Nostalgia del «Boom»

Publicada en Página Siete y Los Tiempos el 25 de septiembre de 2011

Leo los recuerdos de las ya viejas pero entonces apasionadas polémicas de los escritores del “boom” en el libro De Gabo a Mario (Esteban y Gallego,2009), y no puedo menos que preguntarme sobre el largo camino de un desencanto. Cuando Julio Cortazar, Carlos Fuentes y, por supuesto, los dos ganadores del Nóbel más emblemáticos de un mundo que fue y que no sé si aún es, proponían –diría Cernuda- ideas cargadas de futuro.

Vargas Llosa escribió uno de sus libros de crítica más extraordinarios, Historia de un Deicidio, quizás el mejor pulso de lo que representaba la nueva novela latinoamericana en esa obra abrumadora e increíble sobre Cien Años de Soledad que retrató para siempre a América Latina mítica, mágica, intensa, la de los Aurelianos y los Arcadios, la de la gran Mamá Grande, esa madre que es el referente, la raíz, la simiente, el orden y el concierto, la certeza, la plenitud, la saga, el amor y el silencio, nuestra América, en suma.

El peruano escribió entonces sobre el deicidio, sobre los demonios. Escribió sobre cómo se producía el acto individual de crear, cómo se concretaba una suplantación, la de Dios, cómo se transitaba por ese inmenso Amazonas literario del Continente, heredero del siglo de oro, de sus propios miedos y complejos, de sus desafíos, de su profunda historia, de su inextrincable mestizaje. Ese lugar en el que Cortazar en su gigantesca estatura literaria, tanta como su ingenuidad enamorada de la revolución, se hizo árbitro de la debacle después de la frase atronadora del entonces primer ministro de Cuba: “Todo dentro de la revolución, nada fuera de ella”. Ángel Rama lo parafraseó criticando al “pretencioso deicida”

Es como una amarga nostalgia, como una desazón que nos recorre enteros. Un debate que hoy parece salir de las catacumbas, un eco lejano. Hace apenas cuarenta años los escritores latinoamericanos cavaron profundas trincheras dentro y fuera de La Habana, debatieron sobre el faro incuestionable de la revolución y algunos destruyeron horizontes humanos a partir de esas diferencias…¿Qué queda de esa batalla a capa y espada? ¿Qué de esas reflexiones en las que los radicales y ortodoxos se jugaron a muerte por la Isla que lo cambiaría todo? Eran los años del mayo francés, pero también los de la invasión a Checoslovaquia.

Todavía recuerdo la reivindicación de Sábato, “es lícito soñar con dragones en América Latina”. Hoy, quién puede insistir en la crítica política a Borges ¡Borges! El más grande escritor en lengua castellana desde Cervantes, ninguneado por el peronismo de la primera hora, execrado por su “derechismo” ¿A quien puede importarle, leyendo su inmensa obra, las opiniones políticas de Borges? ¿Qué relevancia puede tener su visión política de la Argentina que le tocó vivir, si el tiempo era la materia de la que había sido creado, si en sus ficciones podemos recorrer la totalidad de lo humano?…Esas fieras discusiones aparecen hoy como un amargo ácido diluido en medio de un momento fulgurante.

En los años sesenta, desde Conversación en la Catedral pasando por Rayuela y La Muerte de Artemio Cruz, nació una generación irrepetible que, sin embargo, no rompió lanzas –aunque lo aparentara- con los grandes nombres que los precedían. El propio Borges, Octavio Paz que entró de lleno en la batalla de las ideas sobre el compromiso y la revolución, el inmenso Lezama, Guimaraes Rosa, el polémico Neruda grande poeta a pesar de su estalinismo, o Carpentier que recogió todo aquello de barroco que el barroco americano trae en las espaldas. Esa América de Ursula Iguarán y de Zavalita es una América de profundas raíces, de historias y de incendios, de dolor y de asombros. Remedios Se fue levitando en la blancura de su túnica, mientras Alejandra se enredaba en el dolor de las tumbas.

¿Cuántos cantaron entonces a una revolución que llegó donde ha llegado? ¿Cuántos pueden hoy pedirles a los jóvenes narradores que todo con el compromiso y nada sin el?

Al final, como ocurre siempre, se impuso la libertad, la libertad del creador, el derecho a la conciencia, a pensar y disentir, a adherirse o no; la libertad de escoger el camino. Escribir una novela o un poemario dejó de ser un acto que obliga por el sólo hecho de haber nacido donde habías nacido. La ruptura de esos grandes escritores fue el resultado de diferentes opciones por la libertad, pero sobre todo por aquella que plantea siempre la contra argumentación. No es verdad aquello de que las pretensiones individualistas son parte de una actitud egoísta, contraria al bien mayor. El debate se cierra siempre con la imposibilidad de otra respuesta que no sea asumir que el egoísmo en esa dimensión fue el motor que permitió el salto creativo, la diferencia, lo individual como virtud, en tanto contribuye a una reflexión profunda o a una creación única.

Pero si aquello fue una fiesta revolucionaria en el sentido más pleno de la utopía, cuando una pléyade de creadores le dieron su hora de mayor y más justa gloria a la literatura latinoamericana, después fue, como tantas otras esperanzas, una llama que se ahogó en su propio fuego.

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