«Fierro». Homenaje a Alfonso Ferrufino Valderrama

Carlos D. Mesa Gisbert

En tiempos oscuros en los que la verdad es sometida a la tortura de las redes sociales, en los que se falsifica la historia y en los que los valores se han trastocado hasta diluirse en las palabras vacías de gobernantes que disfrazan cada vez peor su talante dictatorial, es imprescindible destacar la vida fecunda de los hombres y mujeres ejemplares de nuestro país.

Alfonso Ferrufino nos ha dejado. Se va alguien que forjó el apelativo con el que lo conocimos sus amigos y compañeros de ruta: Fierro. No es gratuito. Desde su temprana juventud comprometida con las demandas de una sociedad traspasada por todo tipo de contradicciones, hasta sus últimos años en el sendero insobornable de la batalla por la democracia, mostró el rasgo más nítido de su personalidad, coherencia. Actuó en consecuencia con las ideas en las que creyó, atravesó el río turbulento de la rebelión como parte de una generación que luchó sin miedo contra las dictaduras militares. Fue parte relevante del MIR que hasta 1982 fue un instrumento popular imprescindible para la conquista de la democracia. Convencido de que ese camino se había truncado, promovió la creación de un partido alternativo que preservara valores esenciales, el MBL. 

En esos años germinales (1979-1997) fue un parlamentario destacado, leal a sus principios y cada día más compenetrado con la idea de que la democracia es el camino elegido por la comunidad boliviana como la forma colectiva de vida de nuestra sociedad. Un abrazo a esa visión que fue definitivo en su vida política y pública. 

Junto a su partido respaldó el proceso de transformaciones estructurales del periodo 1993-1997, muchas de las cuales sentaron las bases de las autonomías, la redistribución descentralizada de recursos, el reconocimiento de pueblos en los llanos y sus derechos colectivos de propiedad sobre la tierra pero, sobre todo, la nueva conciencia constitucional sobre las premisas del multilingüismo y el multiculturalismo, buscando una educación renovada y transformadora.  

Pude conocerlo de verdad cuando comenzamos a transitar caminos compartidos desde mis responsabilidades como vicepresidente y presidente del país. Fierro era un hombre temperamental, que transmitía siempre sus convicciones democráticas y un radical sentido de la ética que se sumaba a su sobriedad en la vida personal intachable y correcta. Dejó la Secretaría de Gestión Parlamentaria de la vicepresidencia que ocupó y desarrolló con eficiencia, cuando el MBL rompió con el presidente Sánchez de Lo­zada. Al asumir la presidencia decidí invitarlo a ocupar la cartera de Gobierno, aunque presupuse que -muy probablemente- rechazaría la propuesta dada la complejidad de una cartera como esa en tiempos de inestabilidad social creciente. Cuando le hice conocer la idea escuché al otro lado del teléfono una larga y nerviosa carcajada. Sospechaba, me dijo, que lo quería en el Ejecutivo, pero ¿como Ministro de Gobierno? ¿Era un chiste? No, no lo era. Yo quedé más sorprendido todavía con su aceptación. Hizo una gestión distinta, un ministerio que respetó los derechos humanos y que mostró transparencia en el lugar menos indicado por tradición para hacerlo. Desde allí fue absolutamente consistente con la idea de colocar por encima de cualquier otra consideración el valor sagrado de la vida que era una de las premisas fundamentales de nuestro gobierno. Buscó y prácticó el diálogo como mecanismo de resolución de conflictos y fue puntilloso hasta la obsesión en el manejo de recursos en un ámbito en que la discrecionalidad fue en el pasado una tentación. 

En su paso por el gobierno Fierro formó parte además del equipo de mayor confianza con el que conté, manteniendo, siempre que fue necesario, una independencia de criterios y una mirada crítica muy valiosa para la toma de las tantas complejas decisiones que me tocó encarar.

Fierro, como muchos otros de sus compañeros de vida política, le dio el beneficio de la duda al proceso iniciado en 2006 y se desencantó al constatar la gran impostura de cuatro gobiernos (tres de Morales y uno de Arce) que pulverizaron sin contemplaciones los principios éticos, políticos y las premisas de transformación que los habían llevado a ganar las elecciones de 2005. En los últimos casi veinte años de su vida decidió renovar su alineamiento con la democracia y trabajó sin descanso -desde FUNDAPPAC, PNUD e IDEA- por contribuir a la recuperación de  la independencia de poderes, el pluralismo y el respeto por las minorías, en un escenario de estrangulamiento cada vez más descarado de esos instrumentos esenciales para la libertad.

No son muchos los políticos que pueden llegar al final del camino del modo ejemplar en que lo hizo Fierro. Ese es el temple que vale la pena destacar y, sobre todo, ese es el homenaje que merecen él y tantas y tantos otros que lucharon como parte del pueblo boliviano, por ganar la democracia en octubre de 1982. Personas extraordinarias que este barro que lo mancha todo desde el poder encarnado en la dictadura de un partido, ha intentado borrar y menospreciar.

Pero, a pesar de todo, la verdad prevalecerá y Alfonso Ferrufino Valderrama quedará para la posteridad como uno de aquellos hombres que hizo siempre lo que tuvo que hacer para construir una Bolivia mejor que la que había heredado.   

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