Publicado en Página Siete y Los Tiempos el 26 de junio de 2011
¿Qué nos une y que nos separa? ¿Por qué queremos estar juntos? ¿Cuál es la idea de comunidad que le da sentido al ser bolivianos? ¿Por qué me siento boliviano y cuál es la razón de ese sentimiento?
Las respuestas se encierran en la comunidad de intereses, comunidad de ideas, comunidad de objetivos. Un proyecto común, en suma ¿Cuál es el proyecto común de Bolivia?
Es una imaginario como la propia noción de Patria. Quizás la más real y a la vez la más poética la expresó José Santos Vargas, el famoso Tambor, cuando en su diario en los días duros de la lucha por la independencia en Ayopaya mencionaba el genérico “la Patria” en la forma plural del “nosotros, la Patria” para referirse a aquellos que junto a él combatían en el corazón mismo de lo que hoy es el territorio boliviano.
La Patria Para Santos eran sus compañeros, los que le protegían la espalda, los que lo acompañaban en la aventura de vivir o morir, los que le daban fuerzas para continuar porque estaban junto a él, y él junto a ellos. La causa era aún incierta, la palabra Bolivia no se había acuñado, los libertadores que llegaron a Charcas cuando ya todo o casi todo estaba resuelto a favor de la causa de la libertad, le dieron forma a una idea que se había construido de muy diversas maneras en muchas partes de esta tierra gigantesca.
La Patria, en suma, era una idea que unía en tanto una comunidad de seres humanos decidió encarar una batalla sin cuartel para lograr una forma de libertad, no sólo la libertad como idea total frente a la opresión y la tiranía, sino la libertad de comercio, de propiedad, la autonomía de gobierno, la apropiación de una o varias formas de poder. Fue una idea que tardó en construir un armazón que nos incluyera a todos. La conciencia de un denominador común dependía de la comprensión de la igualdad y del respeto por el otro. Ese concepto no se desarrolló en 1825 y dificultó muchísimo un espacio común para una causa común amasada por todos. El todos de esa Bolivia de la independencia estaba incompleto y en muchos sentidos –reales y figurados- mutiló al otro. Pero no era algo que no se hubiese vivido en muchos lugares del mundo. Más o menos complejo, ese imaginario de Bolivia se volvió una realidad que estableció parámetros específicos con sus símbolos y la construcción de una identidad que acabó por existir tangiblemente. Esa identidad superior absorbió muchas identidades, luego les devolvió su forma, las reconoció en su plenitud, al punto que cuestionó la idea misma de que tuviese sentido poder decir, como Vargas, que la Patria somos quienes caminamos juntos hacia un destino común.
¿Quién define ese destino? La propia sociedad que decidió unir voluntades para edificar una nación. La nación, no el término de definición académica, ni el estado-nación decimonónico, sino esta nación de hoy que es una suma de diferencias que sin embargo tienen un núcleo común. El objetivo es tan sencillo como la carga de humanidad que contenga, como la voluntad real de saber que quien esta a mi derecha y a mi izquierda, delante y detrás de mí, quiere lo mismo que yo, una sociedad organizada, ordenada, justa y de oportunidades para todos, ¿para qué?, para que la búsqueda del la felicidad y el bienestar nos permitan ocupar un lugar en el mundo, en el próximo, el de nuestra región, lograr objetivos que permitan a Bolivia contribuir en el escenario latinoamericano en términos sociales, económicos y políticos, ser un país de poder intermedio en América del Sur, transmitir la riqueza de nuestra capacidad de organización, nuestros valores culturales, espirituales y creativos en el más amplio sentido. Demostrar que podemos vivir juntos en la diferencia de pueblos con lenguas, culturas y modos distintos, pero que anhelamos un futuro compartido en este espacio.
Ser boliviano más allá de la piel, la lengua, la religión, el paisaje, el carácter, el frío o el calor, más allá de cualquier consideración. Ser boliviano y ser universal, pensar en un futuro en el que la conciencia de nación en el sentido de patria patriotera, la del chauvinismo nacionalista más cerril, sea el mal recuerdo de un momento superado. Estamos en un tiempo de inflexión en el que lo particular y lo universal deben convivir sin excluirse, deben comprender una realidad en la que, como parte de un gran todo universal, sentimos una pertenencia.
No creo que Vargas luchara por la estratificación y por los compartimentos estanco. No creo que la integración de ese destino común se fortalezca en la lógica de dos repúblicas dentro de un Estado (no treinta y seis, porque esa es una retórica puramente simbólica), la república de los indios y la república de los no indios. La primera respuesta demandada es la de saber si realmente cuando hablamos de Patria estamos hablando de todos juntos o no. No basta con saber quien tiene hoy el poder, quien lo tuvo y quien lo podrá tener, es indispensable saber si lo podemos administrar juntos. No el poder del palacio de Gobierno, sino el poder que le da sentido de destino a toda la sociedad boliviana.
[Una cultura nacional, si ha de prosperar, debe ser una constelación de culturas, los componentes de las cuales, beneficiándose, benefician al conjunto.] T.S. Eliot
La identidad desde su faceta cultural puede ser hallada bajo un proceso constituyente o bien ya como identidad constituida[1]. La identidad en estos dos estados existe en toda Bolivia. De hecho curioso es advertir que habiendo identidades -primarias- constituidas como la chuquisaqueña, cruceña, paceña, entre otras, dentro de un mismo espacio geográfico boliviano no existe afirmada (aún) una identidad de alcance nacional. Es decir que existiendo identidades primarias constituidas, todavía se evidencia una identidad nacional en proceso de constitución. No se puede constatar que las regiones y sus respectivas identidades culturales converjan, sin llegar a uniformizarse, en un espíritu identitario boliviano. En otras latitudes de la geodesia mundial se suscita lo opuesto, es decir identidades nacionales plenas con pequeños rasgos identitarios de sus variedades culturales endógenas.
