En Mi Biblioteca

Hace un par de semanas la revista COSAS publicó un reportaje, producto de una entrevista que me hizo Cristina Pérez. El texto, que tiene sustancia literaria en si mismo, hace un retrato acertado de lo que algunos libros que tengo han representado en mi vida, en mis pasiones y en mi propio pensamiento.

Transcribo el texto de ese encuentro tal como se ha publicado:

Me alisto para mi primera entrevista. ¿Si estoy nerviosa? Claro que sí. Mi piel está sensible. Llego a las 9:28 a su casa. Él baja ágilmente por las escaleras y mi pulso se acelera. Quiero contagiarme de la frescura que irradia, pero la tensión me lo impide. No estoy sola en esta empresa, la directora y editora de la revista “Cosas”, que se aventuraron conmigo, me custodian. Subimos lentamente por las mismas escaleras por las que él bajó enérgicamente. No me abandona esa imagen, la recreo una y otra vez. Ingresamos a un santuario de libros. Algo dentro mío se paraliza por unos segundos. Afuera nada se detiene, el tráfico, el viento, los olores, la lluvia, la luz siguen ajenos a este encuentro. Tomamos asiento alrededor de una mesa redonda, Carlos D. Mesa Gisbert y yo. Nos rodea un público impasible de libros que nos escruta; sirenas sinuosas, símbolos de lo barroco mestizo, nos vigilan. El lente de Patricio Crooker, reptando, acecha robándonos visiones. Recurro a mis notas y le hago la primera pregunta. Me imagino a Peter Kien, aquel personaje de la novela Auto de fe de Elías Canetti, prendiendo fuego alevosamente a la biblioteca de Mesa, a quien le pregunto qué libro salvaría. Sonríe levemente y me responde que salvaría un libro de Mario Vargas Llosa, porque fue el escritor al que más admiró en su adolescencia, en su juventud. Hace una pausa. Prosigue nombrando la obra completa de Jorge Luis Borges. Para entonces, imagino, el calor de las llamas ya nos había alcanzado a los dos, a él por salvar no un libro -que podría ser Ficciones- sino varios, y a mí por traer ese tema tan retorcido. Es definitivamente insano pensar que alguien pueda prender fuego morbosamente a esta biblioteca cuya parte más importante es la de las ciencias sociales de Bolivia, y en la que se vinculan la historia, la sociología y el análisis de diversos temas sobre nuestro país, además, claro, de una sección literaria donde predomina la literatura latinoamericana sobre la universal, todo organizado en un orden meticuloso por regiones, países y autores, y supeditado a un orden cronológico. Había dispuesto una serie de preguntas, pero mi falta de pericia me obliga a romper ese esquema. Y es que cuando él nombró a Borges, un movimiento lo delata. ¿O será pura imaginación mía? Yo ya estaba influenciada por uno de los artículos más conmovedores que mi entrevistado había escrito recientemente sobre Borges en la prensa local. Reconstruye en su memoria aquella única vez que vio y escuchó a Borges en una conferencia en Madrid, el año 1971. Retrata aquel momento cuando él, futuro presidente de Bolivia, con 17 años de vida, sintió al escritor “pasar por su lado, lentamente, como congelando cada paso”. Mesa no considera a Borges como un autor latinoamericano contemporáneo, sino como un clásico de la talla de Cervantes, Dante, Shakespeare o Esquilo. Al mencionar la literatura latinoamericana hago un viraje y le planteo: “realismo mágico” o “lo real maravilloso”. Él me contesta que, en última instancia, si tuviera que escoger entre García Márquez y Alejo Carpentier, quienes plantean esas dos líneas, se quedaría con Carpentier, porque, de algún modo, Mesa se considera a sí mismo un heredero personal y familiar de lo barroco. Me explica que sus padres lo llevaron por el camino del mundo barroco, pues ellos fueron los que descubrieron para Bolivia la idea del barroco mestizo, y que hoy no podría entender la realidad sin entender el mundo previo a la República, siendo que el mundo que construyó nuestra identidad fue el mundo del siglo XVIII. Quedo fascinada. Me alisto para arremeter con otra pregunta, busco en mi desorden de notas, y me viene a la mente la imagen de las que él nos había mostrado hace algunos instantes, sobre su mandato presidencial. Una bitácora minuciosa de las reuniones de su gabinete ministerial, de visitas recibidas, de entrevistas dadas durante su presidencia con fecha, hora exacta y demás variables necesarias para reconstruir esos eventos fielmente. La pulcritud y el orden riguroso de esas notas me impactaron. Esa disciplina sólo puede darse en un hombre meticuloso y perfeccionista. Vuelvo a la anarquía de mis apuntes. Le pregunto cuáles son los libros fundamentales que esperaría ver en una biblioteca, como los títulos valores que se espera ver en un portafolio equilibrado de inversiones. Me recrimino mentalmente por haber complicado