
Mural de Cortés y la Malinche (1926), obra de José Clemente Orozco, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso en México DF
Crítica escrita por Rosario Q. de Urquieta
La novela del escritor, historiador y ex Presidente de Bolivia Carlos D. Mesa Gisbert, “Soliloquio del Conquistador” ofrece varias ventanas por donde puede asomarse el ojo del lector. Entre otras varias críticas, ya lo hizo desde la historia Martín Zelaya Sánchez o desde el guerrero mismo Salvador Romero Ballivián. En esta oportunidad nos acercaremos al hombre que desnuda su interioridad en carne viva y nos hace partícipes, en su desandar del camino recorrido, aquellas que se refieren al amor de su vida.
La novela tiene como protagonista a un personaje histórico, el conquistador Hernán Cortés, figura emblemática de la conquista de México y futuro Marqués del Valle por los servicios prestados a la Corona de España.
Al margen del innegable interés que despierta en la novela el relato de las acciones y hechos históricos -datos apoyados en registros documentales sobre el proceso de conquista y colonia de América Latina- emprendidos por Cortés, nos sobrecoge la historia del hombre, de quien reflexiona, del soñador y del amante que vive intensamente en su memoria, sentimientos, nostalgia, angustia, soledad y sobre todo sus dudas e incertidumbres.
En un momento crucial del soliloquio se cuestionará la razón y la sinrazón de las acciones que emprendió, tal vez obedeciendo a misteriosos mandatos: “¿Por qué tantas muertes sin sentido?…quizás es mejor detenerme aquí antes de que comience a dudar no sólo de lo que pertenece a la eternidad, sino de mí mismo”, allí se muestra el hombre ya sin vitalidad física pero con una admirable fortaleza mental, buscando respuestas que lo puedan justificar y trascender más allá de la caducidad del tiempo.
Hernán Cortés tuvo una vida tan intensa en la guerra como en el amor. El autor lo retrata como un hombre ahíto de pasión amorosa. Llegamos a esa pasión a través del recuerdo de lo amado en la voz de dos protagonistas: hombre y mujer. La memoria desanda el camino. Marina, la mujer, amante y señora del conquistador dice: “…en el minuto en que recibí tu cuerpo y te abracé sentí que eras otro, no el dios Quetzalcóatl, no el jefe tonante, no el guerrero implacable, sino el hombre”. Así, cuerpo y espíritu a través de la memoria fluyen apasionados al “revivirse” en la huella profunda e inasibe que ha dejado el amor en sus vidas para siempre.
Después de tantas equivocaciones como aciertos, Cortés sólo encontrará compensación a su desasosiego en el amor y el erotismo. Su amor se llama Malinche-Marina: “sabes que me perdían y aún me pierden las mujeres, pero yo solo me perdí en ti. Créelo.”, le confesará.
Las remembranzas de Cortés no transmiten una sensación de acabamiento sino de plenitud en un sinnúmero de manifestaciones que evoca en su largo e intenso soliloquio. El recuerdo, en los múltiples meandros de la memoria le da la posibilidad de desandar con pasión un recuerdo todavía inflamado por aquel gran tránsito que fue su experiencia amatoria.
A pesar de ello -es inevitable- recuerda hechos de violencia, ahora no impregnados de odio sino de una nostálgica serenidad. Es la calma que instala el amor. Este estado interior, el equilibrio del amor, es también un momento de transformación.
El capítulo IV está encabezado por un fragmento del poema “Amor ausente” de Francisco de Quevedo. Cortés hace reminiscencia de ese grande, único e inolvidable momento en que conoció a Malintzin-Marina-Malinche -símbolo contradictorio del mestizaje y de la lengua- cuando en Tabasco el jefe indígena le regala veinte mujeres y de entre ellas a la Malinche: “Te había deseado desde que te distinguí…deseé desde el primer instante morderte los labios carnosos y abrazar tu talle”. La evocación de esta primera imagen del cuerpo de la amada es de un delicado erotismo. La descripción de la presencia del fascinante cuerpo femenino de ella dota a la narración de una especial particularidad alejada de la concepción del eros “civilizado”, absolutamente mimético, independiente de la observación íntima del acto amoroso.
Ya lo dijo Platón: “ Ante la belleza sensible, el hombre se pone de cuatro patas y actúa como bestia, pero también puede desplazar sus alas en la ascensión espiritual del amor”.