Las identidades chuquisaqueña, cruceña, paceña, entre otras, existen constituidas y plenas, en un Estado jurídico y político sin identidad nacional. Un Estado sin un espíritu que agrupe a las identidades -primarias- de una variedad cultural, en cierto punto abigarrada. Quizás la respuesta a la ausencia de la cohesión espiritual nacional se deba a la inclinación política y la pretensión hegemónica de ciertos intereses por sobre lo meramente cultural de lo que comporta ser una nación.
Así mismo identidades culturales como la chuquisaqueña, cruceña, paceña, respecto de sí, y respecto de otras identidades culturales bolivianas, manifiestan diferentes intensidades en su afirmamiento identitario-cultural (primario). Que no por ello se las vea como no-constituidas, simplemente diferentes. Esta diferencia -en la expresión identitaria primaria- se deba quizás por una despreocupación, descuido o hasta temor de ser trabajadas algunas identidades en una magnitud como lo hacen otras. Pero también y fundamentalmente por la inclinación histórica del Ande hacia una centralización cultural y hegemónica; y que puede llegar a depredar los valores culturales de un gran porcentaje de la variedad socio-cultural en Bolivia.
En el caso de las manifestaciones identitarias, a excepción, de las orientales y una que otra entre el Chaco y centro-sur boliviano, se ocurre un fenómeno de absorción identitaria desde el Ande y sus características geopolíticas. Puede identificarse a un extenso perímetro del Ande como a un horizonte de sucesos[2] que absorbe descomunalmente a las identidades culturales que se encuentran próximas a su campo gravitatorio[3]. Esta irresistible absorción se mantiene e intensifica por las características políticas de su núcleo, básicamente inalterable durante muchas gestiones y colores del poder político.
Por otras tintas se tiene que aclarar que la identidad, cualquiera que esta fuese, no se cualifica por estadísticas o por encuestas[4]. En el caso de las identidades nacionales antes referidas se entiende que su constitución plena es una afirmación de las identidades en su (particular) escala de valores, que las mismas conjuntamente su comunidad predispusieron para existir y relacionarse. Es decir que la cualidad identitaria es otorgada indiscutidamente por una serie de premisas abstractas -idiosincráticas- de entendimiento común; pero que por ello no las hace inaprensibles al percibir tangible de las personas, por algo es que las ejercen.
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[1]No se debería apreciar que la identidad, la cruceña en este caso, esta en un continuo proceso de constitución. No porque las circunstancias de un fenómeno migratorio o por la adopción de formas de auto gestión (autonomía), la identidad va a seguir un curso constituyente. Estas variables en realidad se adaptan o se absorben en la identidad cruceña. No van a conseguir modificar una esencia plenamente vigente y arraigada.
Ya que se tienen parámetros valorativos constituidos sobre lo que implica lo cruceño o su ser. Otorgar ese margen de “que la identidad cruceña está en continuo proceso de constitución o construcción” puede permitir que lo que bien determina a la identidad cruceña se pueda estirar como un elástico ab infinitum, y que por ello se la vuelva incierta. En temáticas como la identitaria no solo es exigible una certidumbre sobre el estado identitario, sino que es una necesidad elemental el constatar su constitución o su posible proceso constituyente.
En todo caso a los creyentes de esta “continua construcción identitaria cruceña” se les debería preguntar ¿cuándo y/o cómo va a finalizase ese continuo proceso de construcción? En sí, ¿puede finalizar algún rato, tiene final?
[2]El horizonte de eventos es un área de los “agujeros negros” ideado como aquél de donde no pueden escapar los objetos (ni siquiera la luz) que son irresistiblemente atraídos por un campo gravitatorio intenso.
[3]Evidentemente las identidades culturales particulares poseen también campos de atracción y absorción (como los que se hallan en cualquier cuerpo celeste) especialmente notorios cuando se suscitan flujos migratorios; esto en razón de la conservación y predominancia de la identidad cultural receptora. Pero a diferencia del proceso en el Ande, la superficie de atracción se expande siendo irrespetuosa de los márgenes de cada identidad cultural. Lo que convierte al Ande, por estas características, en un típico “agujero negro”.
[4]Algunos trabajos al respecto de la identidad tienden a sobre cuantificar los objetos que son preocupación de su estudio. La estadística, la encuesta y las cifras advertidas deben ser meras herramientas de aproximación de una cierta mensura de lo relativo.
Entre los fetiches estadísticos aparece la demografía, entre otros aspectos. Debe establecerse que esta cuantificación, no es que sea inútil, sino incompleta, habida cuenta que se preocupa y ocupa tan solo en una variable material del todo cultural.
El enorme éxodo de bolivianos al extranjero demuestra que no hay patria, prefieren ser unos parias en el extranjero que morir de hambre en la tierra que les vio nacer. Todo esto por los criollos y mestizos que han utilizado el nombre de «patria» para seguir el modelo de explotación española hasta nuestros días. Tal es así que desde el poder siempre se han vendido a Chile y a su política. Bolivia no debía existir, pero gracias a los Olañetas como usted se sigue hablando de «Patria». Yo que usted no hablaría tanta tontera. Tuvo su oportunidad y nos dió un engendro como el actual narco presidente, aquien usted le obedece a la primera, oserá al revès???