Conviene, ahora que el tema de la respuesta de los Estados Unidos en torno a una posible extradición del expresidente Sánchez de Lozada ha sido negativa, recuperar fragmentos de mi libro Presidencia Sitiada (2008), que narran cual fue mi papel en los días críticos de la crisis de octubre de 2003. Esta la cuarta y última parte de esa narración.
En la mañana del jueves 16, cuando las cosas estaban en el límite del incendio social definitivo, recibí varias llamadas de diversos medios de comunicación, para preguntarme mi posición. Entre ellas la de Andrés Rojas, quién me preguntó: “¿Tiene Usted el valor de asumir las muertes de las que es responsable este gobierno del que ha formado parte?”. Me negué a seguir la entrevista telefónica que estaba al aire. La pregunta me hizo sentir que era necesario establecer nuevamente mi posición con claridad ante el país entero. Es a partir de esa entrevista que decidimos ese mismo día hacer un mensaje televisado. Esta es la razón por la que dije: “Me han preguntado si tengo el valor de matar y mi respuesta es no, ni tendré mañana el valor de matar, por esa razón es imposible pensar en mi retorno al gobierno, porque la defensa de los principios éticos, una visión moral y un concepto básico de defensa de la vida, me impiden volver a formar parte del actual gobierno de la Nación” y dije también con la misma claridad: “No soy, ni seré instrumento ni bandera de ningún grupo cuyos intereses hoy trascienden también los intereses de la Patria. Ni estoy con la filosofía de quienes creen que la razón de Estado lo justifica todo, ni estoy con la filosofía de los instrumentos y las banderas radicales que pretenden que llegó el momento de destruirlo todo para construir una utopía que nadie a sabe a donde va ni qué quiere”. Esas palabras grabadas en mi casa por Pablo Tudela el camarógrafo de mi amigo Mario Espinoza que siguió firme como periodista con una solidaridad a toda prueba, marcaron un parte aguas y definieron mi futuro gobierno. En lo bueno porque hice cuestión de principio la recuperación del respeto a la vida y a los derechos humanos, en lo malo porque a partir de ese compromiso los sectores más radicales (de la izquierda y la derecha) me acorralaron con presiones callejeras y provocaciones para buscar la sangre que me obligara a irme y si era posible cargado de muertos, igual que mi antecesor.
¿Por qué no renuncié a la vicepresidencia?
Pensé en esos pocos minutos antes de grabar el mensaje a la Nación en la posibilidad de renunciar a la vicepresidencia. Por alguna razón me vino a la mente la decisión del vicepresidente argentino “Chacho” Álvarez, quien renunció al cargo en protesta por la actitud pasiva del gobierno del que formaba parte en un tema de corrupción. Meses después (diciembre de 2001) el Presidente De la Rúa tuvo que dejar el cargo ante la revuelta popular y Argentina entró en un vacío de poder que tardó un año en recomponerse. En una semana el vecino país tuvo cinco presidentes. Si algún valor tenía el cargo, pensé, era precisamente el de garantizar la continuidad democrática en caso extremo. La renuncia del Presidente era uno de esos casos. A esas alturas parecía evidente que ésta se produciría ante un país al borde de una guerra interna, aunque pensé que iba a tardar mucho más de lo que en realidad tardó, dado el carácter de irreductible testarudez del Presidente, que expresó la resolución de no renunciar repetida infinidad de veces a quien quisiera oírlo y comunicada al país en un breve mensaje el 13 de octubre.
La línea que divide la lealtad de la obsecuencia
Aquí la cuestión está en el famoso tema de la lealtad. Según sé, Sánchez de Lozada y sus más íntimos seguidores, piensan que yo debí haberlo acompañado hasta el último minuto. Sí, en tanto hubiese comunión de ideas y convicción sobre lo que se estaba haciendo. Como le consta en primer lugar y por encima de todos al propio Gonzalo Sánchez de Lozada, pero también a Carlos Sánchez, José Guillermo Justiniano, Mauricio Balcázar, Yerko Kukoc ministro de Gobierno (que era contrario a la línea dura que adoptó el gobierno en octubre de 2003), María Paula Muñoz, Manuel Suárez y varios otros de sus colaboradores, expresé muchas veces mis discrepancias con lo que se estaba haciendo y más que eso, intenté infructuosamente influir para que se cambiara el rumbo de las cosas. Me mantuve en el cargo a pesar de que desde febrero comenzaron las distancias, que en julio eran ya muy profundas y a principios de octubre (antes de los episodios de sangre) muy hondas. Tras mi reunión del 12 de octubre, quedó claro que nuestras visiones eran ya irreconciliables y actué en consecuencia. Con lealtad con mis principios y mi conciencia, con lealtad con mi responsabilidad como segundo mandatario del país, con lealtad a la Constitución, sus mandatos y sus principios, con lealtad con una visión sobre la vida y los derechos humanos de mis compatriotas, acorde a un pensamiento humanista. Con lealtad finalmente, a quienes votaron por mi sabiendo lo que el cargo de vicepresidente significa y la razón fundamental de su existencia.
