La tía Julia, los oficios de escribir

De Cerca a Mario Vargas Llosa el 30 de noviembre de 1998

Carlos D. Mesa Gisbert

Desafortunadamente algunos elementos vinculados a la polémica referencia al país, a través de uno de sus personajes públicos, hicieron que para el lector boliviano, la lectura de la entonces recién publicada LA TIA JULIA Y EL ESCRIBIDOR (1977) de Mario Vargas Llosa se transformaran en un frenético ejercicio de chismografía, pirotecnia competitiva de amigos, parientes y conocidos en el esfuerzo de aportar nuevos elementos a la historia íntima de los tres protagonistas y en el mejor de los casos en el uso del tiempo para leer una extraordinaria novela sazonada de historias divertidísimas. 

Para entender esta novela, hoy aceptada como obra mayor, son necesarios un par de apuntes sobre los antecedentes literarios de su creador, que ya había sido varias veces galardonado y era considerado un puntal del boom que revolucionó  la novelística en lengua castellana.

Hay que recordar que la obra clave de Vargas Llosa es CONVERSACION EN LA CATEDRAL. Su tercera novela publicada en 1969, ambicioso fresco sobre la realidad peruana de los años cincuenta, en pleno gobierno dictatorial del General Odría.  

CONVERSACION… es una obra total. Precedida por otra experiencia narrativa de envergadura como LA CASA VERDE (1965), la novela buscó desentrañar un panorama social en todos sus estratos a través de una visión polifónica de la historia, esa historia latinoamericana que ofrecía la Lima de Odría.  La búsqueda narrativa culminó en un conjunto complejo de perspectivas espaciales y temporales, cuyo centro creador en la mirada del autor es la polifuncionalidad de las voces de uno y varios narradores.  Vargas Llosa consiguió el desdoblamiento de estos en varios planos en diversas perspectivas. En ocasiones un solo narrador integraba varios niveles. El conjunto -multiplicadas las voces que hacen y cuentan la historia- mostró la madurez de un trabajo preanunciado en LA CIUDAD Y LOS PERROS (1962), que también había llegado a una gran complejidad en su técnica narrativa. 

CONVERSACIÓN no es la demostración de un frio mecanismo de construcción novelística. Los ejes de espacio, tiempo y voces, son una mediación hacia el desentrañamiento del complejo mundo de sus personajes.  Vargas Llosa nos permitió mirar ese contexto ligado a una Latinoamérica mestiza y dueña de una identidad propia en sus raíces mezcladas. Zavalita se jodió con el Perú y el Perú se jodió por la mediocridad voluntariamente asumida en el destino buscado por Zavalita.  Hermosa paradoja que Ambrosio y “el niño” descubren en su conversación en el bar “La Catedral”.

Vargas Llosa no puede comprenderse sin esas dos novelas maestras. Como el novelista no puede comprenderse sin esas obras, tampoco pudo desprenderse de su magnitud en su obra narrativa posterior.  CONVERSACION pareció agotar las posibilidades técnicas de creación de la forma-novela vargasllosiana y el nudo final de la autoficción que traspone la problemática ideológica del autor. La demanda del compromiso político personal y directo muere en el transcurso del drama vital e  idealista de su personaje principal Zavalita-Varguitas.

Tras esa trilogía llega un momento distinto que parece encontrar al autor ante la disyuntiva de emprender una ruta narrativa que rompa ese complejo y múltiple panorama de mundos fragmentados pero coherentes y poderosos. Es la opción por dejar el caudal técnico y el giro copernicano, la posibilidad de una veta creativa basada  en el disfrute.  Algo que beba del realismo mágico en su veta sensual y proteica, en la que el humor ocupe un lugar nuevo, fresco, fascinante.

Así nacen PANTALEON Y LAS VISITADORAS (1973) Y LA TIA JULIA Y EL ESCRIBIDOR. Parecía que había llegado  la “desilusión” ante un escritor que “solo” nos ofrecía dos obras menores. Eran  relatos convencionales, con la alternancia temática entre capítulos como máxima transgresión. PANTALEON y LA TIA parecía reflejar a Vargas en una encrucijada. Un aparente momento de “pausa” antes de LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO (1981) que “reivindicaba” la dimensión de sus grandes novelas.

