Con el Sello de Santiago Illapa

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Publicado en Página Siete y Los Tiempos el 5 de septiembre de 2010

En el momento del rezo (plegaria, oración), el amauta (yatiri), sacerdote andino, en el mismo tono con el que se desgrana el rosario, pide, se comunica con sus dioses, con los Apus (montañas tutelares), con sus ancestros (las huacas). Es una sucesión transida de palabras en aymara salpicadas de vez en vez por el castellano.

Entre esas deidades, menciona siempre a Dios (el judeo cristiano), pero muy especialmente a la Virgen María y a Santiago (el Tata Santiago). Como un mantra, igual que cuando se rezan los misterios, o el Padre Nuestro y el Ave María, se trata de una repetición que conecta, que comunica, que establece una intermediación entre lo todopoderoso y lo humano.

El amauta está delante de un altar denominado mesa. Podría pensarse que la palabra mesa viene de una pronunciación aymara de la palabra misa. Igual que en gran parte de las religiones del mundo, es un ara, un altar, el lugar del sacrificio. El sacrificio es en este caso una simbolización; cuando se trata de algo de mayor envergadura estará la huilancha, la llama sacrificada a partir de un certero corte en su cuello que regará literalmente con su sangre la tierra, la Pachamama. En el pasado ese sacrificio era humano, sea de niños o de jóvenes ofrecidos ante los dioses prehispánicos. La Pachamana ya se ha fundido con la Virgen, allí están esos bellos cuadros del siglo XVIII en el que el rostro de María está en el vértice del cono del Cerro Rico de Potosí. Teresa Gisbert, además, ha descubierto que el Cerro tenía un altar en su cumbre y que allí el Apu era el camino de veneración del gran dios Pachacámac, cuyo origen está en el mar, en el lejano mar del oeste, el Pacífico y que fue impuesto por los Incas cuando ese imperio dominó el territorio de los charcas.

La secuencia de la incorporación de divinidades prehispánicas en el área de influencia del lago Titicaca es compleja y hasta hoy es difícil un discernimiento que establezca con claridad la superposición de deidades desde el pre Tiahuanacu hasta el incario en un horizonte de casi dos mil años.

Si seguimos esa lógica, sobre todo ante las evidencias de la práctica de las creencias andinas de hoy, es algo indudable que el periodo colonial que duro casi trescientos años, dejó, igual que el tiempo anterior a 1535, una marca indeleble e indivisible en esa cosmovisión. Por eso la simbiosis entre catolicismo y mundo andino es muy fuerte y tuvo doble vía, ambas visiones quedaron impregnadas con la influencia de elementos que en origen les eran ajenos, pero qué con los años se fusionaron.

Pretender que la espiritualidad andina está exenta de ese ingrediente fundamental del cristianismo colonial es simplemente una expresión de deseos, o una falsificación del pasado. La obsesión tan en boga de cortar la historia como una mortadela y leerla e interpretarla por separado y reinventarla al gusto del consumidor político del momento, es una tarea perdida, pero por ahora confunde y busca (estéril esfuerzo) destruir nuestra esencia.

No hay espiritualidad andina sin cristianismo, no existe posibilidad alguna de “extirpar idolatrías”, valga la ironía histórica. Así como los sacerdotes y el imperio español no pudieron “extirpar” a los dioses tutelares de los Andes, el actual régimen y sus corifeos intelectuales, no podrá extirpar la impronta católico-cristiana de las mesas andinas y de los rezos y de las creencias de los pueblos indígenas. Mal que les pese, más del 90% de esos compatriotas indios son católicos-cristianos con una fe profundamente arraigada, lo que no quiere decir que no esté vigente en ellos la impronta prehispánica con una fuerza notable. No es cierto que en la colonia española se pretendiera erradicar las lenguas nativas. Por el contrario, los sacerdotes más lúcidos que buscaron evangelizar a los indígenas se dieron cuenta muy rápidamente que era imperativo hacerlo en sus lenguas maternas. Es casi un axioma el que la preservación de esas lenguas en lo que hace a su estructura, su rica complejidad y su comprensión estructural, se debe a sacerdotes que como Bertonio, hicieron estudios, gramáticas y diccionarios del aymara, el quechua, el guaraní y otras muchas lenguas en toda América Latina. No es verdad que los indígenas no tuvieron opción de expresar su mirada del mundo. Los tejidos, los queros, los retablos, las fachadas de iglesias, los murales, los cuadros, todos hechos en la colonia, demuestran que el mundo indio tuvo cabida y expresó su propia sensibilidad  mezclada con la línea “oficial” de la Corona y de la Iglesia.

