todos nuestros rostros, cubiertos y descubiertos, reales e inventados, mentirosos y verdaderos.
Raúl escribió un texto a propósito de su monumental exposición denominada “Van Gogh en Oruro”. En un fragmento le dedicó al holandés estas palabras: Un día lo encontré ebrio de amor, cerveza, chicha y trementina, el bramar del viento en los pajonales me recuerdan a él, ese entrañable, ser, amigo y colega que un día estuvo en Oruro, con su pequeñas cajas de colores y sus sueños de amor, locura, pasión por las mujeres, la pintura y la vida. En realidad Raúl escribió esas líneas sobre sí mismo.
El artista levanta su cuerpo en esas alas de mariposas gigantes; a veces prefiere encerrarse en un microbús, a veces en una gran habitación, a veces en el cielo, a veces en la pampa inmensa de las alturas, pero siempre dentro de un mundo cuya riqueza, como esas cajas infinitas de los magos, produce personajes sin cesar, pero sobre todo reconstruye el entramado de la sociedad boliviana y de la andina. Estos Andes tan cerca de los dioses y tan cerca de los hombres, son el escenario de nuestros sueños y de nuestras pesadillas. Un escenario que, al ritmo de las trompetas, los trombones, las tubas, los bombos y los tambores, se mueve acompasado en su propio transcurrir en su particular e intransferible espacio, que ya no es el tiempo y el espacio inmemorial de nuestros ancestros indígenas, ni el tronar de las espadas de los conquistadores, ni nada que no sea la construcción compleja de este hermoso rompecabezas humano que transita en las ciudades, en los barrios marginales, en la falda de los cerros, en medio del sibilar del viento, tan cargados de profunda humanidad.
Lara estalla en su pintura como las piedras en la noche más fría de año, en él está el choque de los extremos, de las temperaturas que hielan y de las que abrasan, por eso es posible ese amor desbordado por la sexualidad, por eso el silencio terrible de algunas de sus mujeres y sus hombres, por eso todo puede ser pesado y levitar a la vez. Por eso un día Van Gogh pudo llegar a Oruro y enamorarse de una cocani y pintarla desafiante en su belleza y su voluptuosidad desnudas, y tocar junto a una banda de carnaval y beber con Raúl Lara, y usar sus mismos colores, porque al final, da lo mismo el espacio oscuro de la noche estrellada y los tierras amarillas de los cuervos, que el tiempo sin tiempo de la seca pampa orureña.
Lara atrapó en la vida la fuerza de lo mestizo tal como es. No hace otra cosa que cantar este variopinto y hermoso caleidoscopio en todos los tonos del azul-violeta que somos los habitantes del Ande de hoy y de siempre.
Lamento mucho la desaparicion de Raul Lara, recien me enteré, vivo fuera de mi pais, es una perdida para el arte boliviano y latinoamericano. conozco sus colores, conozco su temática, lo que no tengo es fotografias de sus obras para un estudio pormenorizado de su arte. ojala alguien tuviera a disposicion gran parte de su obra, sera bueno conocerlo mas profundamente y valorar en su justa dimension a este grande de la pintura boliviana.
Luego de absorber una síntesis tan acertada sobre el artista en cuestión, y coexistiendo también como amante de la pintura surrealista, solo cave una descripción “Fascinante”
Me hubiera llenado de satisfacción poderle hacer un homenaje, aunque no similar pero aproximado a esta categoría, al Ilustre escritor e historiador Hernán Mesutti Ribera… humildemente lo invito a conocer una nota al respecto de don Hernán como un adiós a los grandes amigos… con mucho afecto:
Álvaro Encinas V.
Un adios a los grandes amigos… Homenaje a Hernan Mesutti Ribera
http://www.todoalaluz.blogspot.com/
Lo haré con mucho gusto
Excelente reseña acerca de Raúl Lara Tórrez. Es una muy buena muestra del arte boliviano hacia el mundo. Felicitaciones por la defusión que genera desde su sitio.
Desde el sitio: web http://www.enviante.es.tl destaco al pintor y a vuestra valorable reseña y comentario. Soy comunicador social, periodista y docente en Córdoba -Argentina. Difundo principalmente la Ecología y el Arte.
Saludos a ud. y a su hermano país desde aquí.
Raúl Walter González sanso
Hay perdidas que son inimaginable de concebir, la de Raúl es una de ellas. Se contrae el corazón en lo terreno y tiembla el espiritu el pensar que de sus manos y mente no habrá más esas obras en que su sensibilidad las descubría de lo cotidiano. La pregunta es,¿ porqué?
La muerte no nos roba los amigos apreciados al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.
tengo una pintura de raul lara de ase 35 años y no se cuanto vale
Sólo un tasador profesional, experto en arte contemporáneo puede hacer una tasación que establezca el precio del cuadro que usted posee.
ustedes conocen a la persona que pueda verificar el cuadro o que pueda hecharle un vistazo soy de santa cruz
cùal era su altura de arista Raùl Lara