El Día de la Democracia, Presidente Arce, no se Decide por Decreto

El 10 de octubre de 1982, el verdadero día de la democracia (imagen de una inmensa concentración popular de la época) (Noticias de Bolivia-Diario Multimedia)

En el mundo paralelo en el que vive el gobierno del MAS desde hace ya tantos años, uno de los objetivos que persigue es el de la invención de una historia también paralela. Una decisión que desprecia intencionalmente toda construcción colectiva que se haya producido antes de 2006.

De manera insólita el Presidente Arce decidió por sí y ante sus correligionarios azules que el día de la democracia es el 18 de octubre de 2020 y -ya es habitual- dictó un Decreto para “oficializar” tal despropósito. Careció del mínimo pudor al asumir que ese día, precisamente el de su elección, es el referente histórico más relevante sobre el tema de todo nuestro recorrido como sociedad. Tergiversa y falsea la verdad con la tesis absurda de un “golpe de Estado” como punto de partida del gobierno transitorio y constitucional de Jeanine Áñez, resultado de la heroica resistencia popular al fraude de Evo Morales, su renuncia y posterior huida. En la peculiar lógica masista, la conclusión de esa transición es el día cero de una “nueva era”. El complejo de Adán heredado de su antecesor es una constante de esta obsesión por arrogarse todos los méritos en todos los temas desde la fundación de la República.

La palabra democracia tiene en Bolivia un hondo significado y su cristalización es el resultado de un largo proceso de construcción, que tiene sus antecedentes en las luchas por la libertad de 1781 y de 1809-1825, en la convergencia de reivindicaciones y combates populares desde la ruta indígena y desde la ruta obrera y de la pequeña clase media que confluyeron -guerra del Chaco mediante- en la gesta revolucionaria de 1952.

En esa saga no se puede ni se debe olvidar el complejo proceso que corre desde 1964 hasta 1982, que concluyó en octubre de 1982. La llegada a Bolivia del Presidente electo Hernán Siles Zuazo el 8 de octubre de 1982 y su posesión en medio de la euforia del país el 10 de octubre, marca el verdadero momento fundacional de una nueva etapa que se halla entre las más significativas de todo el pasado boliviano. 

Ese instante inolvidable no nos refiere a la persona, ni a la alianza política que llegó al gobierno, sino -por el contrario- a la conquista que logró el pueblo con su sacrificio y con su sangre. Una lucha que exigió la ofrenda de vidas a lo largo de más de una década, sin color de piel particular. Luis Espinal, Serapio Vega, Artemio Camargo, Marcelo Quiroga Santa Cruz… para mencionar unos pocos nombres, no representaban una clase social, una nación indígena, un partido, un sindicato, una ideología, representaban a toda una nación y su compromiso de darlo todo por la libertad y por la democracia.

Desgraciadamente el paso histórico iniciado en enero de 2006 (que pretende ser “santificado” con otro artificio legal como el “nacimiento” de un nuevo Estado) fue desnaturalizado y envilecido por sus propios protagonistas. Si hay alguna fecha que demuestra tal afirmación es el 21 de febrero de 2016, cuando el entonces Presidente Morales le dio una bofetada a la vocación democrática del pueblo. No contento con esa acción protagonizó el ya citado escandaloso fraude el 20 de octubre de 2019, ratificando su vocación antidemocrática con el único afán de perpetuarse en el poder y motivado exclusivamente por su interés personal y mesiánico. 

No parece que los líderes del MAS tengan credenciales para determinar discrecionalmente qué día es el de la democracia en el país y que día no lo es. Los decretos que se aprueban con la intención de reescribir la historia como si se tratara de una comida a la carta, se transformarán muy pronto en papel mojado.

El pueblo boliviano distingue lo claro de lo oscuro y sabe que es su huella la que abre el camino, no la de quienes pretenden que la memoria colectiva es corta o, peor, que es maleable y está sujeta a la viveza de los que pretenden imponer una ficción cara a sus intereses inmediatos. 

Este no es un ejercicio de olvido, ni un juego de papeles rotos y escrituras nuevas, es simple y sencillamente el de la constatación de la Historia con mayúsculas, que no se escribe desde un despacho del mamotreto mal llamado “casa del pueblo”. El día de la democracia es y será siempre el 10 de octubre de 1982, cuando los ríos de los héroes confluyeron desde varias cuencas del pasado en un gran caudal que orientó el proceso que, a pesar de todos los avatares, sigue vigente hoy e impulsa esta batalla que nos toca librar por terminar con la autocracia, el secuestro de los poderes del Estado y la degradación de los valores genuinos por construir una patria mejor, más justa, inclusiva y respetuosa con el gran entorno del que somos parte.   

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