Quizás sea Santiago apóstol, el Tata Santiago-Illapa, representado mil veces y pintado alguna de ellas sobre un trozo de meteorito caído del cielo, quien mejor expresa está afirmación de fe, de cultura, de construcción histórica. Allí está Santiago cabalgando en los Andes. Ya no es de los reyes Católicos, como tampoco Illapa es de los aymaras o de los incas, ambos son nuestros, nuestros hoy, en el siglo XXI, como testimonio de que nadie podrá borrar con el codo lo que escribió con su propia mano.

1 comentario en “Con el Sello de Santiago Illapa

  1. REFLECTION:
    From the standpoint of an intelligible religion, the problem of good and evil is crucial, for in no other area has there been more difficulty in establishing mutual understanding. There is little sign of any relaxation in the tension amongst the warring parties, either as to theory or as to practical solutions. Any discussion aimed at universal intelligibility must therefore suggest some answer to the problem of the good or at least some constructive way of dealing with the conflicts which arise.
    Appeal to experience is the basis for intelligible discourse. In discussing the good it is the experience of value to which appeal must be made. By experience of value we mean either the total attraction or the repulsion exercised on the subject by the object or within the situation experienced. Value, as explained in Chapter VI, is some function of the congruity or incongruity of subject and object, resulting in various positive or negative reactions between the two. There are many kinds of values, important among which are those usually called «good» and «evil». The «beautiful» and the «true» are other kinds.
    What is a «good» ? In the simplest sense, a good is something which a person desires. Desire is here to be understood not merely as physical appetite, but as a total positive response involving «mental» and «spiritual» as well as physiological components. But this simple test for the good must clearly be modified, because there are things which people desire which are said not to be good. For example, a drug addict may desire the drug, but know and admit that it is not good. A different case would be that of a person desiring a piece of food which he did not know was poisoned. Clearly the food would not be good, but the person would desire it. How must the analysis then be modified to take care of such examples as these ?
    As to the first example, we must observe that a thing may be good in some respects but not in others. Thus, the drug is good for the addict in respect to the feeling of exhilaration or whatever else he seeks from it, but it is not good with respect to many other factors such as cost, resulting sickness, and unfavorable social standing. This suggests that goodness is not an unqualified property of an object, but is an aspect of the relation of that object to a specified person in a given situation. Probably no thing has a simple and unqualified relation to any given person. Every human reaction is to some extent mixed and self-contradictory. There are both positive and negative components in every human response. In the psychologists’ language, human beings are incurably «ambivalent». When, therefore, someone says he desires something but knows that it is not good, he is not really disproving the assertion that the good is what a person desires. He is merely saying that his response is a mixed one — that in certain respects he desires the thing, while in other respects he does not, i.e., that in some ways it is good and in other ways it is not good. That which is good about any particular thing to a certain person is still that which he desires from it.
    Consider the second example, of the poisoned food. The food is not good, even though it is desired. Here we are confronted with the problem of error. The food is not what it appears to be. Food eaten in the past, similar in appearance and proving satisfactory, is the basis for the judgment, «This food is good». If the poisoned food were eaten and its ill effects experienced, the judgment «This food is good» would no longer hold. Therefore every statement about the good must be based upon full experience of that appraised. The good is what a person desires when he has complete knowledge of what is involved in experiencing it. This means that every actual judgment of a good must be to an extent tentative, for the full implications and consequences of experiencing it can never be known. For instance, the long range destructive effects of certain kinds of diet or of certain kinds of activity might not be observable except over several generations.

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