Una trampa para la crítica que, con los años, entendió que el gran autor peruano sabía tocar todos los instrumentos y componer las partituras exactas para cada una de ellos. No se trataba de la veta agotada, era simplemente un paso nuevo, un ritmo y una cadencia distintos, cuyo resultado fue el del disfrute del lector. En la novela ambientada en la región amazónica se hacía una exquisita crítica a la relación entre el poder del Estado y las regiones más lejanas de la nación y -otra vez- en tono de parodia, lo que hacía en clave de drama de la adolescencia ahogada en la violencia del colegio Leoncio Prado en LA CIUDAD…

En LA TIA JULIA… alterna la historia de un descarrilamiento mental del autor de los libretos más característicos de la radionovela de corte mexicano o cubano de la época, hasta el rompecabezas que se desarma en nombres mezclados, hechos confundidos, desmanes argumentales, reveses a la moralidad conservadora, finales delirantes. Entre Camacho y el oyente hay una pacto indisoluble mientras la “normalidad” alimenta sus personajes, es lo popular en su expresión melodramática. Es a la vez una reflexión sobre el oficio de escribir.

En la novela la historia personal que involucra a una tía y un autor de radionovelas, no es el desentrañamiento gratuito del pasado de Vaguitas–Vargas Llosa, sino el contrapunto de dos posturas vitales y dos concepciones sobre el hecho narrativo. Era absolutamente necesario saber que varguitas es Vargas Llosa, el novelista “en serio” para que la dimensión de Camacho pueda aprehenderse en su totalidad.

El propio autor aceptó el reto y decidió hacerse escribidor para tejer las radionovelas que sin principio ni final, suspendidas en la narración,  permitía el contacto químicamente puro con el escribidor que, como el Náufrago de García Márquez, fue cubierto de homenajes, besado por las reinas de belleza y luego olvidado y despreciado por la gente, y en este caso también por más de un intelectual y crítico. Excepcional ocasión para el novelista. Vargas Llosa apunta en LA TIA… a una realidad que forma parte de ese mundo dionisiaco tan propio de la sociedad latinoamericana y tan próximo a los estratos que son capaces de hacer y comprender la fiesta y de mirar de frente a la mágica muerte; esa sociedad en la que vive lo popular en el sentido que la elite le ha destinado despectivamente como huachafo (para usar un término muy peruano) y que acaba por cobrar el sentido inverso, es en eso que radica la fuerza de la historia. En este caso lo surreal se mezcla con la realidad real de la fascinante historia personal del escritor contada como una aventura de impredecible desenlace.

La radio es el vehículo del mensaje. El folletín más esquemático, su estructura, la vulgaridad, los lugares comunes y las frases altisonantes, son en este caso elementos esenciales del lenguaje. Finalmente, un meticuloso, achatado e impenetrable personaje, hijo de la clase media es el deicida capaz de inventar los mitos y la magia de la más prosaica cotidianeidad. Camacho le demuestra al novelista y al lector, que toda esa suma de tempestades argumentales puede, alimentada por la realidad real, hipnotizar al oyente popular. 

Por ello el titulo incluye además de la tía al escribidor. Al fin, ¿quién es realmente el escribidor? Pedro Camacho nos da pruebas más que suficientes de que es capaz de recrear el mundo, mucho más cuanto más devorado esta por sus propias radionovelas. Esa transfiguración del escribidor tecleando vestido en el carácter de sus personajes, es la definitiva y grandiosa lección de esa obsesión varguiana de la suplantación. Deicidido o exorcismo. El escribidor logra el éxito efímero de la identificación absoluta con el oyente y consigue, a la vez, la certeza de la repetición interminable, porque las radionovelas, sobre un mismo andamiaje argumental, se harán infinitas en la radio, el público tendrá siempre un personaje nuevo, acompañado de su farándula que inundará mes tras mes sus sentidos y su atención. El escritor, en cambio, se sabe limitado por el hecho mismo de la lectura, por su llegada menor a un público cada vez más dominado por los medios de comunicación de masas.

Es en el desentrañamiento de una idiosincrasia, en la pintura de los personajes, todos inevitablemente ligados a lo popular, donde descubrimos lo esencial de LA TIA JULIA, pero también en las peripecias personales de una historia de amor entre un probable y casi adolescente escritor y su tía dispuesta a todo por la pasión

El escritor se atreve a mirar el oficio desde el lado totalmente opuesto y descubre un mundo inagotable, para dejar flotando el interrogante sobre su propia condición del que suplanta a Dios.

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