Publicado en Página Siete y Los Tiempos el 22 de mayo de 2011
La propuesta ética de la sociedad democrática capitalista construida hace dos siglos y medio, se apoyaba en una serie de premisas cuyo fundamento era algo tan concreto y tan plausible como la búsqueda de la felicidad humana. Para lograr esa meta los pensadores liberales asumieron que la idea del bien común y de la promoción de valores morales cuyo fundamento era el puritanismo cristiano, estaban intrínsecamente ligados a la concepción del progreso humano basado en la libertad económica.
La distancia entre la teoría y la práctica fue la que siempre ha marcado cualquier proyecto desde el principio de los tiempos, la misma que acompañará a nuestra especie hasta el día de su extinción definitiva. Pero a pesar de que la realidad siempre fue cruda en la relación injusta entre unas personas y otras, el modelo propuesto de liberalismo político y liberalismo económico permitió consolidar el liderazgo de Occidente, no sólo a partir de su éxito objetivo, sino en tanto se pudo construir dos versiones de ese modelo que a fines del siglo XX parecían plenamente consolidados, el bullente capitalismo estadounidense y el Estado de bienestar europeo, ambos basados en la importancia –con sus variantes- del mercado como elemento determinante, y la democracia y las libertades como su fundamento ético superior.
En el camino quedaron las otras grandes visiones históricas, parte de ellas nacidas del mismo Occidente. Pero la ecuación no ha cerrado como se pretendía cuando se pensó que la historia había pasado de la búsqueda al momento esplendoroso de la difusión y aplicación de la receta conseguida.
El siglo XXI cruzó al vigoroso emblema occidental en varios frentes y lo dejó desnudo ante sus propias dudas y ante la evidencia de las aguas que entran en su nave. El modelo de desarrollo depredó de tal modo el planeta que nos ha colocado ante la pregunta esencial ¿Está comenzando a morir la tierra como hábitat de la humanidad? La respuesta inicial es que sí, que la agonía ha comenzado y que el tiempo corre en nuestra contra. Las respuestas son, por ahora, insuficientes. El Titanic no puede mover el timón ciento ochenta grados a la velocidad que se requiere, y aún no está claro cómo se mueve ese timón para cambiar de paradigma de desarrollo.
La codicia, la avaricia, la mezquindad y la indecencia de los poderosos, cuya expresión más representativa es el sistema financiero, se ha revelado en toda su crudeza. Mientras sociedades enteras se hunden o enfrentan crisis que las retrotraen a los momentos de la Segunda Guerra Mundial, los estados corren a socorrer a quienes jugaron a la ruleta y perdieron con el dinero de los ciudadanos. La trampa es perfecta, la sobrevivencia de las economías estatales depende de ese salvataje. Salvo excepciones, los autores de ese juego macabro, gozan de la buena salud que da la riqueza frecuentemente mal habida
Las grandes potencias padecen enfermedades que habían estado reservadas a países pobres o de mediano desarrollo. Déficits fiscales que son verdaderos agujeros negros, índices de desempleo que asustan, problemas de eficiencia y competitividad, sistemas de partidos políticos en creciente descrédito, sistemas de seguridad social y jubilación que amenazan con desplomarse y problemas de cambio climático que plantean costes astronómicos. Los valores esenciales de la democracia y la libertad que aún siguen incólumes, se ven acorralados por este empantanamiento de quienes dijeron tener la fórmula para encontrar la felicidad.
El mundo vive hoy entre el anonadamiento y la desorientación de quienes se constituyeron en los superpoderes de la segunda mitad del siglo XX, y la fuerza de huracán de potencias emergentes que ensayan experiencias tan diversas cuanto inciertas. Nadie puede dudar de que a mediados del siglo XXI las cabezas del mundo serán otras. ¿Pero cuál es el modelo de las nuevas potencias? No está claro. No hay coincidencia plena en qué se entiende por un porvenir mejor, no hay una aplicación común de mecanismos que garanticen libertad y democracia, no hay propuestas que rompan el esquema del progreso usado hasta hoy. Peor que eso, alguna de las potencias mundiales emergentes de este tiempo, ejerce de un modo descarnado prácticas depredadoras del medio ambiente, violación sistemática de los derechos humanos, cero democracia y muy poco respeto por los derechos sociales básicos de sus ciudadanos. Aquellas otras potencias en las que los valores democráticos crecen, por su parte, viven realidades de desigualdad francamente indignas.