la pregunta, pudiendo haberla hecho más sencilla; me delata una sonrisa que se dibuja en mi boca, pero ya es tarde, ya había lanzado esa consulta así tan rebuscada. Él me alienta diciéndome que es una buena pregunta y que siempre hay un debate entre lo que intelectualmente e intuitivamente se debería escoger en materia de libros. Me dice que lo primero que se le viene a la mente es la literatura latinoamericana, porque siempre se ha sentido profundamente boliviano y profundamente latinoamericano, y que llegó tarde a la literatura que estaba más allá de América Latina. Piensa en la obra de Octavio Paz, en Todos los gatos son pardos de Carlos Fuentes, Conversación en la Catedral de Vargas Llosa, Cien años de soledad de García Márquez, El siglo de las luces de Carpentier, con “esa visión barroca de la transición del mundo colonial al mundo republicano; la visión de ese mundo extraordinario del Caribe”. Inmediatamente, Carlos viaja al Viejo Mundo y embiste con una selección de tragedias de Shakespeare, quizás Macbeth y Hamlet, el primer tomo de Don Quijote de la Mancha, Los Miserables de Víctor Hugo; ya estamos en Rusia con Crimen y Castigo de Dostoievski y se aventura con una novela contemporánea: El extranjero de Albert Camus. Le doy otro giro a las preguntas y le planteo la posibilidad de convertirse por 24 horas en el personaje de un libro. Él responde, instintivamente, que sería Zavalita, aquel personaje de Conversación en la Catedral de Vargas Llosa, aquel joven periodista que, como lo define Mesa, “es un  testigo de su tiempo, un joven que tiene unas inquietudes de búsqueda, de cambio y de transformación, y que, a la vez, se da cuenta, amargado, de la situación de un país que no cambia y de un país donde las cosas están marcadas por el sino del poder; de un poder absolutamente secante. Pero Zabalita pertenece al grupo activista Cahuide, opositor a la dictadura y se reúne clandestinamente para buscar el cambio y la revolución. Zabalita es un ser humano de carne y hueso, que vive una realidad objetiva”. Sigo con el viraje de temas y me impresiona la destreza de mi entrevistado para no descarrilarse. Sabía que a Mesa le gustan los poemas del boliviano Ricardo Jaimes Freyre y le leo una estrofa de Lustral que habla de “un espectro con la boca como un ave negra,  de negras alas”. Me dice que le traigo a la mente el poema El Cuervo de Edgar Allan Poe, ahora yo sonrío levemente, porque El Cuervo es muy especial para mí. El entrevistador desenmascarado. En realidad, yo quería plantearle la posibilidad de que si aquel espectro descrito por Jaimes Freyre le permitiera conversar con un escritor muerto, cuál sería su elección. Duda un segundo entre Sabato y Borges. “Borges”, responde finalmente. Pero yo quiero rastrear aún más. Le pregunto qué escritor sería su perfecto compañero de viajes y me contesta: Octavio Paz. Puedo percibir su profunda admiración por aquella figura gigantesca de la literatura. Para Mesa, Paz es el gran ensayista de América Latina, a la altura del escritor Alfonso Reyes, para poner un referente. Continúa: “Octavio Paz tiene una profundidad  extraordinaria, sus ensayos Conjunciones y disyunciones o Puertas al Campo, en los que se refiere al ser humano en su parte espiritual e intelectual y en su parte genital, o Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe donde hace una reflexión definitiva a cerca de la mujer, sobre la condición creativa de lo poético y sobre la idea de la identidad latinoamericana construida en el siglo XVIII, consagraron a Paz como un gran escritor. Paz es en el ensayo lo que Borges en la narrativa”. Si tuviera que viajar con un escritor, Mesa visitaría “un lugar completamente desconocido para él, un lugar absolutamente solitario, un sitio sobrecogedor, de una dimensión abrumadora, como lo es la cultura egipcia”. Viajaría a un lugar que lo haya esperado miles de años, como aquellas iglesias bolivianas y su arte, las cuales esperaron 300 años a su madre, Teresa Gisbert, para que las descubriera entre la soledad, el silencio y el frío del altiplano. Continuamos los siguientes 10 minutos, yo indiferente al tiempo, egoísta, hipnotizada por su don de la palabra. Terminamos, nos despedimos y salgo de su casa. Afuera todo sigue igual, el tráfico, el viento, los olores, la lluvia, la luz. Yo no sigo igual. Ahí adentro algo había alterado el orden de las cosas. Tuve la visión más fantástica de Carlos D. Mesa Gisbert abriéndose paso entre las brumas a bordo de una pequeña embarcación navegando por el Nilo, acompañado por Octavio Paz, y dirigiéndose al Valle de Los Reyes en Egipto. Ahí adentro el “ojo de mi mente” abrió sus alas negras, alzó vuelo, capturó, se robó aquella visión sin siquiera parpadear, para no dejar escapar ningún detalle de ese encuentro.