La concepción erótica en el tiempo de Cortés está distante del erotismo de hoy intoxicado por la cosificación, que se difunde en el afiche callejero, el cine, la literatura, la música que marcha de la mano del desarrollo tecnológico. En el actual desajuste patológico de nuestra psique, la crisis del amor es evidente. Hoy, casi no hay espacio para la ternura en la exaltación brutal del sexo por el sexo mismo. Aunque no es menos cierto que en tiempo de guerra sólo importaba el cuerpo como objeto sexual. El premio para los guerreros era el disfrute casi animal con cualquiera de las ofrecidas: “las mujeres del emperador Atahuallpa derrotado son las mismas que sentirán la piel blanca y velluda sobre sus cuerpos… caerán en manos de capitanes de a caballo o soldados de a pie con el único derecho que da el poder, a tomarlas, humillarlas, someterlas”.
Muy diferentes son las sensaciones que vive Cortés al ver desnuda a Doña Marina: “Me acerqué y te despojé del huipil. ¿Lo hice con ternura? Ahora que lo recuerdo pienso que sí. Es extraño. La ternura no me era demasiado conocida. Te vi desnuda.”
La proximidad del cuerpo de Marina despierta en el hombre más que deseo de posesión carnal, una euforia cargada de sensibilidad y sensualidad. “Tu cuerpo me estremeció hasta llorar. Tu cuerpo desnudo era tu alma desnuda. Un alma amorosa tanto como la mía”. El acercamiento de los amantes brota pleno, deslumbrado. Esta iniciación en la experiencia amorosa será de cortejo y seducción, de espiritualidad y materia, que explica el erotismo a plenitud. En definitiva el amor es un todo armónico entre lo físico y lo psíquico. Así se manifiesta en la relación entre Hernán y Marina: “Te entregaste, te despojaste de aquello que cubre tu piel, la carne y el alma…el amor fue entonces pleno”.
“Hice con la espada y con tu amor un mundo totalmente nuevo,….ni mejor ni peor que el que conocí en Tenochtitlan, simplemente diferente” dice Cortés confirmando lo que pudo en él el amor de la Malinche, de origen maya, mujer con alma.
En otro acápite de la novela, Hernán Cortés dice que pondrá paños fríos a la historia o lo que es lo mismo, en su soliloquio será objetivo con relación a los hechos que narra como protagonista en las luchas de conquista y que, sólo en la remembranza de lo vivido con el amor de la Malinche, será apasionado. Y quizá entierre en el olvido aquellas decisiones suyas que le causan pena y hasta arrepentimiento, aunque de hecho la narración muestra que el Capitán de la conquista se apasiona también en el momento de la remembranza de la épica.
Dentro el plan temático-narrativo, al finalizar la novela se escucha una voz que dice: “Calla Hernán, deja que desmadeje mi memoria,….no hables ahora, ya has hablado.. y te he escuchado con mucha atención, con infinita nostalgia y con mayor dolor……debo ser yo quien dibuje mi propia piel”; es la Malinche. Ella exige un espacio para la legitimidad de su discurso. Como es sabido, ellas, las mujeres carecían del lenguaje-voz capaz de liberarlas. A lo largo de su monólogo se percibe la idea de que no es sino la certeza de que ella tuvo una misión en el tiempo, en el que se funden pasado, presente y futuro como una sola identidad tanto de fuerza destructiva como transformadora: “tantas cosas construidas, destruyeron otras tantas. La unión de dos sangres: la mexica y la española fue un legado para la historia venidera. Con el nacimiento de Martín (hijo de Cortés y la Malinche) nacieron millones de una nueva raza”.
Es de una admirable fuerza el reclamo que la Malinche le hace a Cortés por haberla privado de su derecho a la elección y a la decisión, cuando él la obliga a casarse con Jaramillo: “¿por qué no me lo preguntaste Hernán…hiciste conmigo como si aún fuese una esclava…me quemaste de alma y de cuerpo”. Cuando la Malinches termina de hablar en el conquistador sólo hay remordimientos, arrepentimiento: “no me mires ahora porque lloro como lloré en mi derrota”, su última confesión dirá: “desgranaré la memoria y allí estarás tú, en el primer lugar de mis recuerdos”.
“Soliloquio del Conquistador” con un lenguaje de prosa poética, es también una bellísima historia en la que son protagonistas el amor y el erotismo.
Tan sólo leer los párrafos copiados en esta nota, hacen que uno pida que no se acaben y que sigan relatando una maravillosa historia que sólo el corazón de los que han caminado por la vida pueden entender.
No veo la hora de retornar a Bolivia para poder comprar este libro.