El escenario se cierra con la constatación de que todos vivimos en una olla de presión en la que la extrema pobreza, la desesperanza y la falta de horizontes, incrementan la violencia, el crimen organizado y graves presiones migratorias que enrarecen las relaciones entre los estados.
¿Es el apocalipsis? No, es la complejidad de un planeta con 7.000 millones de mujeres y hombres que demandan una vida justa. Sabemos todo lo que hemos avanzado y nos maravillamos por ello, pero hoy estamos en un momento en que las nuevas preguntas han dejado en el pasado la mayoría de nuestras respuestas.
Como dice el tópico. Nos toca vivir tiempos interesantes. ¿Es una maldición? No, simplemente, es lo que hay.
Todos los ideales como la felicidad humana, el bien común, los valores morales, el progreso y la libertad económica se presentan como antípodas de otro ideal como la injusticia; eso se piensa y se comienza por aterrizar en el papel con pensamientos que estructuran el que se cree “el mejor modelo posible” pura teoría asentada en los ideales antes mencionados.
La práctica es llevada a cabo por quienes señalados con la suerte tienen la oportunidad de llevarla a cabo, siempre con la posibilidad latente de un mal experimento, de un mal resultado. Es el costo de la oportunidad en la búsqueda de ideales.
De esta manera vemos o escuchamos lo que otros dicen que ven en el liberalismo político y económico, salimos a la calle y nos invade la confusión de ver intrincados retazos ( variados y fusionados) de beneficios y perjuicios del sistema cotidiano, juntos como síntesis de contrarios, entonces volvemos a casa con mas preguntas que cuando salimos de ella.
¿Acaso alguien reclamaría en contra de un modelo cultural foráneo positivo para el bienestar social? Si le ha llegado al colectivo más numeroso y desfavorecido la noticia de que todo va a empeorar y este no hace nada para modificar con la fuerza de la suma el sistema que los dirige y la élite que se aprovecha al dirigirlo, entonces, solo queda describir periodísticamente para los lectores de historia del mañana cómo sus antecesoras vieron a la posibilidad irse ante sus ojos.
Decir que EL HOMBRE es guiado por la codicia, la avaricia, la mezquindad y la indecencia, las cuales sumadas dan como resultado la palabra “Egoísmo” sería una equivocación con pretensión de absoluto, pero lo que se anota después de ver el resultado de la situación actual de las cosas es que sino “todos” al menos la mayoría se rige por su resorte egoísta, sino ¿de qué explicamos nuestra situación colectiva como planeta? Algunos dicen que la minoría mas poderosa es la autora del estado actual de cosas, si, eso dicen, y suponiendo que eso fuera así, en realidad solo señalaríamos con el dedo acusador a otro evidentemente mas poderoso, pero impulsado por el mismo deseo egoísta de la mayoría que haría lo mismo si le cambiaran el rol en esta realidad.
Buscamos progreso, empezamos por la búsqueda de su significado, pero solo encontramos propuestas, propagandas diversas y contrarias; progresos de muchos colores nos aferramos a algún color de propuesta de progreso, de la misma forma en general irracional de escoger favoritismo por un equipo en un juego, jugamos haciendo aliento a aquello que nos aferramos por interés o por altruismo, escojan cualquiera, todo aquello por seguridad, instinto de supervivencia, miedo a estar a lado de la mentira, de ser mentira.
Alguna vez escuche en una película una frase que palabras mas, palabras menos preguntaba: ”¿Qué clase de hombre es aquel que no quiere mejorar el mundo?” Al final, ¿nos resignamos a esperar reclamando con los dedos y las ideas como espadas? ¿Pensar en lo desgraciados que somos es como saber que no sabemos nada?