 

7 comentarios en “En Mi Biblioteca

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  2. muy bueno el trabajo de la señora Cristina Perez traducido en unas lineas que seducen por la pasiòn y el conocimiento que tanto ella como el señor Carlos D. Meza demuestran en la literatura de escritores latinoamericanos, los felicito a ambos y agradesco por darme unos instantes de frescura literaria.

  3. Nuestros hijos no reconocerán estas conversaciones en bibliotecas de antaño. Con un iPad tienen en sus manos un aleph digital: un punto que contiene todos los puntos. Ellos simplemente intercambiarán electrones en algún café pero siempre a un solo click de separación hasta del «El Libro más oscuro de Poesía barata.»

    Pero preferir a J.K. Rowling a Shakespear o la misma Biblia? O tempora o mores! No es peor que a los Beatles o Kjarkas sobre Mozart. Pero de libros hay mucho que decir, especialmente ahora van rumbo a la extición.

    • Lo que no reconocerían es el ambiente donde se desarrolló la conversación, que no es lo mismo. El que los jóvenes de hoy, o los niños, usen la tableta para encontrarse con la literatura no modifica el concepto. sólo el soporte. Que escojan a Rowling sobre Shakespeare, o a los Kjarkas sobre Mozart, es una opción, ni mejor ni peor, diferente.
      Es peligroso confundir la idea con el soporte, el libro casi desaparecerá como soporte, lo que no desaparecerá nunca es la literatura

  4. Nuestros hijos no reconocerán estas conversaciones en bibliotecas de antaño. Con un iPad tienen en sus manos un aleph digital: un punto que contiene todos los puntos. Ellos simplemente intercambiarán electrones en algún café pero siempre a un solo click de separación hasta del “El Libro más oscuro de Poesía barata.”

    Pero preferir a J.K. Rowling que a Shakespeare o la Santísima Biblia? O tempora o mores! No es peor que a los Beatles o Kjarkas sobre Mozart. Pero de libros hay mucho que decir, especialmente ahora que los impresos van rumbo a la extinción.

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