Creo que probé esas convicciones de modo claro y contundente en el ejercició de la presidencia durante casi dos años.
El ejercicio de la soledad en el centro del huracán
Entre el 13 y el 16 de octubre estuvimos absolutamente solos mi equipo y yo. Una noche, probablemente el 15, nos reunimos con Jorge Lazarte, Carlos Toranzo y José “Chingo” Baldivia, quienes expresaron diversas opiniones sobre el momento que vivíamos, en general en la línea de entender que se venía la Presidencia y que había que intentar un gobierno de pacificación, unidad e independencia partidaria. No nos reunimos con nadie más, ni hicimos contactos políticos con nadie. Recibí una llamada de Juan del Granado para comunicarme que Ana María Romero había decidido entrar en huelga de hambre liderando a sectores de la clase media paceña, que remataban el desplome del respaldo ciudadano al gobierno. Le expresé mis dudas sobre la medida, pero le dije que respetaba la decisión. No tuve contacto alguno ni con partidos políticos, ni con líderes de los llamados movimientos sociales. En esos días no conversé nunca con Evo Morales ni con Felipe Quispe,el más importante líder aymara del país, ni tampoco ellos intentaron contactarse conmigo.
La curiosa moral del Tío Sam
Se ha comentado mucho a propósito de la postura de Estados Unidos en torno a la sucesión. Se ha dicho incluso que el día antes de la salida de Sánchez de Lozada, el embajador de ese país me transmitió su respaldo para hacerme cargo del mando de la Nación.
La posición, por el contrario, fue contundente. Respaldo irrestricto al gobierno de Sánchez de Lozada y advertencia descarnada y grosera a mí. El martes 14 a mediodía me llamó a nombre del Departamento de Estado Peter De Shazo, a quien yo había conocido en los años setenta cuando era representante de USIS en Bolivia. Compartíamos entonces la afición por el cine e hicimos una buena amistad, él se vinculó mucho con la Cinemateca que yo dirigía. Era un hombre simpático, culto y muy vital. Este De Shazo era otro. Me usteaba como si no me conociera de nada y con voz de hielo me dijo que Estados Unidos no apoyaría bajo ninguna circunstancia un eventual gobierno presidido por mi. Me dijo que Estados Unidos apoyaba la democracia encarnada en Sánchez de Lozada y que en consecuencia, no podía aceptar que un gobierno elegido en las urnas fuese derrocado en las calles. Le respondí con la misma sequedad que entendía el mensaje, que no lo aceptaba, que yo no estaba buscando la presidencia y que si me tocaba asumirla lo haría como mandaba la Constitución de mi país, independientemente de lo que opinara o hiciera Estados Unidos.
El jueves 16 en la noche tuve una reunión con David Greenlee el nuevo embajador estadounidense. Fue en mi casa. Me ratificó casi literalmente la advertencia de De Shazo, con el añadido de que me pedía encarecidamente que revisara mi decisión y volviera al gobierno. Fue una discusión dura, en algún momento Greenlee amenazó con irse porque consideró que yo ofendí a los Estados Unidos. Lo que lo irritó más fue mi afirmación sobre la doble moral norteamericana, su record de intervencionismo en América Latina desde principios del siglo XX y sobre todo su respaldo a golpes sangrientos como el de Pinochet. Le disgustó también que le recordara el apoyo que dio la embajada de Estados Unidos a policías que habían intervenido en el secuestro del Presidente Siles Zuazo.
Todo había empezado con un ataque verbal de su parte. Me dijo que me dejara de historias con aquello de las consideraciones éticas sobre los derechos humanos, que “sabía” que no eran otra cosa que argumentos para justificar mi ruptura con el Presidente y ponerme a la espera de la presidencia. Salté como si me hubiera dado un puñetazo en el centro de la cara. Afortunadamente la historia me exime de argumentos. El propio Greenlee le comentó a Pepe Galindo siendo yo Presidente, que había logrado un equilibrio increíble sin represión alguna, en un ambiente de agresividad y violencia como el que soporté en un año y ocho meses de gestión. La reunión de esa noche, víspera del cambio de gobierno, terminó más calma, aunque con posiciones claras. Greenlee llevó como testigo a su segundo de a bordo, quien sentado a su lado no abrió la boca ni para comer un bocadillo.
Apenas diez horas después, el viernes 17 a medio día, volví a recibir una llamada del Departamento de Estado. Otra vez De Shazo, igual de gélido que el martes, pero con otro discurso. Washington estaba al tanto de que el Presidente Sánchez de Lozada se aprestaba a renunciar al cargo (dos horas antes de que Maria Paula Muñoz me lo dijera extraoficialmente por teléfono, en medio de un llanto incontenible). Me comunicaba formalmente que podía contar con los Estados Unidos, que reconocerían inmediatamente a mi gobierno y que estaban dispuestos a ayudarme en lo que yo solicitara.
En los días de la crisis de junio de 2005 que originó mi renuncia, Greenlee me expresó en una reunión en casa de Pepe Galindo, siendo yo todavía Presidente, que lo más sensato era dejarle la presidencia a Vaca Diez porque él tendría la decisión y la autoridad que yo no mostré para restablecer el orden en el país. Esto, por si a alguien le cabe alguna duda sobre la forma en que se maneja la primera potencia del mundo en temas como este y ante países pobres como el nuestro.
En el otro lado de la medalla, debo reconocer que una vez en el gobierno, la actitud de Washington fue positiva en todo lo que hizo a cooperación, por ejemplo el grupo de países de apoyo a Bolivia que lideró México, la iniciativa para nuestra inclusión en la cuenta del milenio y una mayor flexibilidad en la política de la coca (entre otras cosas porque tras el 11 de setiembre de 2001, el tema fue bajando de prioridad en su agenda exterior). Pero en lo que mantuvo una posición muy negativa fue en su actitud de bloquear el ingreso de Bolivia como negociadora del TLC junto a las otras naciones andinas, que dañó nuestra imagen y dejó la impresión de que no había una voluntad real de nuestro gobierno en esa dirección. Hay que recordar aquí que esa situación, la de no ser negociadores plenos, la heredamos del gobierno anterior.
Al día siguiente, viernes 17 de octubre, el elevado número de muertos, la negativa de las FFAA a impedir el paso de una columna de mineros que llegaba a La Paz desde Oruro, el pedido de la Iglesia y la decisión de Manfred Reyes Villa, persuadieron al Presidente de que no tenía otro camino que renunciar. El único partido que mantuvo su alianza hasta el momento de la renuncia fue el MIR. En la tarde se supo que abandonaba la casa presidencial, y cerca de las 10 de la noche envó al Congreso su renuncia por fax desde el aeropuerto de Santa Cruz.
señor Carlós de meza: muy interesante su argumento me gusta pero (yo) estuve ay en las calles en esa época viviendo lo real gases gritos correr disparos y como arma o como escudo humano soy boliviano amo a mi tierra pero hasta ahora no entiendo por que no extraditan a los de «MNR Y NFR» no pronunciare nombres usted lo sabe y la población lo lleva en su corazón e sus días fue tan triste como mención la división racial ocurrió con mas fuerza lo que ocultaban en su interior y ahora sabemos quienes somos y me doy cuenta de como se manejo Bolivia desde antes hasta ahora en tiempo pasa y pasa que esperas como político ex precedente de Bolivia usted y que cree que la población esta pensando en los políticos oportunistas esperan como el buitre carroñero seguro estoy que están pensando en las elecciones que vienen que pena me da mi Bolivia esta destruendo lentamente y le digo a usted que hombre que siempre admire como escritor y como periodista que paso espero que no sea dura con mis comentario no quiero dañar a nadie exijo como boliviano que soy sin patria ni bandera en un país extraño abandonado asu suerte pero con corazón muy fuerte y con una combicción de seguir adelante por estos chicos para el futuro de ellos eso es importante . siguiere leyendo sus comentario sin otro particular me despido puedo que ser contesta y puede no Remberto Ramirez 22 seb 9-de la mañana 20012 un dia especial para mi
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Fuente: Blog Carlos D. Mesa Gisbert
Interesante la actitud de la Embajada de Estados Unidos, sin duda alguna todos tenemos idea de la forma como actua el sistema estadounidense, sin embargo considero que es una de las pocas veces que se puede obtener una descarnada descripción de su actuar. muy interesante.